24 abril, 2024
por Gina Zabludovsky
En plena celebración por el día internacional del libro y los derechos de autor, se inauguró la exposición Abraham Zabludovsky. Cien años, una retrospectiva en fotografías, maquetas y publicaciones del arquitecto mexicano, que se exhibe desde el 23 de abril en la Galería María Luisa Dehesa Gómez Farías de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Con esta muestra se celebra el centenario de Abraham Zabludovsky (14 de junio de 1924, Białystok, Polonia – 10 de abril de 2003, Ciudad de México), arquitecto conocido por sus casas, conjuntos de vivienda colectiva y obra pública, muchas de ellas representativas por lo innovador de sus procesos constructivos y por expresar muchos de los postulados funcionalistas que se dirimieron en la arquitectura internacional durante la centuria pasada.
Arquine, por su lado, publicará en próximas fechas la Guía Abraham Zabludovsky, libro conmemorativo que reúne la selección más representativa de la obra del arquitecto en la Ciudad de México, y otras ciudades de la república mexicana, para su apreciación por parte de estudiosos y aficionados de la arquitectura.
Compartimos ahora el texto que inaugura la exposición, de Gina Zabludovsky Kuper, reconocida socióloga e hija del arquitecto:
Abraham Zabludovsky. Cien años
“Abraham Zabludovsky [AZ] logra en lo arquitectónico una fecunda reiteración compositiva, semejante a la que ofrecen en la música las fugas de Johann Sebastian Bach”, señaló Manuel Larrosa en un artículo publicado en 1999.
Para este cronista arquitectónico, a pesar de la obligada limitación del espacio y el presupuesto, en la primera etapa de desarrollo profesional centrada en la vivienda, AZ muestra “un esmerado y abundante ejercicio de composición espacial” ofreciendo a los usuarios una arquitectura que no caduca pues “sus residencias o departamentos, contemporáneos al avión de hélice, siguen formando parte de la ciudad y son tan modernos como las más avanzadas cosmonaves.” Como lo explica Juan Ignacio del Cueto, mientras estudiaba, AZ “trabajó como constructor y contratista, lo que le permitió formarse de una manera más completa… y ver el quehacer arquitectónico con un enfoque pragmático, la preocupación por los procesos constructivos sería, a partir de entonces, una constante en su obra.”
En el segundo periodo de su vida, sin estar ausente, la vivienda deja lugar al teatro y la “novela familiar de los departamentos y casas aisladas se convierte en el ‘gran teatro del mundo’”. Al respecto, Larrosa opina que desde los años sesenta la arquitectura teatral no se había visto tan enriquecida en nuestro país como con los teatros concebidos por AZ, que lo mismo resuelven los grandes teatros de la ciudad que las unidades de usos múltiples en las ciudades de Celaya y Dolores Hidalgo, en las cuales la monumentalidad radica en colaborar desde la arquitectura con una tarea democrática, pues lo mismo sirven para una pelea de box que para una fiesta de quince años, una conferencia, una obra de teatro, un concierto o un mitin político. Como lo ha señalado del Cueto, estas obras tuvieron el precedente del Centro Cívico Centenario 5 de Mayo, construido en 1962 en puebla, en colaboración con Guillermo Rosell. A partir de 1980 también se construyeron sus proyectos de colegios, universidades, la Central de Abastos, sinagogas y museos.
Al referirse a esta segunda etapa, Miquel Adrià afirma que Zabludovsky construye un nuevo lenguaje, masivo y monumental, basado en el uso exclusivo del concreto cincelado, que vistió buena parte de los edificios emblemáticos de la sociedad mexicana. “Este material único permitió cierto sincretismo entre la modernidad y la arquitectura prehispánica y dotó al poder civil con signos de identidad colectiva”, como lo muestran los proyectos realizados en colaboración con Teodoro González de León, entre ellos: el edificio del Infonavit, el Colegio de México, el Auditorio Nacional y el Museo Tamayo. Como lo explica Fernando González Gortázar, en estas obras los arquitectos investigan las cualidades específicas del concreto cincelado y “rescatan el portal de transición entre el espacio público y privado y la tradición de las grandes escalinatas, los patios y las pérgolas, dotándola de una escala inédita.”
En cuanto a la intervención de obras históricas, destaca el proyecto de la Ciudadela de 1987. Al respecto el ex director del comité internacional de críticos de arquitectura, Jorge Glusberg, considera que AZ alcanza una significación colectiva en relación con la arquitectura pre y post hispánica logrando una bellísima combinación entre lo antiguo y lo moderno. Como también lo apunta Louise Noelle, incluyendo comentarios a otras obras, el discurso plástico de AZ logra entrecruzar las enseñanzas del movimiento moderno con una lectura personal de las culturas autóctonas.
Sus últimos años los dedicó al diseño de auditorios, museos y centros de convenciones que se terminaron después de su muerte gracias al impulso y compromiso de mi madre. Como lo ha señalado Felipe Leal, “si alguien sabía de composición arquitectónica era Abraham Zabludovsky y Alinka Kuper era una arquitecta honoraria.”
Entre estos espacios destacan el Museo del Niño de Villahermosa y el Auditorio y Centro de Convenciones de Coatzacoalcos, inaugurado en el 2004 con un concierto memorable de Luciano Pavarotti, quien se expresó sorprendido por encontrar una de las mejores acústicas del mundo.
En estos proyectos, mi padre se muestra especialmente jovial y lúdico, lo cual quizá se deba a que, como lo señala Adrià, AZ se desprende de la contención geométrica que rigió sus edificaciones anteriores, para realizar proyectos que revelan intuición, gestualidad y una arquitectura que, con soltura y desenfado formal, explota el impacto seductor de sus formas libres. Sin embargo, lo anterior no implica una ruptura con sus obras anteriores, sino que constituye una continuidad con su propia arquitectura que, a juicio del propio Adrià, monumentalizó varias partes del paisaje urbano del siglo XX, por lo cual, como también apuntara Noelle, la historia de la arquitectura mexicana del siglo pasado no puede ser narrada sin entrar de lleno en la obra de Abraham Zabludovsky.
Más allá de los comentarios de la obra de AZ por parte de especialistas, yo lo recuerdo como un obsesivo y apasionado arquitecto de tiempo completo con la vehemencia que lo caracterizaba. En los viajes nos despertaba en la madrugada para recorrer a ritmos acelerados las ciudades y visitar los edificios icónicos antes de las horas de tráfico. En nuestras comidas familiares —ya sea en casa o en restaurantes— siempre traía un lápiz para poder dibujar sus croquis en servilletas de papel. A 100 años de su natalicio, y 21 de su partida, sigo viendo a mi padre como un perpetuo creador de grandes proyectos.