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Columnas

Andar sobre cartografías femeninas

Andar sobre cartografías femeninas

14 diciembre, 2016
por Arquine

por Orly Cortés y Aura Cruz

city-of-womenWhat if the New York City subway map paid homage to some of the city’s great women? (Hover over the map to magnify.) Cartography by Molly Roy, from “Nonstop Metropolis,” by Rebecca Solnit and Joshua Jelly-Schapiro. Subway Route Symbols ® Metropolitan Transportation Authority | Vía www.newyorker.com

 

 

 

El poder de la cartografía

La Cartografía construye una verdad con mentiras, con un sinfín de ficciones que se anclan en la representación de un espacio. Todo mapa es un artefacto que muestra qué lugar ocupamos en un territorio determinado y nos dice cómo llegar de un punto a otro: su objetivo es ubicar nuestro cuerpo en el mundo y direccionar nuestro andar. Es común olvidar que detrás de cada mapa hay un cartógrafo con una visión subjetiva. Éste nos muestra lo que es importante para él y deja fuera lo que no parece imperante. Por eso, nuestro recorrido sobre ese mapa no es puramente físico, sino ideológico.

A lo largo de la historia, la Cartografía oficial ha sido configurada principalmente por el Estado, es decir, ha sido el medio por el cual se plasma la representación del territorio tal y como lo indican las estructuras de poder. Es en este diálogo entre el poder y el lector cartográfico donde surgen los mapas artísticos, aquéllos trazados para romper con la jerarquía cartográfica y dejar una huella distinta sobre el espacio; son los que dicen “este lugar también nos pertenece y por eso lo mapeamos”.

“City of Women”, mapa hecho por Molly Roy que Rebecca Solnit y Joshua Jelly-Schapiro incluyen en el libro sobre mapas citadinos Nonstop Metropolis, cuestiona un paisaje de Manhattan que ha sido configurado por y para hombres. El simple hecho de cambiar la nomenclatura del metro con nombres de mujeres cuestiona la jerarquía de género que domina la ciudad. A través de la representación, Roy reclama un lugar en la urbe para las mujeres en un nivel territorial, ideológico e histórico.

–Orly

 

 

¡Disparen, apunten y fuego!: el signo en acción

En un principio, pensar en la representación refiere a la no-presencia, a la ausencia de algo más en lugar del cual se ha colocado el mundo sígnico. Es decir, la muy afamada frase de Alfred Korzybski “el mapa no es el territorio” viene a la cabeza. En este sentido, parecería que un mapa es un manifiesto que se sitúa solo en el nivel de los conceptos: un discurso, declaraciones ficticias y nada más.

Sin embargo, algo misterioso pasa siempre en el mundo de los discursos: nos predisponen a la acción porque nos hacen mirar algunas cosas y nos ciegan a otras: al abrir nuestra percepción a algunos estímulos y cerrarla a otras prefiguran nuestro actuar sobre y en el mundo.

El mapa no es tan solo una declaración congelada de nomenclaturas y clasificaciones supuestas acerca de un sitio; es también acción en potencia, guía de nuestros pasos y molde de la experiencia vivida. Más que una dicotomía entre lo físico y lo ideológico, nuestra existencia está fundada sobre representaciones que cincelan nuestros sentidos, percepciones que actualizan nuestras concepciones: amalgama de lo físico y de lo ideológico en una tensión constante. Por ello, hacer un mapa, como rehacerlo después, no es solo una vaga declaración ni una protesta gráfica. Es abrir la mirada y alentar a los pies a recorrer el territorio atento a las historias y a las huellas sobre la tierra antes silenciadas y ocultas.

–Aura

 

 

Yo te nombro: yo reconozco tu existencia

La representación configura nuestra identidad. La académica Jen Webb, al desarrollar este concepto, considera que para entender su importancia es necesario comprender que la visión del mundo se encuentra limitada por marcos culturales y lingüísticos. Esto no quiere decir que aquello que se encuentra fuera de la representación deja de existir. Simplemente se halla en otro lugar y de tiempo en tiempo se colará en la mirada paralela del observador (2008: 75). Ésta es la situación de la Cartografía. Al decidir qué partes del territorio son valiosas, dónde se colocarán las fronteras, la nomenclatura que se usará, incluso los colores, los mapas dejan todo un mundo fuera.

Tradicionalmente, al hacerse desde un punto de vista jerárquico, los cartógrafos dejan fuera identidades que no consideran importantes. Tal es el caso de las culturas nativas de todo el continente americano, cuyas poblaciones o fronteras iniciales no son contempladas por la Cartografía tradicional: lo mismo sucede con las mujeres, tanto en los mapas como en el paisaje urbano. Pensemos no sólo en Manhattan, que al ser recorrida a pie ofrece monumentos, nombres de calles que pueden ser numéricas o hacer referencia a una persona importante (generalmente varón); dejemos que nuestra mirada vaya hacia la Ciudad de México, donde las avenidas principales y la gran mayoría de las calles llevan también nombres masculinos. Los monumentos donde aparecen figuras femeninas no representan una mujer, sino que son alegorías desnudas, por su puesto.

He ahí la importancia de un mapa como el de Roy: anota los hogares de las mujeres en Manhattan haciéndolas visibles, llevándolas dentro del marco de la representación y exigiendo al paisaje urbano una modificación necesaria, aunque sea sólo en el imaginario.

–Orly

 

 

Recorrido subterráneo

Sin embargo, el mapa de Roy se desarrolla sobre la red del metro, un mapa que privilegia el origen y el destino y donde el recorrido es, al menos en principio, solo tránsito. ¿Qué puede significar esto? Imaginemos que subimos en una de las estaciones de nombre femenino propuestas por Roy. Todo el camino iremos dentro de un vagón que no cambia. Bueno, sí cambia, se suben y bajan diversas personas, suben y bajan historias que no conocemos, tan invisibles como las estaciones en las que no descenderemos. Sin embargo, el mapa nos arroja invitaciones que corren a la misma velocidad que la estancia del vagón que solo podrían cristalizarse en historias urbanas de las mujeres que habitaron esos lugares de bajarnos en cada parada. En este sentido, cada estación adelanta el potencial de la estación susceptible de convertirse en lugar si nos detenemos en ella. La decisión y objetivo del viajante definirá si el mapa logra convertir en lugares de historias femeninas a determinados sitios del recorrido, o si quedarán solo como estaciones de nombre de mujer.

Así, el mapa de Roy alcanza sus limitaciones. Es resignificación femenina de una ciudad que corre por debajo y a toda velocidad, una circunstancia que dificulta la mirada detenida que sería condición necesaria para la transformación de la consciencia, porque ver no es mirar; percibir requiere detenimiento y tiempo.

–Aura

 

El rosa como brújula de género

El mapa se mantiene en el nivel subterráneo y apunta de forma, al parecer, involuntaria hacia la situación de la mujer urbana, quien constantemente es juzgada si decide hacer suyo el espacio de la calle. Sólo hay que pensar en respuestas comunes a situaciones de acoso y violencia sexual: “¿Qué hacía sola en la calle?, ¿Porque estaba afuera de su casa de noche?, ¿Qué no sabe que la ciudad es peligrosa?”. El territorio urbano es considerado esencialmente masculino: son ellos quienes se pueden mover con libertad y ejercer su identidad a partir del andar urbano. Por supuesto, esta situación ha encontrado tensiones a lo largo del siglo pasado, cuando la participación femenina en la fuerza de trabajo aumentó. En las primeras décadas del siglo XXI existen fuertes cuestionamientos sobre el papel de la mujer en las grandes ciudades y cómo ejercer un papel dominante en el espacio urbano: el mapa de Roy es una representación de esta lucha.

Otro punto a considerar es que, como se mencionó anteriormente, la selección cartográfica no es azarosa. Este mapa es predominantemente rosa. Los colores que lo componen son de la gama pastel, lo cual remite a la forma en la que comúnmente se representa lo femenino. En el mundo de la mercadotecnia estamos acostumbradas a que “lo rosa es lo que nos pertenece”: las rasuradoras, los desodorantes, las plumas.

¿Por qué, entonces, en un mapa donde se busca criticar la supremacía masculina se decidió usar los mismos colores que estereotipan a las mujeres? Quizá fue sólo una salida fácil de la cartógrafa. Sin embargo, al desmenuzar un mapa, vale la pena realizar este tipo de cuestionamientos y mapear, también nosotras como observadoras, una ciudad de mujeres donde se interroguen las representaciones que son, a primera vista, propuestas feministas.

Pienso, al realizar estas observaciones, en la publicidad que se ha popularizado alrededor del feminismo: un movimiento social que lucha por derechos fundamentales para seres humanos es apropiado por el circuito del consumo para vender, particularmente a las mujeres, otra forma de ser. Resultan propuestas casi esquizofrénicas, donde empresas como Unilever refuerzan, por un lado, estereotipos sexistas al objetivizar a las mujeres (como en los anuncios de Axe) y por otro dicen “Sé tú misma, que así eres bella” (con las campañas de la marca Dove). En una última instancia, lo importante para quienes emiten

Con lo anterior no pretendo concluir que el mapa de Roy se inserta de la misma manera que la publicidad en el círculo del consumo, aunque cae en las mismas trampas de representación que busca cuestionar: al elegir esos colores refuerza estereotipos que hay que polemizar para posicionar a mujeres empoderadas en el paisaje urbano.

–Orly

 

 

De arriba a abajo

Desde otros sitios, el mapa logra sortear y evitar las problemáticas de exclusión recurrentes en diversas expresiones. En este sentido, en la cartografía se localizan diversas mujeres -junto con sus historias y el mapeo de dichas vivencias, orígenes y acontecimientos- provenientes tanto de la “alta” como de la “baja” cultura. Todas ellas han sido partícipes en el forjado de la historia de la Ciudad de Nueva York, todas ellas merecen y necesitan ser mencionadas y situadas para construir una red de memorias de género hechas calle, estación y ruta: desde cantantes de música pop como Beyoncé, actrices famosas como Susan Sarandon, activistas como Eleanor Roosvelt, hasta personalidades de las bellas artes como Georgia O’Keefe.

De esta manera, el mapa visibiliza sin discriminar. Si solamente aparecieran las mujeres que valida la historia oficial, la propuesta de Roy, lejos de dar voz, estaría afirmando un discurso dominante. Afortunadamente no lo hace, sino que descubre los pasos, los barrios y los lugares de significación que adquieren este rango gracias a las trayectorias, vidas y acciones de muchas mujeres de muchas trincheras.

–Aura

 

El lugar de una mujer es…

Existen piezas artísticas que buscan dar un lugar a la mujer en la Historia (o Herstory) y en el paisaje urbano. Una de éstas es la instalación producida entre 1974 y 1979 de Judy Chicago, Dinner Party, que actualmente se encuentra de forma permanente en el Museo de Brooklyn. La obra muestra una mesa triangular con 39 lugares donde hay platos de porcelana pintados a mano representando, cada uno, a diferentes mujeres a lo largo de la historia occidental, entre las cuales están Virginia Woolf, Hypatia y Georgia O’Keefe.

Mireia Sallarès, por su parte, realizó un México una pieza artística con la colaboración de mujeres de Tepito, quienes se hacen llamar Las 7 cabronas e invisibles de Tepito. El resultado es una intervención en la Unidad Habitacional La Fortaleza, donde instaló un zócalo con la inscripción “A Las 7 cabronas e invisibles de Tepito, las de antes y todas las que vendrán. Tepito, julio 2009″. La figura femenina se integra a un paisaje urbano esencialmente machista: cualquier mujer puede pararse sobre la plataforma para formar un monumento.

Vale la pena contrastar el mapa de Roy con otras piezas cartográficas. A Map of the Open Country of a Woman’s Heart (ca. 1833) de D. W. Kellogg, por ejemplo, fue creado para representar los ideales victorianos de lo que significaba ser mujer. El modelo de feminidad del siglo XIX inglés se muestra con rasgos vanidosos y superficiales que se comprimen en la figura de un corazón, apelando a la emocionalidad (en oposición a la razón) que se le ha achacado a las mujeres como un atributo principal.

Existen diferentes aproximaciones para posicionar a la mujer en el espacio a través de la representación: unas más acertadas que otras. El mapa de Roy es una propuesta valiosa que se inserta en una tradición feminista al poner sobre la mesa, no platos de porcelana, sino cuestionamientos sobre el espacio urbano.

–Orly

 

Del mapa al recorrido

El planteamiento de Roy sigue instalado en una invitación potencial que, de no ser activado por el lector para convertirlo en recorrido vivido, se asemejará a “un plato de porcelana”, signo eminente para el interlocutor de la obra (el viejo espectador), pero que no alcanza la dimensión pragmática donde se concretan las transformaciones sociales.

Para ser obra completa, el mapa de Roy deberá trazarse en la deriva ejecutada por quienes conviertan al mapa en un desplazamiento en acto, como Las 7 cabronas e invisibles de Tepito que instalan un pedestal que, además de simbólico, es presencia concreta sobre el que cualquier mujer podrá convertirse en el monumento viviente de una cabrona que triunfa, finalmente.

El mapa, por ahora, es signo, representación, una obra que necesita de la puesta en acto, de la experiencia vivida propia del espectro fenomenológico: ¡pongamos el signo en acción! (Elizondo, 2003).

¿Qué pasaría si en la Ciudad de México nos preguntáramos qué mujeres pueden nombrar calles o estaciones de metro? Saldría a la luz la necesidad de visibilizar el trabajo y la importancia de las mujeres como individuos y no como masas anónimas y alegorías como el monumento a la madre, la Diana o el mismo Ángel de la Independencia.

–Aura

 

El espejo cartográfico sobre el cual andamos

En este sentido, la pieza cartográfica adquiere sentido en el nivel de la performatividad. El andar que es marcado por el mapa da un nuevo sentido al paisaje urbano al ser modificado desde la representación.

Ya en el plano de lo performativo, me atrevo a sugerir un ejercicio y proponer que el lector haga una cartografía mental al estilo Yoko Ono. Imaginemos un recorrido por la Ciudad de México en el que se nombre a las mujeres. Podemos poner un pie fuera de nuestra casa y sacar así al dominio de la ciudad a cada una de las mujeres que nos parece significativas. Por ejemplo, nombremos nuestra propia calle como Antonieta Rivas Mercado, Amalia Castillo Ledón, la Güera Rodríguez, Rosario Castellanos, Norma Romero o Digna Ochoa. Demos vuelta en la esquina para ir hacia la tiendita más cercana y leamos en ese cruce los nombres de dos de estas mujeres. Pasemos en el camino frente a una estatua que se pare orgullosa sobre su base: en esta ocasión, la figura femenina que vemos no está desnuda ni es alegórica. Sigamos el recorrido hasta que el imaginario cartográfico esté agotado.

¿Cómo cambiaría nuestra forma de respirar la ciudad, de caminarla, de sentirla? Si decidimos trasladar ese mapa imaginario al papel, nuestra mano recorrerá la urbe al trazarla con estos nombres y cambiará algo en nosotros, en la forma en la que miramos el espacio que recorremos a diario. Como mujeres, sería más fácil sentirnos parte del andar citadino y quizá, sólo quizá, sería un principio para reclamar el espacio público que también nos pertenece.

Llevamos con la mirada todo lo que queda en el silencio hacia la luz de lo mapeado. Empecemos por ajustar una nueva mirada cartográfica para reconocer lo que nos rodea. Si algo se puede concluir de los estudios cartográficos es que, ante todo, hay que dudar de la representación y considerarla siempre una mirada subjetiva que es mutable. Es en esta subjetividad donde se inserta la cartografía artística para dar voz aquello que ha sido silenciado. Es en esta cartografía donde también cabemos nosotras, todas, para mirarnos por fin el espejo de la ciudad como algo propio.

–Orly

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