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2 mayo, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
El manifiesto del blog Caminar Anarquista, que escribe y edita el fotógrafo Francisco Navamuel, dice en su uno de sus puntos: “Caminar es gratis”. Este pensamiento enlaza con el aparecido también en un artículo de Enrique Fraguas publicado en El País: “Andar es un acto aparentemente inútil e improductivo, en términos mercantilistas. No genera gasto ni consumo y da pie, nunca mejor dicho, al pensamiento y a cierta forma de resistencia. (…) caminar se revela como un acto de reflexión y de subversión en un mundo saturado de consumo y dióxido de carbono”. Pensadores como Charles Baudelaire o Walter Benjamin, grupos como los situacionistas o artistas individuales como Sophie Calle, Vito Acconci o Richard Long convirtieron el acto de caminar en un medio para relacionarse con el territorio más allá de criterios productivos económicamente.
El origen de esta práctica está muy estudiado y podría ubicarse en Europa en figuras como la del flâneur: un caminante urbano dedicado a callejear sin rumbo ni objetivo pero con mirada atenta a lo que se encuentra. Sin embargo, Europa ya no es lo que era, el espacio urbano en sus ciudades se ha regularizado y acomodado tanto que el paseante ha terminado sustituido por el “voyeur de escaparates. Un consumidor ávido por mezclarse entre la multitud y los maniquís” (2). El mundo de hoy no admite el paseo improductivo y supone que si caminamos lo hacemos dirigiéndonos siempre algún lugar donde tengas algo que hacer. Caminar a la deriva se torna, entonces, en un acto cuestionable desde estructuras poco amantes de la espontaneidad. De entre los paseantes urbanos descritos anteriormente, pudiera destacarse figura del artista —arquitecto de formación— Francis Alÿs. Este artista/paseante belga, que reusa ser descrito como flâneur, ha hecho de ciudad de México su principal laboratorio, defiendo sus paseos —o sus anti-paseos— como su método de trabajo y acercamiento al espacio a fin de exponerse y chocar con la ciudad y lo espontaneo que sucede en ella. Chocar es referido aquí de manera literal, pues la ciudad de México resulta un espacio extremadamente duro para desplazarse por sus calles. Lo es de manera especial para el turista o visitante acostumbrado a las suaves condiciones de las ciudades europeas. La enorme cantidad de obstáculos y estímulos que podemos encontrar a nuestro paso y la incomodidad de la calzada, tanto material como espacialmente, por la ocupación y apropiación de sus espacios de manera más o menos informal, convierten sus banquetas en toda una aventura, incluso dolorosa, para unos pies advenedizos. Se entiende entonces la fascinación que pudo sentir Francis Alÿs, como paseante europeo, ante la espontaneidad de este nuevo mundo, una ciudad “poco segura para el turista occidental, acostumbrado a la tranquilidad y confort de los bulevares o centros comerciales” (3).
Tanto es así que podríamos definir la ciudad de México como anti-comoda, al menos para el peatón y lo es porque, desde tiempo atrás, las políticas urbanas han ido dirigidas a favorecer casi de manera exclusiva el uso del transporte rodado. Sirvan de ejemplo las estadísticas elaboradas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2007 de los sistemas de desplazamiento utilizados en la Zona Metropolitana: 72.1% de los viajes se realizan en transporte público, 20.7% en automóvil particular, 6.2% en taxi, y un magro 1% en bicicleta (4). Suma 100. ¿Dónde queda el peatón? A razón de estas estadísticas no existe. Y en tal caso, ¿por qué preocuparnos de su figura entonces? Se entiende, más si cabe, que el territorio sea tan agresivo y disfuncional para desplazarse a pie, tanto para personas sanas como, en especial, para todas aquellas de movilidad reducida.
El peatón desconocido, debe enfrentarse de manera diaria a una ciudad llena de obstáculos: aceras en mal estado, invadidas por coches, llenas de baches y agujeros donde perder un pie; ausencia de semáforos que indiquen al peatón cuando tiene que cruzar; alcantarillas con enormes agujeros sin tapar; pesados maceteros o cabinas telefónicas que crecen por doquier cortándonos el paso, bordillos insalvables o ruinosos pasos de cebra. Una ciudad más pensada para el coche, con calzadas enormes y circundada por un segundo piso que aplasta los edificios adyacentes bajo el predominio del automóvil No es que el diseño se haya utilizado para reducir al peatón, o quizás sí, pero casi parece más que lo que acontece es una la falta total de diseño que a apartado por completo al peatón.
Pareciera que todo espacio de la ciudad es anti-peatón y, al tiempo, la calle se vive y lucha intensamente: ambulantes, personas que venden productos cargados con un megáfono, cubetas o piedras que ‘reservan’ el espacio de estacionamiento, personas haciendo cola para entrar a los bancos. He ahí la paradoja: el lugar del anti-paseo contiene un espacio urbano de enorme potencial, la calle, donde reside el “animal público”. En este contexto de lleno intenso, pocos centímetros suponen la diferencia entre pasar o no pasar, ubicarte o no hacerlo, sea en forma de escalones, peldaños, agujeros, sillas, maceteros, parquímetros o artefactos móviles donde vender zumos por decir algunos. Pasear por ciudad de México se convierte en un estar presente, de hacerse fuerte por reivindicar este deambular, luchando constantemente contra lo que nos obstruye en el camino.
Notas:
1) Diario El País. “Una vuelta a las andadas”
2) AZNAR, Ramiro. “El largo poema del caminar”. En el blog Walkscapes Zuera.
3) LÓPEZ, Irene. “Construir caminando: Francis Alÿs y el paseo urbano”. En el blog Martina Deren.
4) DÍAZ, Rodrigo. “El peatón invisible”. En el blog Ciudad Pedestre.
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