Una aldea. El equipo de arquitectos decide esta vez no diseñar un edificio, sino imaginar una célula -el aula- y establecer las reglas que permitan que ésta forme a su vez el campo, el paisaje de pequeñas villas que, a falta de un tejido urbano vecino, teja sus propias plazas y calles sin la necesidad de recurrir a las rejas.

El deseo detrás del proyecto es acompañar con espacios óptimos una manera distinta de aprender, de acuerdo al espíritu del sistema Montessori. El origen de este conjunto está en un aula no lineal, sino concéntrica, que puede estimular un diálogo entre adultos y niños donde ningún lado domine sobre otro.

El otro motor de este espacio de aprendizaje es el clima de la ciudad de Mazatlán. Un doble cuerpo -el aula rodeada por la sombra y el viento dirigido hacia ella- suaviza el clima cálido de la costa del Pacífico y construye mediante la adición un ambulatorio de múltiples, sorpresivos recorridos. La estructura de concreto se resguarda y completa por otra de arcilla (según las enseñanzas de Louis Kahn). Este segundo límite y su expresiva geometría no permiten “ventanas”. Se perfora a través de triángulos de trazo simple y económico, a base de dinteles prefabricados, que ofrecen largas visuales filtradas y reconocen con naturalidad las distintas alturas y escalas de percepción de todos los que aquí se asoman.

El hexágono, una de las formas geométricas favoritas de las agregaciones biológicas o de los teselados en el arte atemporal islámico, establece un orden de crecimiento -que puede traducirse también en fases de construcción- para los espacios interiores, los patios, para comunicar los andadores. La Escuela María Montessori de Mazatlán es un lugar de comunidad y aprendizaje construido a partir de un orden claro y lúdico del espacio.

Este proyecto forma parte del libro
RADICAL: 50 Arquitecturas Latinoamericanas