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Columnas

Arquitectura de buen lejos

Arquitectura de buen lejos

4 diciembre, 2012
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria

La revista The Architectural Record publicó en 1947 un ensayo de Ann Binkley Horn sobre la arquitectura mexicana donde hacía notar la rapidez con que se construía en México, así como la mala calidad de los resultados. Esta cita, que rescata Juan Manuel Heredia en un ensayo sobre el CIAM y México, redunda en otra publicada un año antes en Architectural Forum donde se criticaba el efecto del auge constructivo en la arquitectura mexicana y que resultaba en una mala calidad edilicia y en una insuficiente atención al diseño. Según la revista “el tiempo que los arquitectos mexicanos dedican al diseño parece que sólo lo ocupan en definir el aspecto externo de los edificios”.

Sesenta y cinco años después, paseo por las obras inauguradas -aunque no terminadas- de La Ciudadela, la librería Elena Garro y la Cineteca y tengo la sensación que Horn -la crítica americana- acaba de visitarlas. Estos proyectos son iniciativas de la presidenta saliente de Conaculta, Consuelo Sáizar, quien comprendió el poder de la arquitectura como bandera cultural y reactivó la biblioteca de la Ciudadela, revivió la Cineteca -ambos en notoria decadencia- e instituyó la librería Elena Garro como centro cultural de la mujer. La conveniencia de estos nuevos programas ha sido criticada desde distintos ángulos y como toda iniciativa tiene sus detractores.

Sin embargo, aunar las bibliotecas y colecciones privadas de los más destacados escritores mexicanos y dotar a la antigua Ciudadela -que sirvió a lo largo de sus más de 200 años de fábrica de tabacos, cuartel militar, cárcel, escuela y biblioteca- de nuevos servicios culturales me parece un gran acierto. Especialmente en la rehabilitación de sus áreas más públicas, el rescate de los patios y la permeabilidad de la ciudad. A su vez, reactivar una polvorienta cineteca dotándola de más salas y servicios y, sobretodo, generando un nuevo espacio público donde había una plancha de concreto y coches estacionados, es un logro para la cultura y también para los ciudadanos. No obstante, un “paseo arquitectónico” por las bibliotecas personales de nuestros ilustres literatos no deja de inquietar.

La biblioteca de José Luis Martínez, proyectada por Alejandro Sánchez; la Antonio Castro Leal, diseñada por Bernardo Gómez-Pimienta; la biblioteca para invidentes, de Mauricio Rocha, y la de Alí Chumacero, de José Vigil+Jorge Calvillo, ocupan dos naves cada una, mientras que las de Jaime García Terrés y de Carlos Monsiváis, proyectadas por arquitectura 911sc y por JSa, respectivamente, ocupan sólo una. Además del Centro de la Imagen proyectado por Isaac Broid y las oficinas administrativas del recinto diseñadas por Tatiana Bilbao, todavía en construcción. Todas ellas respetan las lógicas del contenedor histórico y del contenido impreso -su orden, su memoria-, aunque desde propuestas muy conservadoras; tímidas, si cabe.

Por lo que la relación entre contenedor “intocable” y artefacto injertado no se lee, y algunas ideas interesantes, como la memoria del espacio doméstico de Monsiváis, o el librero de García Terrés a modo de arca que flota dentro de su crujía, por tibias, no son evidentes. Las cajas suspendidas de la biblioteca para débiles visuales están lejos de la sensibilidad que el mismo autor hizo gala años atrás en la escuela para invidentes y en el X Teresa. Aquí, las cajas colgadas se arriman a las paredes invadiendo casi todo el espacio disponible y los barandales se convierten en secuencias de accidentes de diseño. Pareciera que no hubiera existido ni Carlo Scarpa ni Renzo Piano.

Angustiado por el resultado, inquirí a Bernardo Gómez-Pimienta (co-autor de los espacios comunes y de la única biblioteca que resolvió problemas de diseño inherentes a su escala) para entender las condiciones y el proceso. Gómez-Pimienta aseguró que todos contaron con tiempo escaso y mucha presión. La única diferencia -afirma- es que él dibujó los detalles constructivos. Recordé a Mies van der Rohe y su máxima “dios, si existe, está en los detalles”. No muy distinta fue la experiencia agridulce en la librería Elena Garro, proyectada por Fernanda Canales, donde se aúnan torpes acabados con buenos espacios añadidos al caserón de Coyoacán, o en la Cineteca inconclusa y ampliada, proyectada por rojkind arquitectos, donde un afortunado discurso formal acorde con la memoria del patio romboidal original, genera una espectacular -y quizá excesiva- cubierta que es a la vez atrio e imagen del nuevo conjunto. Lamentablemente el conjunto se encuentra detrás de precipitado edificio de estacionamiento que, sin pretenderlo, se convierte en la nueva imagen urbana del conjunto cultural.

En suma, un conjunto de excelentes iniciativas cargadas de buenas intenciones para construir arquitecturas celebrativas, con la urgencia de los montajes efímeros y la precariedad de los pabellones de feria… aunque llegaran para quedarse. Como 65 años atrás, seguimos construyendo arquitecturas sin detalle, que difícilmente aguantan el contacto, pero que tienen “buen lejos”.

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