Un vacío entre muros y techos
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¡Felices fiestas!
8 agosto, 2014
por Pablo Martínez Zárate | Instagram: pablosforo
Los cruces entre cine y arquitectura abarcan distintos ámbitos, como lo hemos discutido a lo largo de casi un año en este espacio, pero quizás varios de los ejemplos más claros y menos explorados aquí sean los mismos documentos que utilizamos para desarrollar narrativas audiovisuales. Uno de ellos, el plan de piso o de cámaras, es arquitectónico en su forma y en su finalidad.
El plan de cámaras, a través de su simplicidad, revela uno de los fundamentos del lenguaje audiovisual: el diseño espacial de una escena. Ya sea en un foro o en locación, el objetivo de este documento, como su nombre lo indica, es ubicar la cámara en relación al sujeto filmado, así como los movimientos de una y otro en el curso de la toma.
Para proyectar el valor de dicho documento, retomemos los diagramas de Hitchcock para la famosa escena del aeroplano en North by Northwest. Primero, revivamos la escena:
El dinamismo tanto estético (tipos de encuadre y movimientos de cámara) como técnico (recursos para su realización) queda justamente ilustrado en el diagrama de cámara del singular director:
La escena se compone de 61 tomas. Cada posición de la cámara busca acentuar una sensación en el espectador, desde la incertidumbre de la espera en los planos abiertos del personaje esperando a quien no conoce, hasta los encuadres cerrados y los movimientos de cámara cuando el avión agrícola embiste contra Roger O. Thornhill, encarnado por Cary Grant.
El ejemplo anterior permite resaltar la relevancia del manejo espacial en la realización cinematográfica. Los espacios concretos, más allá de la cámara, son ajenos a la tensión que las películas les imprimen. Desde mi perspectiva, las tensiones espaciales que el cine (y el lenguaje audiovisual en general) confiere a los espacios filmados, marcan muchas veces con mayor viveza el imaginario que prevalece sobre los sitios arquitectónicos o los paisajes en general. En otras palabras, al visitar Nueva York o el Valle de los Monumentos, al fondo de nuestra cabeza resuenan todas esas frecuencias de películas del oeste o citadinas, según sea el caso, que hayamos visto en nuestra vida. Podríamos decir, pues, que la realidad de los lugares no se limita a su dimensión concreta y material, sino la integración de esas manifestaciones geométricas a nuestros esquemas de referencia. Dicho de otro modo, el mundo será tan rico como nuestro consumo cultural.
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