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Alma Mater

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29 mayo, 2018
por Dan Handel

Mapa del territorio noroeste de los Estados Unidos, por Thomas Jefferson

 

Este texto se publicó originalmente en e-flux Architecture.
Se reproduce aquí con permiso de la editorial,
los curadores del Pabellón de EEUU en la Bienal de Venecia y el autor.
Lee el texto original.

 

 

No había nada más que tierra: no era un país en absoluto,
sino el material con el que los países se hacían.
—Willa Cather, My Antonia (1917)

 

En los Estados Unidos, la tierra precede a la nación. Por supuesto, históricamente hablando, todas las naciones se definieron en relación a un territorio dado, pero la tierra en América no es simplemente un territorio. Más bien, es una entidad civilizadora a través de la cual la ciudadanía se negocia continuamente. Durante siglos, la formación de los estadounidenses se describió como el resultado de encuentros con vastas extensiones de tierras conteniendo grandes depósitos de riqueza o por el precio por milla cuadrada de terreno. De contar en el este sobre el oro encontrado en la cuenca del río Sacramento a los retratos del paraíso agrícola en folletos ferroviarios, los contras de los especuladores o la imaginación de arquitectos de una forma de edificar exclusivamente estadounidense, el papel de la descripción de la tierra fue primordial.

La tierra se transformó así en un país a través de las palabras. Diferentes géneros de escritura —bitácoras de agrimensores, diarios personales, discursos públicos, experimentos de literatura moderna o teoría arquitectónica en estilo gonzo— han empleado la descripción en una variedad de maneras distintas para dar forma a la comprensión y el significado de la ciudadanía estadounidense. Si bien estos modos aparecieron por primera vez en períodos históricos distintos, todavía están presentes hoy en día, no sólo en la esfera pública y los círculos literarios, sino también en el discurso arquitectónico. En toda su extesnión, a la tierra se le han asignado diferentes roles culturales que van más allá de sus funciones cotidianas, aunque se destacan tres por su presencia duradera durante siglos de desarrollo estadounidense: liberación, especulación e historia.

Liberación

Uno de los mitos fundacionales de los Estados Unidos es que gran extensión de tierra podría generar un grado de libertad que de otro modo sería inaudito en el Viejo Mundo. La asociación entre el cultivo de la tierra y el surgimiento de una nueva civilización se convirtió en un tema prominente durante el siglo XVIII en la forma de un mito agrario. “Se ha convertido en estadounidense” —escribe J. Hector St. John de Crèvecœur en su popular Letters from an American Farmer, de 1782— “al ser recibido en el amplio regazo de nuestra gran alma mater“. En otra parte, argumenta que la tierra da forma a la virtud cívica: “en el instante en que entro en mi propio terreno, la brillante idea de la propiedad, del derecho exclusivo, de la independencia exalta mi mente.”(1) Es fama que Thomas Jefferson compartió este sentimiento cuando escribió que “quienes cultivan la tierra son el ciudadanos más valiosos. Son los más vigorosos, los más independientes, los más virtuosos y están vinculados a su país y unidos a su libertad e intereses por las ligas más duraderas.”(2) 

Estas descripciones vinculan implícitamente el cultivo, la cultura y la civilización, haciendo eco de su origen compartido en el cultus romano, usado en obras como De Republica de Cicerón o las Geórgicas de Virgilio, que Jefferson probablemente conocía bien.(3) En cada una, la interacción con la tierra nos libera de la opresión de la estructura de clases y permite que surja una república de personas libres. Sin embargo, incluso en la América del siglo XVIII, el país de las maravillas agrarias de Jefferson era en su mayor parte una ilusión: inaccesible para grandes sectores de la sociedad, mortal para otros, y pronto tomado por agentes inmobiliarios y especuladores. A medida que la democracia estadounidense maduró, se hizo evidente que a los agricultores se unirían trabajadores e industriales en la construcción de la nación. Si bien reconciliar las tensiones entre la república y la democracia fue un proceso que se desarrolló lentamente durante la mayor parte del siglo XIX y hasta bien entrado el XX, la tierra mantuvo su capacidad para rechazar todas las formas de enfermedades provenientes del viejo mundo. Era como si, tal como observó Alexis de Tocqueville, “el suelo en América se opusiera por completo a la aristocracia territorial”. El resultado de esta oposición inherente fue una nación democrática con “simplemente la clase de los ricos y la de los pobres.”(4) El potencial liberador y democratizador de la tierra se convirtió en un mito popular, reflejado tanto en himnos patrióticos, “jurando lealtad a la tierra que es libre,” como en letras folclóricas individualistas, sosteniendo que “esta tierra fue hecha para ti y para mí.”(5) 

Como el trabajo de la tierra ya no era la tarea esencial de todos los ciudadanos, trabajar con la tierra se convirtió en sinónimo de reforzar los principios democráticos estadounidenses. Por ejemplo, cuando Frank Lloyd Wright abogó por que todos los edificios deberían ser “de la tierra,” evidente en “términos arquitectónicos de verdadera libertad democrática ligada al suelo [que] surgiría naturalmente de la topografía,” o cuando fundadores de Drop City, imbuidos por LSD, declararon que la tierra sería “para siempre libre y abierta a todas las personas,” reafirmaron, cada uno a través de su propio conjunto de valores, los vínculos entre tierra y libertad, llevando así su narrativa mítica al corazón de la América de posguerra.(6)

Curiosamente, incluso cuando la tierra se convirtió en un opresor, no dejó de poseer un aura de libertad y promesa. “[Mis padres] erraron,” —escribe Ben Metcalf— “en su presuposición compartida, con gran parte de los Estados Unidos, de que la propiedad de la tierra era un derecho natural heredado del cielo, en lugar de una vergonzosa treta perpetuada por los bancos… que nos hicieron creer que habíamos adquirido la tierra, cuando en realidad la tierra nos había adquirido; y mientras que la tierra estaba, en mi opinión, perfectamente feliz con este arreglo, en un tiempo notablemente corto nosotros dejamos de serlo.”(7) 

 

Especulación

Mientras que los líderes estadounidenses pudieron haber estado reflexionando sobre la agricultura, siempre fue la ganancia lo que les guió. La ganancia inherente que se encuentra en vastas extensiones de tierra engendró una clase de personas cuya tarea era describir lugares lejanos para los compradores potenciales: especuladores, impulsores y promotores cuyas palabras transformaron el lenguaje técnico de los topógrafos en fantasía de la frontera.

Esta práctica no era ajena a la élite política. El mismo George Washington, un agrimensor capacitado, lideró el camino. Con buen ojo para los negocios, se convirtió en uno de los especuladores de terreno más activos del país en los años previos a la revolución estadounidense. Estuvo primero involucrado con la Compañía de Ohio, que especuló con las tierras para el asentamiento de los habitantes de Virginia, y luego se asoció con sus vecinos para formar su propia Compañía de Misisipi. En la década de 1760, Washington desarrolló sus propios esquemas basados ​​en tierras otorgadas a veteranos, que esperaba colonizar activamente mientras se aseguraba las mejores para él. En 1770, se embarcó en un “viaje de caza” con la intención de describir las tierras alrededor de Fort Pitt, Pensilvania y otras cercanas en el río Ohio. Su descripción de estas tierras, “contrarias a la propiedad de todas las otras que he visto,” en las que “las colinas son la tierra más rica; el suelo de estas tan negro como el carbón y donde crecen la nuez y la cereza,”condujo a patentes exitosas.(8) En 1773, anunció sus 20,000 acres de tierra adquirida a los colonos, aludiendo a que su valor podría aumentar drásticamente si el plan para establecer un nuevo gobierno en Ohio “de la manera en que se habla” se llevara a efecto.

La promoción, por supuesto, no siempre fue tan elegante. A medida que la carrera hacia el oeste continuó, tomó un giro agresivo contra el ideal agrario. Al describir la historia de la tierra en el sur de California, Reyner Banham escribe:

Los Yankees irrumpieron en la cresta de una oleada de autoconfianza tecnológica y abandono empresarial que dejó a la ganadería simple con pocas esperanzas de supervivencia. La tierra fue adquirida de los terratenientes por todos los medios prescritos y algunos fuera de cualquier regla, fue subdividida, regada, cultivada de manera intensiva y, finalmente, ofrecida como parcelas residenciales en un paisaje que debe haber aparecido a cualquiera desde el este de las Montañas Rocallosas. como un paraíso terrenal.(9) 

A menudo se prometió el paraíso y siguió toda una historia de burbujas financieras —desde el fraude de terrenos en Yazoo, Georgia y el ferrocarril Banana Belt de Jay Cooke hasta las innumerables ciudades en auge en Kansas, Oklahoma, Nebraska o California. A lo largo de esa historia, los materiales promocionales ampliamente ilustrados utilizaron la arquitectura y el diseño urbano para dar color a las descripciones con un tono realista, a menudo exagerado, de ciudades instantáneas en ubicaciones remotas.

Refiriéndose sarcásticamente al hiper-optimismo de tales publicaciones, un congresista de 1871 dijo:

Lo veo representado en este mapa: que Duluth está situada exactamente a mitad de camino entre las latitudes de París y Venecia, por lo que los caballeros que inhalaron los aires estimulantes del primero o se posaron ​bajo la dorada luz de la segunda, pueden ver de un vistazo que Duluth debe ser un lugar de deleites indescriptibles, un paraíso terrestre, avivado por los céfiros balsámicos de una eterna primavera, vestidos con el hermoso brillo de las eternas flores y con la melodía plateada de los cantores elegidos.(10) 

Los ecos de las declaraciones pomposas del pasado todavía resuenan con los desarrolladores de bienes raíces contemporáneos, los mercadólogos y sus arquitectos, describiendo tramos de terrenos en venta como “el futuro de Florida” o promoviendo un complejo de búnkeres en Dakota del Sur como la “más grande comunidad-refugio en la tierra.”(11) Mucho tiempo después de que la frontera se cerró y todo el país fue colonizado, los especuladores siguen describiendo la tierra como algo que permite promover la forma vida estadounidense, atrayendo a nuevos inmigrantes, veteranos o baby boomers jubilados para unirse en el paseo. En los Levittowns y las comunidades planeadas del New Urbanism, respaldadas por préstamos del gobierno y deuda sub-prime, se nos invita a reafirmar nuestra pertenencia a una nación imaginaria de individuos con ideas afines. En estos enclaves de fantasía, cuidadosamente establecidos contra un ambiente hostil de inmigración, crisis económicas y trabajos que desaparecen como vemos repetidamente en los medios, uno se convierte en estadounidense cumpliendo con la promesa especulativa de la tierra. Lo que se encuentra fuera de estos enclaves es mera ficción.

 

Historia

Más allá del alcance tanto de la agricultura como del desarrollo, siempre hubo otra categoría para la tierra. La existencia de superficies inconmensurables que estaban ya sea fuera de su alcance o que eran demasiado difíciles de cultivar, lo que dificulta que se especule con ellas, siempre ha sido y sigue siendo un elemento definitorio de la cultura estadounidense. “En los Estados Unidos,” escribió Gertrude Stein, “hay más espacio donde nadie está que donde está alguien. Eso es lo que hace que Estados Unidos sea lo que es.”(12) 

El vacío en el que nadie (o al menos nadie como nosotros) ha sido idealizado en innumerables relatos, tanto por académicos como por medios populares, desde el persistente mito jacksoniano de la frontera como la condición en la que se definió el carácter estadounidense, hasta la interpretación de Leonardo DiCaprio del comerciante de pieles sobreviviente Hugh Glass en The Revenant. Mientras fue removido de las formas de habitación humanas, todavía estaba asociado con los derechos naturales de cada estadounidense (blanco). Como escribió James Fenimore Cooper: “El aire, el agua y el suelo son obsequios para el hombre y nadie tiene el poder de repartirlos en parcelas. El hombre debe beber, respirar y caminar, y por lo tanto cada uno tiene derecho a su parte de tierra.”(13) El vacío formó una imagen tan poderosa de la cultura estadounidense que los estados y el gobierno federal asignaron vastas áreas para su preservación y ciudadanos acuden por millones a experimentarlo. Sin embargo, sigue siendo muy difícil de expresar con palabras, abrumando a narradores con su complejidad, extrañeza y tamaño. El historiador del paisaje John Stilgoe escribe que “la inmensidad espacial exige una designación,” instando a los intelectuales y diseñadores a encontrar palabras para confrontar “al continente mismo,” y así desafiar sus propias fronteras disciplinarias y sociales.(14) 

Una de esas provocaciones fue presentada por Aldo Leopold, basada en años de observación atenta y descripciones detalladas recogidas en su Sand County Almanac. El concepto de Leopold de “ética de la tierra” simplemente requiere ampliar “los límites de la comunidad para incluir suelos, aguas, plantas y animales, o colectivamente: la tierra.”(15) Una vez que la tierra se entiende como parte de una comunidad de partes interdependientes en qué los individuos compiten o cooperan, las implicaciones para nociones de ciudadanía y derechos naturales se vuelven radicales. Para Leopold, la ética de la tierra puede convertirse en una lente a través de la cual se puede reconsiderar la totalidad de la historia humana: “Muchos eventos históricos, hasta ahora explicados únicamente en términos de empresa humana, eran realmente interacciones bióticas entre las personas y la tierra… Las características de la tierra determinan los hechos de manera tan potente como las características de los hombres que vivían en ella.”(16) En otras palabras, la descripción de lo que se consideraba demasiado difícil de describir —los sistemas complejos que comprenden la tierra y determinan sus interacciones con los humanos— es un primera paso hacia una nueva definición de una forma de vida estadounidense.

 

Futuro

En 2017, el presidente Trump decidió revertir las decisiones de sus predecesores y reducir el tamaño de dos monumentos nacionales en Utah —Bears Ears National Monument y Grand Staircase-Escalanteby— en aproximadamente dos millones de acres. Esta decisión fue considerada por los medios liberales como un precedente peligroso en el que las tierras públicas estarán disponibles para perforar en busca de petróleo y otras operaciones extractivas, traicionando así una tradición estadounidense de conservación. Sin embargo, Trump razonó su decisión al abordar la libertad de cada ciudadano para cuidar la tierra basándose en el conocimiento personal de primera mano, en lugar de delegarla en la sagacidad burocrática profesional: “Su vínculo intemporal con la vida al aire libre no debe reemplazarse con los caprichos de legisladores a miles y miles de millas de distancia. No conocen su tierra y, realmente, no les importa su tierra como ustedes.” En su opinión, una democracia más directa puede surgir una vez que la tierra pertenezca a los ciudadanos. “He venido a Utah … para revertir la extralimitada acción federal y restaurar los derechos de esta tierra a sus ciudadanos.”(17) Esta perspectiva combina el entendimiento de la tierra como liberación, especulación e historia casi sin interrupciones, moviéndose hacia atrás y hacia adelante en el tiempo hacia unos Estados Unidos imaginarios. En este discurso, como en otros casos descritos anteriormente, la descripción se convierte en algo más que un recurso literario, no solo reflejando las realidades de ciudadanía dadas, como se refleja en la asignación de tierras y su manipulación, pero buscando activamente la preservación o el cambio de tales realidades. En una era en que las palabras hablan más que la acción, la forma como elegimos describir nuestro entorno y a nosotros mismos se vuelve aún más crucial para la definición de una identidad nacional, cualquiera que sea lo que el término pueda significar hoy. Por otra parte, tal vez este fue siempre el caso en los Estados Unidos.

 


 

Dimensiones de la ciudadanía es una colaboración entre e-flux Architecture y el Pabellón de los Estados Unidos en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2018, curado por Niall Atkinson, Ann Lui y Mimi Zeiger.

 


 

(1) J. Hector St. John de Crèvecoeur, Letters from an American farmer (Londres: Thomas Davies and Lockyer Davis, 1782)

(2) Thomas Jefferson, Carta a John Jay, 23 de agosto, 1785.

(3) El paisaje ideal para Virgilio y la idea pastoral fueron de importancia central en la experiencia americana tal como fue delineada tanto por europeos como por americanos. Véase Leo Marx, The Machine in the Garden: Technology and the Pastoral Ideal in America (Oxford: Oxford University Press, 2000).

(4) Alexis de Tocqueville, Democracy in America (Nueva York: George Dearborn & Co., Adlard and Saunders, 1838).

(5) Irving Berlin, God Bless America (1938) y Woody Guthrie, This Land is Your Land (1939). Guthrie escribió la letra de su canción en respuesta crítica a la de Berlin, enfatizando la libertad individual: “Nobody living can ever stop me, / As I go walking that freedom highway; / Nobody living can ever make me turn back / This land was made for you and me.” (Nadie vivo podrá jamás pararme / mientras camine por la ruta de la libertad, / nadie vivo podrá darme la espalda / esta tierra fue hecha para ti y para mi.”)

(6) Frank Lloyd Wright, The Living City (Nueva York: Horizon Press, 1958); John Curl, uno de los fundadores de Drop City, recordando la declaración de 1966, en Curl, For All the People (Oakland: PM Press, 2012).

(7) Ben Metcalf, Against the Country (Nueva York: Random House, 2015).

(8) George Washington, Journal of a tour to the Ohio River (1770), en The Writings of George Washington (Boston: Ferdinand Andrews, 1840).

(9) Reyner Banham, Los Angeles: The Architecture of Four Ecologies (Allen Lane, 1971).

(10) Congresista J. Proctor Knott, discurso pronunciado en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos (1871), citado por A. M. Sakolski, The Great American Land Bubble (Nueva York and London: Harper & Brothers, 1932), 305–6.

(11) Cita de Howard H. Leach de la Foley Timber and Land Company, compañía que ofreció 560 mil acres de terreno, aproximadamente el tamaño de Rhode Island, en venta. Véase David Gelles, “560,000-Acre Swath of Florida Land Going on the Market,” New York Times, 1 de abril, 2015. Véase también material de promoción del proyecto Vivos xPoint, https://www.terravivos.com/secure/vivosxpoint.htm.

(12) Gertrude Stein, The Geographical History of America (New York: Random House, 1936).

(13) James Fenimore Cooper, The Prairie: A Tale (Paris: Hector Bossange, 1827).

(14) John Stilgoe, “Wuthering Immensity,” Manifest – Journal of American Architecture and Urbanism 1 (2014): 12–19.

(15)  Aldo Leopold, A Sand County Almanac (Nueva York and Oxford: Oxford University Press, 1949).

(16) Ibid., 216.

(17) Donald Trump, Remarks on the Antiquities Act at the Utah Capitol, December 4, 2017.

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