Arquitectura a ‘bomberazos’
Los terremotos de septiembre pasado nos han dado la oportunidad de replantear el futuro de nuestras ciudades. No debemos permitir [...]
24 enero, 2018
por Enrique Norten | Twitter: enorten_tenarqs
A partir del último año, y por primera vez en la historia de la civilización, el número de habitantes de las ciudades ha superado a aquellos que habitan fuera (en campo, aldeas, suburbios, etcétera). En América Latina, incluyendo México, los números son mayores. Dependiendo de las distintas estadísticas y las diferentes definiciones de ciudad, más de 70% de los latinoamericanos son urbanos. Sobra decir que una gran mayoría de los habitantes de nuestras ciudades son jóvenes que han nacido y se han formado como parte de la revolución tecnológica y digital en curso.
Los jóvenes de nuestras ciudades —los millennials— son mexicanos y al mismo tiempo “habitantes del mundo” totalmente informados e interconectados, con independencia de su condición social o económica. Son seres urbanos que pertenecen a esta red de ciudades del planeta y comparten con otros las mismas inquietudes e ilusiones que les ofrece la vida en la ciudad contemporánea. Vale la pena mencionar que, a su vez, muchos de estos jóvenes ejercerán sus derechos democráticos de voto por primera vez este año.
La ciudad es uno de los fenómenos más interesantes y complejos de la modernidad. Entiendo la ciudad multicéntrica moderna como la superposición de diversos sistemas que interactúan y se informan entre sí. Ninguno de estos planos puede ser entendido independientemente sin la consideración de los demás.
La ciudades contemporáneas se distinguen y definen por sus condiciones humanas —demografía, sociología, economía, cultura, política, etcétera— y por sus particularidades geográficas —su entorno físico. Las ciudades se identifican por sus habitantes y por sus lugares. La ciudad es su gente, pero también la relación entre sus masas y sus vacíos, su tiempo y su espacio. La ciudad es también y principalmente arquitectura.
A esto me he referido cuando he dicho que la arquitectura es también un tema político. Me ha sorprendido —y decepcionado— no encontrar en el discurso de ninguno de los aspirantes a ocupar los distintos puestos de gobierno en las elecciones que se avecinan una visión total y global para nuestro país o nuestra gran ciudad. Nadie nos ha dicho qué país nos proponen o cómo se imaginan Ciudad de México —y demás ciudades— en los próximos 10, 20 o 50 años.
El diagnóstico que han hecho los candidatos y precandidatos a todos los niveles de gobierno es básicamente correcto y muy parecido para todos. Vivimos en un país que padece de una terrible corrupción e impunidad y que está muy lejos de tener un verdadero “estado de derecho”, acaso nuestra principal dolencia. Esto ha originado mayor desigualdad y una violencia generalizada que hace cada vez mas difícil la vida de la gran mayoría de los mexicanos, y que se magnifica en nuestras ciudades.
Sabemos que además de los problemas de pobreza e inseguridad, muchas de nuestras ciudades sufren problemas específicos. En Ciudad de México, los temas de dispersión, movilidad, polución, escasez de agua y otros servicios básicos, incluyendo vivienda digna para todos —con todas sus implicaciones— se han vuelto extremos. Las propuestas para la posible solución a cada uno de estos temas aislados serán inútiles sin una visión total. Tenemos que imaginarnos “colectivamente” los órdenes, las estructuras y la arquitectura de la ciudad que queremos y a la que aspiramos.
Quien pueda articular esa gran visión deberá ser electo nuestro gobernante, independientemente de sus credenciales académicas y su experiencia de gobierno. Un buen político o un burócrata comprometidos, hombre o mujer, no serán suficientes, por excelentes que sean. Necesitamos un líder y un visionario para dirigir la nueva Ciudad de México del siglo XXI.
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