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Columnas

Autoconstrucción y futuro

Autoconstrucción y futuro

23 noviembre, 2020
por Alfonso Fierro

 

Frente a la cámara aparece un hombre panzón y chimuelo de unos cincuenta y tantos años. Cuenta una anécdota de un productor gringo que llegó a la Villa 21 de Barracas -una de las así llamadas “villas miseria” en Buenos Aires- buscando una locación para grabar la película de Evita. Cuenta el panzón que al gringo no le gustó que las casas tuvieran antenas de televisión, a lo que él le respondió que no se preocupara, que en una hora le levantaban veinte casas sin antenas y le preparaban un mate sin ningún problema. El panzón desaparece y frente a la cámara entra un grupo de hombres levantando una casa con vigas de madera y láminas. Los hombres trabajan rápido, con oficio, de manera coordinada, en menos de dos minutos la casa está lista. La experiencia es evidente: no es la primera vez que construyen una casa así. Hay algo dramático en la escena, como si la cámara estuviera ofreciéndonos una puesta en escena del proceso como las villas miseria se han ido autoconstruyendo poco a poco.

El documental Estrellas (2007) de Federico León y Marcos Martínez (disponible en Youtube) nos presenta la historia de Julio Arrieta, el hombre panzón, y sus esfuerzos por organizar a un grupo de actores en su comunidad en la Villa 21 para salir en películas como extras y tener trabajo, todo esto en el marco de los estragos de la crisis de 2001 en el país. Cargado de lucidez, Arrieta describe la situación muy claramente: “No queremos que nos toquen la cabeza como los perros, basta carajo, queremos que vengan a la villa y nos den laburo de igual a igual”. Marginados, sin trabajo y sin ningún tipo de protección o ayuda, Arrieta explica que en algún punto se le ocurrió que ellos podían salir de extras en las películas haciendo los trabajos y papeles que saben hacer por que los han vivido. Dice Arrieta que por qué no si llevan toda la vida entrenando para salir de vagabundos, de pobres, de ladrones, de dealers, y no hay vergüenza en ello. “No contraten rubios para hacer de negros, nosotros queremos hacer de negros, somos negros”. Igual que las casas de la villa, Arrieta y su comunidad han tenido que autoconstruirse una posibilidad de vida a partir de la organización, la solidaridad colectiva y un esfuerzo incansable por hacer algo para mejorar la cosas en la villa. Arrieta cuenta que cuando empezaron a conseguir trabajos de extras, alguien le regaló una computadora que él no sabía para qué servía. Ahora la comunidad tiene una página de internet en donde aparecen todos ellos con sus fotos de casting, fotos de posibles locaciones en la villa (“casas tipo dealer”, “casa tipo secuestro”…) y fotos de posibles papeles que podrían hacer: choferes, mucamas, guardaespaldas, ladrones… En la escena que abre la película Arrieta ofrece una suerte de pitch laboral, dice que ellos ya están capacitados para salir de extras, pero también para encargarse de la producción, de mover y cuidar los cables, las luces y todos los demás servicios necesarios para filmar. Lo único que necesitan es que los contraten, que les den una oportunidad. 

Al igual que la autoconstrucción, el proyecto de Arrieta está siempre abierto al futuro, en proceso, listo para modificarse, crecer y cambiar. El sueño de Arrieta es construir un centro cultural en la villa que pueda darle a su comunidad cultura y trabajo. “No quiero fabricar cadáveres cultos” dice, pero argumenta que el acceso a la cultura es un deseo, una necesidad y representaría una mejora a su situación de vida. De ahí que toda la gente a su alrededor participe en el sueño de Arrieta, que le hayan comprado la idea de actuar, que participen en las filmaciones y se organicen, hasta el punto de que el sueño de Arrieta es más bien un sueño colectivo, comunitario, una idea de cómo podría transformarse el barrio en el que viven. Desde su punto de vista, un centro cultural representaría un espacio de organización barrial que podría resultar en acceso a la educación y, gracias a la organización, en mejores condiciones laborales. Ya que nadie se los va a llevar, ellos tienen que construirlo solos, autoconstruir ese proyecto como puedan. Arrieta cuenta que ya empezó a organizar el Festival de Cine Villa Argentina en la canchita de los “pibes”, una pantalla en donde todo el barrio se reúne a ver llenos de orgullo las películas en las que han salido. Arrieta tiene más claro que muchos gobernantes de supuesta izquierda la importancia que espacios como un centro cultural pueden tener en la dinámica de un barrio o una ciudad. “La cultura” dice Arrieta en algún punto “no es patrimonio de nadie, es un derecho de todos”. 

 

 

En el documental aparece también  el detrás de cámaras de una película de ciencia ficción que la comunidad está filmando con lo que tienen a la mano: triciclos, frascos de mayonesa, vagones de tren que dejaron tirados por ahí cerca. El punto es hacerla como sea posible. Dice Arrieta que la idea surgió a partir del cansancio de ver que en todas las películas de ciencia ficción los extraterrestres bajan siempre en “barrios con plata”. ¿Por qué nunca bajan en la villa? Dice Arrieta que quizá sea porque los extraterrestres tienen miedo a que les roben, pero si bajaran se darían cuenta que los villeros quieren hacerse sus amigos porque “necesitamos amigos extraterrestres”, un guiño a su búsqueda de que alguien les eche una mano. La película no carece de sentido del humor en relación a esta marginalidad extrema pues resulta que, en la trama, el barro y el agua podrida de la villa son lo único capaz de “eliminar” a los extraterrestres. En otras palabras, la película sugiere que esas condiciones urbanas de vida, sin agua, sin suelo, sin apoyos de ningún tipo son condiciones a las que muy pocos podrían sobrevivir. 

Pero sobre todas las cosas, resulta evidente que para Arrieta la cuestión más importante es disputar quién tiene derecho a contar e imaginar historias de ciencia ficción, es decir, quién tiene derecho a imaginar el futuro. Por qué, dice Arrieta, el futuro no puede estar en la villa miseria, por qué no puede imaginarse y crearse desde algún lugar olvidado en Planeta Barracas. Y, en este sentido, la película de la Villa 21 está disputando lo mismo que el centro cultural y el esfuerzo de conseguir trabajos como extra: está reivindicando el derecho de la comunidad a acceder, participar y construir una cultura distinta, propia, y en esta medida irse armando un futuro un poco mejor para todo el barrio. Y dado que nadie los va a ayudar, sugiere Arrieta, la única posibilidad para aspirar a un futuro distinto es autoconstruirlo todo ellos mismos: la organización laboral, el centro cultural, la página de internet, el festival de cine, la película de ciencia ficción, sus casas mismas y el barrio en general. Algo podríamos aprender de esta forma de entender la autoconstrucción no como una barbarie o una curiosidad estética vista desde el elitismo (tal como sucede a menudo en México), sino como un proyecto de vida personal, familiar o comunitario autogestivo que responde a la precariedad de las circunstancias, pero que es capaz de imaginarse y crearse la posibilidad de un futuro diferente.

 

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