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Columnas

Chapultepec como metáfora

Chapultepec como metáfora

17 mayo, 2016
por Ernesto Betancourt

“Eros, en contra y en oposición a los instintos de destrucción, es constructivo, anima y promueve al mismo tiempo la construcción y el aumento de las estructuras y edificios contenedores de la civilización”

Tony Tanner, Venecia deseada

Chapultepec parece hoy más una idea que una realidad, una metáfora. En las últimas semanas se han oído y leído todo tipo de evocaciones para referirse al parque metropolitano, en torno al CETRAM y a los varios proyectos relacionados con el Bosque o la avenida del mismo nombre, impulsados por el gobierno local que se han levantado proclamas y consignas. Muchas apelan más al imaginario que a la realidad: se dice que es el parque de los mexicanos, o al menos de los capitalinos, se hacen festivales, campañas y hasta canciones que invocan su magia y sus méritos en el inconsciente colectivo de la ciudadanía, se invoca al pasado prehispánico y hasta a Maximiliano para exaltar el carácter virginal y “sagrado” que se supone algún día tuvo y se proclama imperialmente: el Bosque no se toca. ¿Pero es Chapultepec ese bosque encantado de plantas y animales que permite su conservación, estudio y disfrute? ¿Es un nodo cultural o un parque de diversiones? Probablemente sea mucho de todo eso, pero también es una realidad palpable y nada virginal, de la que aquí damos registro de manera sucinta.

438 hectáreas de superficie en la primera y segunda secciones (las áreas verdes son apenas un poco más de la mitad: 270 hectáreas), 15 millones de visitantes al año (60% entra por el paradero del metro Chapultepec.), alrededor de 1,500 puestos ambulantes dentro de las secciones primera y segunda (registrados, sin contar informales), ingresos por 6,700 pesos promedio por puesto a la semana —lo que hace 523 millones de pesos al año (que no ingresan al fideicomiso), plantación irresponsable de árboles sin adecuada planeación— que además de especies que compiten entre sí, conviven en promedio más de 500 árboles por hectárea cuando la norma internacional habla de 150, suelos debilitados y malformación arbórea; 2,000 millones de toneladas de basura al año, más de 5,000 roedores nocivos en la primera sección además de la plaga de muérdago y parásitos en los sujetos arbóreos; se requieren al menos 500 millones de pesos al año para su manutención cuando el presupuesto actual apenas rebasa los 200 millones y escasa recuperación financiera por concesiones.

En cambio la Ciudad de México es más una realidad que una idea, una fatalidad más que una providencia, la contundencia de la cotidianidad: contaminación, inseguridad, congestión o falta de equipamientos, impone su realidad, la ciudad de los palacios devino la ciudad de los IMECAS. Veamos: el monto de los ingresos de la ciudad ascienden a unos 153,000 millones de pesos al año. Parece mucho, pero comparada con el gasto que requiere el metro para operar, unos 16,500 millones —de los cuales tan solo poco más de la mitad se recupera de la taquilla— ya no parece tanto. O del agua, que sólo por la aportación del sistema Cutzamala que se recibe del Gobierno Federal, el gobierno local paga más de 2,000 millones de pesos. Según los datos que aparecen en la página de la Secretaría de Finanzas el 78.6% del presupuesto se va en gasto corriente del cual 15 % es para delegaciones.

La fuente más importante de recursos propios, los impuestos predial y sobre nómina, aportan al gobierno respectivamente unos 12,000 millones y 19,000 millones. En números redondos del total del gasto de la ciudad, el predial aporta un 8% y la nómina un 12% (en Montreal el predial aporta el 70% del presupuesto y NY recolecta al rededor de 32 billones de dólares por predial). Resumiendo, el gobierno ingresa poco más de 150,000 millones de pesos y eroga unos 120,000 millones para gasto corriente y operación, entonces le quedan unos 30,000 millones para todo lo demás: obras públicas; banquetas, parques, escuelas, bibliotecas o CETRAM´s (recuerden los 16,000 millones que cuesta la operación del metro).* Y esto no son metáforas, en todo caso serían metonimias, la calva realidad.

Pido disculpas al lector por tan farragosas cifras, pero ante la avalancha de eufemismos con los que se refieren a Chapultepec y la administración de la ciudad hace falta poner las cosas en claro. Toda esta lluvia de cifras solo nos dice lo que ya sabemos y vemos todos los días, pero no nos gusta aceptar: la ciudad está en quiebra, en banca rota. Sí, suena fuerte o increíble cuando contemplamos las nuevas torres de Reforma o Insurgentes, pero la realidad ahí esta frente a nuestros ojos. Sólo basta hacer las cuentas, o más sencillo: subirse al metro, caminar por las banquetas, sentir los baches, ver el estado de muchas oficinas públicas, ver los camellones, jardines y parques públicos (Chapultepec incluido). Sí, tenemos una ciudad rota porque nuestras finanzas están quebradas. La ciudad esta en banca rota y Chapultepec no es la excepción según las cifras expuestas arriba. Para acabar con el retrato agrego unos cuantos datos más que lo completan de cuerpo entero:

  • El suelo urbanizable es hoy muy escaso dentro de la ciudad y por lo tanto muy caro.
  • El gobierno en general recauda mal y poco, además muchos pagos y contribuciones están subsidiadas.
  • La composición demográfica actual concentrada entre los 13 y los 35 años demanda ya, más puntos de trabajo y más vivienda de nuevas tipologías en las zonas centrales.
  • Gran oferta de capitales a nivel mundial en busca de oportunidades de inversión en materia inmobiliaria.
  • La legislación y normatividad urbana fue elaborada años atrás, obsoleta al día de hoy, respondía a intereses partidistas y de grupos parroquiales con agendas de clase, que han impedido la transformación contemporánea de la regulación.
  • La bonanza inmobiliaria no se traduce en mejor calidad de vida porque los ingresos por derechos y aprovechamientos del desarrollo se canalizan a llenar los huecos del déficit presupuestario (entre el 8 y el 10% e la inversión total por edificio).
  • La mala regulación y la presión vecinal favorece la corrupción y el clientelismo entre los gestores del suelo urbano.

Estas condiciones han dado por resultado que la pugna por el suelo sea muy intensa, es claro que los grandes capitales son los que ocupan los mejores sitios desplazando a la población, gracias a que la regulación de mono-uso del suelo y de baja densidad contribuyen al encarecimiento de predios y obliga a mudarse cada vez más lejos. El gobierno tiene que repartir sus escasos ingresos para pagarle a quienes trabajan en el gobierno, para medio barrer, medio cuidarnos, medio hacer que el metro circule y que medio nos llegue agua todos los días (a los que nos llega), con las carencias y déficit que todos sufrimos a diario en baches, atrasos, desabasto, banquetas maltrechas o transporte público ineficiente.

Sin embargo, parece que esta realidad no es compartida por voces heterogéneas y muchas veces contrapuestas que han capturado la opinión pública en forma de protesta e inmovilidad: herederos de la cómoda bonanza alemanista desde sus town-houses de Polanco, San Ángel o Lomas; nostálgicos de la izquierda estatista de Echeverria que les compraron y expulsaron a los comuneros de las faldas del Ajusco, Xochimilco o Desierto de los Leones; náufragos de ambos gobiernos que viven en la informalidad gracias a invasiones asistidas y periféricas; autodenominados expertos en movilidad que proclaman eufóricos el uso de la bicicleta pero se oponen a la densificación; políticos que declaran en público contra los desarrollos y en privado cobran su cuota a los desarrolladores; agitadores profesionales que viven de las cuotas que los partidos les retribuyen; predicadores de radio y televisión que viven del aplauso complaciente del rating; académicos neomarxistas alérgicos al bienestar o sibaritas de la Roma, Condesa y anexas que defienden sus hermosos barrios —tan llenos de patrimonio y jacarandas— de la invasión consumista de clase media, no quieren que la ciudad se redensifique, que mejore en sus finanzas, que el gobierno haga coinversiones público-privadas, ni que se realicen grandes proyectos urbanos de equipamientos e inversiones de capital que mejorarían la calidad de vida de esos barrios, porque suponen que se privatiza el espacio público, se “gentrifica” o se regala el patrimonio.

No diré que toda crítica sea desvirtuada o deshonesta, porque una cosa es proponer un segundo piso sin ton ni son en una avenida, y otra muy distinta un complejo multiusos en un predio público que crea un centro urbano, pone en valor el patrimonio inmobiliario de la ciudad y mejora la zona donde hoy existe un estercolero. Sin embargo, sí hay una critica que responde a intereses ocultos, o que no ve que la realidad urbana que vivimos está en transformación y requiere de nuevos instrumentos. El proyecto del CETRAM Chapultepec regenera la puerta de entrada del Bosque, del corredor del Paseo de la Reforma, re-funcionaliza la transferencia modal de transporte, construye un edificio que al tiempo pasa a pertenecer al patrimonio de la Ciudad de México, y produce riqueza pública en forma de contraprestaciones, obras de mitigación, impuesto predial y nomina. Son muchos los ejemplos en ese sentido en el mundo y no de ahora: Grand Central Station, Euro-Lille o el arco de la Defense, son los más conocidos en los que inversión público-privada trabaja para crear mejores espacios en las comunidades ante la carencia de fondos públicos, libera esos recursos en favor de programas sociales o inversiones a fondo perdido para dotar servicios y equipamientos o sencillamente genera dividendos al arca pública. ¿Es eso tan desatinado? Si vemos los números y si en su caso queremos que los impuestos sigan subsidiados (aunque muchas veces el subsidio llega más a los que sí pueden pagar que a los que no pueden, el mejor ejemplo es el agua) entonces tenemos que incrementar la base fiscal, capitalizar el patrimonio y generar empleos. Ante el déficit de la ciudad, la oportunidad de generar riqueza y recursos para programas y servicios no debe ser boicoteada en nombre de metáforas sin sustancia que ocultan la realidad. Muchos vecinos de Polanco vieron incrementar el valor de sus propiedades en mas de dos dígitos después de la remodelación de Masaryk con fondos públicos, pero se opusieron al aumento del predial o al pago por contribución de mejoras como estipula el código fiscal, ¿entonces quien gana con la inversión pública?

Las criticas sobre la intervención público-privada en predios del gobierno pueden ser discutidas, incluso rechazadas, siempre y cuando partan de una crítica informada y tome en cuenta un rango de opinión más amplia y no un criterio estatista o utilitarista, y mucho menos partidario, que no sea producto del enojo justificable pero visceral de grupos desfavorecidos y menos de pueriles intereses partidistas que apuestan por el naufragio del actual gobierno, en beneficio de sus intereses electorales —sí de la discusión democrática y plural. Por ahora parece que el enojo, el encono y el revanchismo están ganando la pelea en favor de la carencia y el deterioro, no en favor de la ciudad: la mayor empresa constructiva y colectiva de Eros.


 

*Cifras verificables en las páginas de Sedena y Sefin verificables en linea.

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