Espacio político: rave y cuerpo
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21 enero, 2016
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_
Cuando el marco de acción –los límites que definen la arquitectura– es el paisaje, la arquitectura adquiere un aura especial, y es lo que pasa en el cabo de Fisterra. Entre la población que recibe el mismo nombre y su faro, se encuentra el cementerio proyectado por César Portela en 1998 y finalizado en 2000, finalista de los premios Mies van der Rohe en 2003.
Este camposanto abierto al paisaje se configura a partir de cubos de granito que albergan 12 nichos cada uno. Los cubos dan la espalda a la montaña y al visitante, son herméticos ante el que a ellos se aproxima, pero por su lado opuesto se abren completamente al mar, y los nichos miran al horizonte. Se asientan en un terreno de pendiente muy pronunciada que desciende al mar mientras dibujan un recorrido en forma de serpiente entre la orilla del agua y la carretera.
Aunque la maleza ahora impide verlo, estos cubos están elevados por encima del terreno. Unas escaleras monolíticas conducen a los nichos, separan estos cuerpos del suelo, y los protegen a la manera del hórreo gallego. Una estructura de madera o piedra que se utiliza para almacenar y conservar el grano, que al estar elevada sobre el suelo lo protege de la humedad y de los animales, a la vez que sirve como un secador natural. Los hórreos conservan la vida, los cubos el recuerdo del ser que se ha ido.
Vista del cementerio de Fisterra desde la carretera que lleva al Faro. En primer plano se ve una estatua dedicada a los peregrinos que hacen el Camino hasta el Faro. Fotografía: Carlos Lanuza.
Cementerio de Fisterra, cubos dispuestos a lo largo del Camino. Fotografía: Carlos Lanuza.
El resto es paisaje, sus límites son el mar, la montaña y el cielo, y resulta curioso que estando ahí estos límites cobren tal fuerza, se magnifiquen. Los cubos acentúan el ámbito en el que se inscriben. La arquitectura como estamos acostumbrados a percibirla se transforma, pasa de ser espacio contenido a espacio en expansión. Los cubos dispuestos en el paisaje no hacen más que situarnos, nos ubican con respecto al entorno a la vez que intentan mimetizarse con el mismo de manera abstracta. Son rocas en la montaña desde las cuales contemplamos el mar de la muerte.
Cementerio de Fisterra con vistas a la Costa de la Muerte al fondo. Fotografía: Carlos Lanuza.
Este punto geográfico era el fin del mundo de los antiguos, y era -y sigue siendo- la meta que perseguían los peregrinos paganos que -guiados por la Vía Láctea- iban en busca del punto más alejado del mundo conocido, anhelando la purificación. Es un lugar con múltiples significados, sagrado para muchos. Las referencias son inevitables, el cementerio nos recuerda a El caminante sobre el mar de nubes (1817) de Caspar David Friedrich. Un hombre solo que contempla un paisaje de nubes y montañas, que se sitúa ante el mundo inmenso; bajo sus pies está lo pétreo, lo inerte, y en el horizonte, lo efímero e infinito.
El caminante llega hasta el faro del fin del mundo antiguo para quemar su ropa y desprenderse de sus impurezas, para empezar una nueva etapa, despedir su mundo anterior y comenzar un nuevo camino. Ahí esta el Cementerio, y de alguna manera se completa el círculo y como en un juego de espejos las referencias se multiplican. Se debe decir que este círculo no queda del todo cerrado. El Cementerio, por múltiples motivos, sobre todo de índole burocrático, no ha sido nunca utilizado y se encuentra vacío.
Cementerio de Fisterra , cubos de granito que albergan los nichos. Fotografía: Carlos Lanuza.
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