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¡Felices fiestas!
30 julio, 2021
por Olga Subirós
Ante la evidencia científica de que la contaminación del aire actual en las ciudades mata y que esta crisis de salud pública está interrelacionada con la crisis climática y la actual pandemia, el artículo insta a arquitectos, urbanistas y paisajistas a contribuir a un cambio radical de modelo urbano imperante que, en muchos casos, prioriza las lógicas de la economía neoliberal por encima de la salud de sus habitantes (1).
El aire es el hilo conductor de este cambio necesario y que no es posible si no se cuestiona el marco de pensamiento y las metodologías con las que arquitectos y urbanistas han estado trabajando hasta ahora. Para hacer esta lectura crítica del pasado, el artículo revisa momentos históricos de la regulación de la calidad del aire, de la reivindicación del aire limpio a escala planetaria y de conceptos del pensamiento moderno como ecología y urbanización (2) proponiendo un desplazamiento del paradigma cultural a partir de propuestas de la filosofía postmoderna y contemporánea (3).
Esta nueva «mentalidad» permite la adopción, con una renovada orientación para el bien común humano y no humano, de metodologías y tecnologías que la transformación digital pone a nuestro alcance para desarrollar prácticas de planeamiento urbano emergentes. En esta dirección se ha desarrollado el proyecto Air/Aria/Aire que se presenta en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2021 (4), y que resitúa la ofensiva por el derecho a respirar aire limpio en la acción local del rediseño del aire de las ciudades, desde el deseo radical de poner la vida en el centro (5).
El amor no está en el aire
El 19 de octubre de 2017 la revista The Lancet publicó las conclusiones de una comisión de estudio sobre la contaminación y la salud (The Lancet Commission on Pollution and Health) entre las que destacaba que la contaminación es la mayor causa ambiental de enfermedad y muerte prematura en el mundo. Según el estudio, las enfermedades causadas por la contaminación fueron responsables de aproximadamente nueve millones de muertes prematuras en 2015, el 16 % de todas las muertes en el mundo, tres veces más muertos que las causadas per el sida, la tuberculosis y la malaria combinadas y quince veces más que todas las guerras y otras formas de violencia.
La OMS tiene una de las bases de datos más grandes de contaminación del aire: la WHO Global Urban Ambient Pollution Database. En los últimos dos años, la base de datos, que ahora cubre más de 4.300 ciudades y asentamientos de 108 países, casi se ha duplicado, con cada vez más ubicaciones que miden los niveles de contaminación del aire y reconocen los impactos asociados a la salud. Según la OMS, siete millones de personas mueren al año a causa de la contaminación del aire y nueve de cada diez personas respiran aire con niveles altos de contaminación. Las ciudades están severamente afectadas por la baja calidad del aire porque son las responsables del 85 % de la actividad económica global. En ellas se concentra la población, el consumo energético, el tráfico, la actividad constructiva y, en muchas de ellas también, la actividad industrial. La crisis de la contaminación del aire es una crisis de salud pública en crecimiento constante. Se prevé que las ciudades pasen de representar el 55 % de la población del mundo al 68 % de aquí hasta el 2050. La evidencia científica es clara: la contaminación del aire mata y lo hace principalmente en las ciudades.
En primer lugar, debemos comprender que, a pesar de que las emisiones de CO2 son las responsables de la crisis climática, este no es el gas que afecta directamente la salud de los habitantes de las ciudades. Inhalamos gases tóxicos (principalmente NO2 y O3) y partículas contaminantes (llamadas PM10, PM2,5 y partículas ultrafinas según el tamaño que tengan), en la mayoría de casos invisibles a nuestros ojos, que se acumulan en nuestro cuerpo y causan inflamación de los órganos respiratorios, y que provocan asma, cáncer de pulmón y enfermedades cardiorrespiratorias entre otras dolencias. Las micropartículas se desplazan por el flujo sanguíneo y llegan y se acumulan en lugares tan sensibles como el cerebro o la placenta provocando enfermedades neurodegenerativas y ralentización del sistema neurológico en edades vulnerables como son la infancia y la vejez. En el caso de Europa son más de 400.000 muertes al año por contaminación del aire «a pie de calle», principalmente proveniente del transporte de personas y mercancías en vehículos de combustible fósil.
En segundo lugar, debemos tener en cuenta que la contaminación del aire está íntimamente vinculada a la emergencia climática. Las concentraciones de emisiones de CO2 no afectan directamente la salud humana pero sí tienen un efecto indirecto cuando se elevan a capas superiores de la atmosfera y producen, por acumulación a lo largo de los años, el efecto invernadero que está provocando el aumento de la temperatura del planeta y que, a su vez, provoca también el aumento de las temperaturas en las ciudades llamado «efecto isla de calor». El aumento de las temperaturas, en especial en las zonas urbanas, favorece las reacciones químicas que provocan que el NO2 se transforme en O3, ozono troposférico, un potente oxidante nocivo para la salud. También el calentamiento global lleva a las ciudades, cada vez más a menudo, vientos con polvo de zonas desérticas y de incendios de zonas forestales que van directamente a engrosar las partículas de los vehículos de combustión fósil y, por tanto, a incrementar los problemas de respiración.
Tercero, hay que ser conscientes de que la vulnerabilidad de la población urbana ante la contaminación del aire en las ciudades es una crisis de salud pública que también provoca que esta población tenga más riesgo ante otros problemas sanitarios. La crisis sanitaria por la pandemia del virus COVID-19 se transmite por el aire, y es especialmente virulenta en ciudades con altos niveles de contaminación del aire, ya que se encuentra con poblaciones con una precondición que los vuelve más vulnerables a la infección por haber sido expuestas durante años a la contaminación «a pie de calle».
Los efectos de la contaminación del aire, la crisis climática y la crisis sanitaria son fenómenos interrelacionados que se materializan en el aire y todas ellas evidencian que son, también, una crisis política, social y económica. El amor no está en el aire.
Fig 1. Delhi. Fotografía de Jean-Etienne Minh-Duy Poirrier, CC BY-SA 2.0 Fig 2. Humo proveniente de un incendio forestal sobre San Francisco. Fotografía Christopher Michel CC BY 2.0.
«Salvemos nuestro nuestro nuestro nuestro planeta».
La lucha contra la contaminación del aire va unida a crisis sanitarias y a las reivindicaciones medioambientales que se empezaron a vivir más intensamente desde mediados del siglo xx. El primer National Air Pollution Symposium en los Estados Unidos, que se organizó en 1949 en respuesta al episodio de esmog que tuvo lugar en la ciudad de Donora en 1948 y que provocó doce muertes y siete mil afectados, abrió el camino a la creación del Air Pollution Control Act de 1955. El Gobierno británico aprobó el Clean Air Act de 1956 como reacción al Great Smog que provocó la muerte de doce mil personas por contaminación del aire en Londres. En 1970, veinte millones de personas salieron a manifestarse en los Estados Unidos en la que fue la primera celebración del Día de la Tierra para pedir la protección del medio ambiente y denunciar los efectos de la deterioración ambiental en la salud humana y la de nuestro entorno.
Fig 3: Día de la Tierra en Nueva York, 1970. Fotografía © Santi Visalli / Getty Images
El Día de la Tierra de ese año es considerado, para muchos, el nacimiento de los movimientos ambientalistas actuales, de la lucha contra los combustibles fósiles y contra la contaminación, especialmente la del aire, y del origen de reivindicaciones como «Salvemos nuestro planeta».
En las primeras campañas de «Salvemos nuestro planeta» es significativa la presencia de la arquitectura de Buckminster Fuller en las series de sellos anticontaminación de los Estados Unidos, de los cuales se imprimieron 175 millones, y en la colección de pósteres de la campaña «Salvemos el planeta». Ambos casos dejan patente el hecho de que salvar nuestro planeta es también salvar nuestras ciudades. En el sello vemos en primer plano una cúpula geodésica, una arquitectura ligera de estructura distribuida, el ideal perfecto para las nuevas generaciones, en un entorno libre y verde y, en segundo plano, un perfil de una ciudad formada por edificios del movimiento moderno acabados con muros cortina de vidrio e interiores climatizados, como ejemplo de una arquitectura que hay que dejar atrás. En el póster aparece el proyecto icónico «Dome over Manhattan», una cúpula geodésica colosal que cubre la ciudad para salvarla y corregirla de su mal funcionamiento. Una cúpula para proteger la ciudad de un entorno hostil que consigue reducir el consumo de energía. Una ciudad donde se puede respirar aire limpio. Como decía Fuller, «Nunca se cambian las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, cread un modelo nuevo que vuelva obsoleto el modelo existente». El sello y el póster proponen un cambio radical en la concepción de la ciudad y nuestra forma de relacionarnos con el entorno, donde la piel de los edificios ya no es la interficie entre el interior y el exterior.
Fig 4: Póster «Save our planet! Save our cities», 1971. Buckminster Fuller para Olivetti Ltd. Associazione Archivio Storico Olivetti, Ivrea, Italia
Fig 5a 5b: Serie de cuatro sellos para la campaña anticontaminación, US Postal Service, 1970
Herederos de Fuller, jóvenes arquitectos de Estados Unidos y de Europa dan respuesta crítica a la crisis medioambiental y, en concreto, sobre la contaminación del aire. Ant Farm, un colectivo de Berkeley, propone celebrar el primer Día de la Tierra de 1970 constituyéndose en una «Office of Air Emergency Mobilization». Una de las acciones principales consistía en una performance que recreaba una situación hipotética donde todo el aire del mundo estaría contaminado y los miembros de Ant Farm, con mascarillas, animarían a entrar en el único espacio donde se podría respirar aire limpio: el inflable «Clean Air Pod». El mismo año, otro colectivo de jóvenes arquitectos, Haus-Rucker-Co, proponen la acción «Cover: Shell» para cubrir todo el Museu Haus Lange, un edificio de Mies van der Rohe en Krefeld, Alemania, para protegerlo de la contaminación del aire. «Es una mirada a un posible futuro, cuando el aire de las ciudades esté contaminado y los espacios habitables deban cubrirse con refugios de aire limpio», explicaba Zamp Kelp, cofundador de Haus-Rucker-Co. Las dos acciones, a la manera de agit-prop, buscan proporcionar una imagen mediáticamente impactante y promover una conciencia ambiental.
Fig 6: Ant Farm, Cápsula de aire limpio, Día de la Tierra, 1970. Cortesía de Chip Lord Fig 7: Haus-Rucker-Co, cubierta sobre el Museo Haus Lange, proyecto de 1970, realización de 1971. © Archive Zamp Kelp / Haus-Rucker-Co
Pero, en último término, se trataría de condicionar un entorno para hacerlo habitable y extrapolarlo a todo el planeta para ser operado como una máquina, como una gran nave espacial. Y es precisamente Fuller quien popularizó la expresión «Soy un pasajero de la nave espacial Tierra» en su libro Operating Manual for Spaceship Earth en 1969.
La segunda mitad del siglo xx es la época en la que interiorizamos el sentimiento de propiedad sobre el planeta Tierra como algo «nuestro». En 1960 se emitió por primera vez por televisión la primera imagen producida por el satélite meteorológico Tiros-1. Asimismo, Apolo 8 consigue la primera imagen en color donde se ve cómo la Tierra parece salir de la Luna y Apolo 17 consigue por primera vez la fotografía completa de nuestro planeta azul. En 1990, se envía una imagen desde el extremo del sistema solar tomada por el satélite Voyager. La Terra se ve, en palabras de Carl Sagan, como un «punto azul pálido». Toda una serie de imágenes que construyeron un tipo de conciencia planetaria con la idea de hacérnoslo nuestro y con el mensaje de que somos «nosotros», los humanos, los que debemos salvarlo de nuestro impacto nocivo sobre la Tierra.
Fig 8. Imagen de la NASA tomada por un satélite de observación de infrarrojos por televisión, TIROS-1, el 1 de abril de 1960. Es la primera imagen de televisión de la tierra tomada por el primer satélite meteorológico orbital. Fuente: NASA
Han pasado cincuenta años desde el Día de la Tierra de 1970 y de aquella reivindicación «Salvemos nuestro planeta. Salvemos nuestras ciudades». Ni hemos salvado el planeta ni hemos salvado nuestras ciudades de la dependencia de los combustibles fósiles. El pabellón transparente y esférico de la Biosfera de Fuller quemó en Montreal dejando en evidencia su naturaleza petroquímica; Western Flag de John Gerrard continúa quemando petróleo, ahora virtualmente; y la escena final de la película de Lars von Trier nos imagina cerrando los ojos esperando el fin del mundo provocado por la colisión del planeta Melancolía como una metáfora de nuestro romanticismo y por nuestra imposibilidad de acción para salvar nuestro planeta.
Fig 9: El pabellón de los Estados Unidos en la Expo 67 de Montreal, diseñado por Buckminster R. Fuller en llamas la tarde del 20 de mayo de 1976. Fig 10. Instalación: John Gerrard: Western Flag (Spindletop, Texas) 2017, Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid, 2019. Thyssen-Bornemisza Art Contemporary Collection. Fotografía © Roberto Ruiz | TBA21
Fig 11. Melancolía de Lars von Trier, 2011. Escena final
Las reivindicaciones medioambientales han conseguido algunas mejoras en las regulaciones, pero pensar en clave planetaria, pensar en «Salvemos nuestro planeta», ha sido y es un mensaje que delega una responsabilidad inmensa en cada uno de los humanos; es, de alguna forma paralizante, un mensaje, en el fondo, desactivador y manipulador. El escritor Timothy Morton apunta sobre la intencionalidad de este «nosotros» cuando dice: «El concepto de Antropoceno que nos hace entender que estamos todos en el mismo barco porque todos nosotros nos hemos portado mal es pernicioso no solo porque reescribe la historia, sino también porque ofrece a las élites liberales globales y a las élites populistas nacionales una coartada para otros programas de desposesión y dominación para salvar los “humanos” de sí mismos». En este sentido, el filósofo Bruno Latour se pregunta cómo podemos ser «nosotros» los que causamos «todo esto» cuando no hay un cuerpo político, moral, pensante o sensible capaz de decir «nosotros», ni nadie que pueda decir la responsabilidad es mía, ya que el perpetrador es solo una parte de la especie humana, ricos y poderosos que no tienen forma definida ni límite. La crisis ecológica es una crisis provocada por la concepción de que todo era posible, un crecimiento sin límite gracias a una explotación infinita, porque el planeta era «nuestro». Se nos ha interpelado a «salvar nuestro planeta» desde este sentimiento de propiedad antropocéntrico desde un punto de vista distante.
Movimientos ciudadanos de protesta y de desobediencia civil, como Extinction Rebellion y Fridays for Future fundados en 2018, también evitaban culpabilizarnos individualmente y señalan y exigen responsabilidades directas a los gobernantes y a las corporaciones (cien de las cuales son responsables del 70 % de las emisiones de efecto invernadero) de inacción ante la evidencia científica de la emergencia climática, de la drástica reducción de la biodiversidad por causa de la acción humana y del riesgo inminente del colapso social y ecológico, reclamando acciones urgentes y radicales. Demasiados sectores, todavía, siguen ignorando o negando lo que la ciencia nos demuestra, que «nuestra» vida está en completa y radical interdependencia con el resto de especies, materias orgánicas e inorgánicas, y que el planeta ha estado sin «nosotros» y puede volver a estar sin «nosotros». Hemos vivido, y una gran mayoría vive todavía, con un error de origen: el planeta no es «nuestro».
Ecologías del aire
Somos seres vivos que vivimos en el fondo de un océano de aire. Un aire que debe posibilitar la vida, pero cuya composición la especie humana ha transformado radicalmente a causa del uso indiscriminado de los combustibles fósiles. La pandemia actual por la COVID-19 nos ha dejado claro que no tiene sentido practicar una forma de estar en el mundo en el que «nosotros», los humanos, quedamos separados de la ecología, de la naturaleza. El filósofo Tobias Rees nos explica que la pandemia sistemáticamente deshace la diferenciación entre lo humano y la naturaleza que se dio por primera vez en el período moderno y que se ha dado por descontado desde entonces. Rompe con el concepto moderno de que existe una clara distinción implícita entre cosas humanas, cosas naturales y cosas técnicas (o artificiales). A esta creencia fundacional, la llama ontología de la modernidad.
Recordemos uno de los momentos prolíficos de la modernidad en la segunda mitad del siglo xix cuando Ernst Haeckel crea el concepto de «ecología»; Alexander von Humboldt en su libro Cosmos inventa la idea de naturaleza e Ildefons Cerdà escribe La Teoría General de la Urbanización. Los tres tienen en común la introducción del espíritu científico y crítico con la creencia de la perfectibilidad del mundo que ha contribuido al mito del progreso, la mundialización, la globalización y dominación de la especie humana sobre el planeta. Al considerar la modernidad como la creadora de herramientas para clasificar, controlar, ocupar y diseñarlo todo, estaríamos ante teorías que son tecnologías políticas socioeconómicas que han sido vehículos e instrumentos del poder. En el caso de Cerdà, su lema «Rurizad lo urbano: urbanizad lo rural» viene acompañado de «…Replete terram», que es la parte menos citada y conocida pero la que verdaderamente resignifica el lema y le da este sentido planetario antropocéntrico. Equivale a llenar la Tierra, llenar el planeta de tecnología humana, de diseño humano sin límites. En la misma época, hacia 1848, Marx y Engels publican en el Manifiesto Comunista la frase «Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.» Frase que anticipa la explotación del planeta y donde ahora visualizamos en el aire las toneladas de carbón de origen antropocéntrico que llevan el planeta al desequilibrio climático que pone en peligro nuestra supervivencia en la Tierra. Somos herederos de este contexto de pensamiento moderno que tiene su máxima expresión en el neoliberalismo global creador de injusticia sistémica y la necesidad urgente de refundarnos. El colectivo de arquitectos, urbanistas y paisajistas no puede seguir siendo, en muchos casos, colaborador del enfoque exclusivamente antropocéntrico, tecnocrático y supeditado al poder económico global de una minoría extractiva.
Fig 12. Teoría General de la Urbanización, y Aplicación de sus Principios y Doctrinas a la Reforma y Ensanche de Barcelona, Volumen 1. Ildefons Cerdà, Imprenta Española (Madrid), 1967. Fig 13. Apertura y urbanización de la Gran Vía. Comisión Especial del Ensanche de Barcelona, Memoria 1928.
Se trataría, entonces, de desmodernizarnos y acercarnos a la ciencia y filosofía contemporáneas y revisar lo que entendemos por ecología. La bióloga Lynn Margulis y el químico especialista en ciencias de la atmosfera James Lovelock se centran en la particular condición para la vida que se da a pocos quilómetros por encima y por debajo de la superficie del planeta Tierra. Este concepto, al que llaman Gaia, no define la Tierra como un organismo, sino que Gaia es la serie de ecosistemas en interacción que componen un único enorme ecosistema en la superficie de la Tierra. Se trataría de entender, como dice el antropólogo Gregory Bateson en Steps to an Ecology of Mind, que no estamos fuera de la ecología, sino que somos siempre e inevitablemente parte de ella. Y, como nos apunta el filósofo Félix Guattari en las Tres Ecologías, nos habla de la necesidad de una articulación ético-política a la que llama ecosofía y que desarrolla en tres registros ecológicos: la ecología medioambiental, la ecología social y la ecología mental.
«Intenta aguantar la respiración durante un minuto. Después, todo te va a parecer distinto. Siéntete como un bosque, el viento soplando entre tus hojas. Todas esas especies bailando juntas dentro de ti: imaginarlo puede marearte un poco. No parece que vaya a ser posible Y a pesar de todo es posible, durante un rato, aunque no sepas cómo. Vuelves a respirar, sigues.»
Kim Stanley Robinson, «Piénsate como planeta», en Después del fin del mundo, José Luis de Vicente (ed.), Barcelona: CCCB, 2017
Habría que entrecruzar prácticas, saberes y afectos relativos a las maneras de vivir y de ser volviendo totalmente inseparables las ecologías medioambiental, social y mental. Poniendo el foco en el aire que respiramos en nuestras ciudades, el aire ya no sería algo que queda entre los edificios. Seríamos ecológicos cuando respiramos sabiendo que cada humano somos un planeta que contiene billones de microrganismos; que el aire contaminado en las ciudades tiene impacto en la salud de los humanos y en otras especies con las que tenemos relación simbiótica como por ejemplo las abejas; que respiramos en una «respiración social», una respiración colectiva, formada por la red de relaciones entre varios agentes, objetos y sensibilidades que se reconoce desde su fragilidad e interdependencia y se ponen en valor mutuamente. Sentirnos y pensarnos para actuar en consecuencia.
Fig 14. Partículas PM10 en las alas de las abejas. Micrografía de las alas de dos abejas melíferas asiáticas grandes. La superior recogida en una zona de baja contaminación en Bangalore, India (PM 10 de media < 10 μM at 33,7 μg/m3), mientras que la inferior proviene de una zona altamente contaminada situada a 7,7 km de distancia (PM 10 de media: 98,6 μg/m3). Cabe observar la presencia de polen en la superior y de partículas en suspensión en la inferior. Micrografía obtenida por Geetha Thimmegowda con un microscopio Zeiss merlin compact VP a 1 kV EHT y aumento de 460X. Fig 15. Sección de terreno con capa de asfalto. Fotografía Noppharat, Can Stock photo
Timothy Morton nos invita a vivir la «apertura radical» como una forma de practicar la «convivencia radical», un estado del ser que es plenamente paradojal, cuando dejamos de pensar en ello. No se trata de tener que ser ecológicos porque ya somos «ecológicos». Para ser verdaderamente «ecológicos», tenemos que dejar de lado la visión planetaria y «aterrizar dentro» de la Zona Crítica donde se dona la vida en la Tierra para trabajar para que sea posible la respiración colectiva humana y no humana. Bruno Latour nos urge a redirigir nuestro foco. No se trataría de salvar nuestro planeta o explorar otros. Ser terrestre, ser ecológico, nos situaría en un territorio más allá de la lucha derecha-izquierda, más allá de lo global o local, más allá de la idea de progreso en el sentido antropocéntrico que le proporcionaba la modernidad.
Rediseñar el aire: el proyecto Air/Aria/Aire
¿Qué podemos hacer arquitectos, urbanistas y paisajistas? El proyecto Air/Aria/Aire para la participación de Cataluña en la Bienal de Arquitectura 2021 de Venecia reivindica el papel de los arquitectos en la elaboración de nuevas cartografías de la ciudad y, con ellas, de nuevas formas de pensar la ciudad, para cambiar el modelo de ciudad que hasta ahora ha priorizado un tipo de economía por encima de la salud. Los arquitectos tenemos que redibujar las ciudades para visibilizar su complejidad. Tenemos que incluir lo invisible, incluyendo lo negativo de lo construido: el aire, un espacio aparentemente vacío invadido por la acción humana, lleno de contaminación atmosférica que pone en peligro la supervivencia de nuestra especie y de especies no-humanas. El proyecto reclama el diseño del aire como parte del diseño de la ciudad que tenemos que trabajar de forma interdisciplinaria, abierta y participativa.
La salud como máxima prioridad. Urbanismo de metros cúbicos
Desde instituciones como la OMS se reclama que arquitectos y urbanistas sean parte activa, esencial, de la solución a la crisis permanente por la contaminación del aire, sobre todo, en las ciudades. La contaminación del aire sí es una pandemia que es posible erradicar. Una ciudad saludable se mide, entre otros indicadores, por la calidad del aire y la calidad de sus espacios públicos. Ambos indicadores adoptan una fuerza radical cuando dejamos de entender que el espacio público se mide en metros cuadrados y entendemos que la calidad del espacio público es la calidad de sus metros cúbicos.
Un cambio metodológico. Acceso a datos abiertos, multidisciplinario y participativo
Fenómenos como la contaminación del aire y la emergencia climática operan a una escala que supera los límites territoriales. Ahora tenemos un acceso a datos las 24 horas, los 7 días de la semana de sensores terrestres y de satélite, capacidad de procesamiento de datos, de análisis y modelización sin precedentes. Las metodologías de mapeo del último siglo son totalmente inadecuadas en relación a la generación continua de información. Parte de nuestro reto hoy es cómo internalizar esta información, y, una vez analizada, cómo priorizar, y más difícil todavía, cómo darle forma, espacio y materialidad a esta información; no importa a qué escala, siempre hay una dimensión arquitectónica a esta pregunta.
El proyecto ha utilizado una nueva metodología que consiste en trabajar con el análisis de datos masivos, como se hace en otras disciplinas, pero llevándolo al campo del planeamiento urbano. Consiste en 1) identificar el conflicto, en este caso la crisis de salud pública por la contaminación del aire en la ciudad. 2) identificar las bases de datos específicas directamente relacionadas con el conflicto, en este caso datos de mortalidad, de salud, emisiones, tráfico, etc. con la colaboración de equipos científicos líderes en el estudio del impacto de la contaminación del aire en las ciudades y en la salud de sus habitantes. 3) identificar las bases habituales que utiliza el urbanismo convencional como son las de morfología urbana, renta, edad, calidad de vivienda entre otras. 4) preparar los datos para poder trabajarlos conjuntamente y poderlos cruzar 5) establecer criterios de visualización de datos 6) iniciar iteraciones en el cruce de datos mediante preguntas y analizar las respuestas obtenidas 7) continuar con un proceso de refinamiento y evaluación de los resultados obtenidos y decidir cómo comunicarlos. 8) propuestas de actuación de bajo coste como puede ser el urbanismo táctico, o figuras del planeamiento como pueden ser los planes de usos o los cambios de ordenanzas. Es necesario que todos estos pasos cuenten con iniciativas de participación ciudadana, tanto en la identificación del conflicto y en la captación de datos, como en el debate público del análisis y de las propuestas.
La soberanía de los datos. La ciudad será de quien la cartografíe
El proyecto también aborda la necesidad de que la captación de datos masivos sobre la ciudad sea abierta (frente a los datos privativos y opacos de las corporaciones que operan en la ciudad) y que se sitúe como una herramienta de defensa de lo que debe ser público. El acceso a datos abiertos y la participación ciudadana en la generación de datos abiertos hace del proyecto de redibujar las ciudades la herramienta para hacer una ciudad de todos frente a la «plataformización» de las ciudades que identifican Éric Sadin y Nick Srnicek en sus respectivas publicaciones La Siliconisation du monde y Platform Capitalism. Algunos hemos superado la fascinación por la tecnología, donde la ciudad inteligente significaba poner en la calle el mayor número posible de dispositivos de captación de datos, sensores, muchas veces por mero «solucionismo» tecnológico, pero sigue interesando a grandes corporaciones como Sidewalk Labs de Google, que entiende la ciudad como una gran mina de datos. La ciudad «inteligente» no es la que utiliza la tecnología más avanzada, sino la que utiliza la tecnología más apropiada y pone a las personas en el centro del proceso de toma de decisiones. Está en nuestras manos reclamar la soberanía de los datos para el mapeado de nuestras ciudades. La ciudad será de quien la cartografíe.
Evidencia cartográfica. La investigación como catalizadora del cambio de modelo urbano
La ciudad de Barcelona es el caso de estudio del proyecto que se presenta en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2021. La elección no es trivial. La ciudad lleva más de diez años incumpliendo la directiva europea sobre calidad del aire. Barcelona es la ciudad con más vehículos por Km2 de Europa. Concretamente 6.000 turismos/Km2 (no incluye motos, ciclomotores, furgonetas, camiones y otros vehículos), y donde la circulación de vehículos y el aparcamiento en superficie ocupan aproximadamente el 60 % del espacio público de la ciudad. Esta realidad genera a la vez una gran injusticia social por su impacto en la salud, ya que produce alrededor de mil muertes al año (o 2.100 muertes/año si considerásemos que no existe nivel mínimo aceptable de contaminación) y una gran injusticia espacial ya que se cede el espacio público de todos en el uso privativo de unos pocos. Cabe recordar que el 25,2 % de la movilidad de la ciudad de Barcelona se realiza en vehículo a motor privado y el 74,8 % se realiza en transporte público y movilidad activa (a pie, bicicleta, patinete o similar). Las actuales medidas para mejorar la calidad del aire en ciudades como Barcelona, como la creación de una Zona de Bajas Emisiones con limitaciones de tráfico, no son suficientes. Por estos motivos es todavía más urgente y necesaria la investigación que se ha propuesto.
Como parte esencial del proyecto, se ha invitado a participar para desarrollar la investigación al equipo 300.000 Km/s dirigido por Mar Santamaria y Pablo Martínez, un equipo innovador en la creación de conocimiento y propuesta sobre ciudad a partir de la visualización y análisis de gran cantidad de datos urbanos de diversa procedencia. Se ha contado con la colaboración de los siguientes equipos científicos líderes en el estudio del impacto de la contaminación del aire en las ciudades en la salud de sus habitantes, y en los modelos predictivos de calidad del aire: CALIOPE-Urban del Barcelona Supercomputing Center, IDAEA CSIC, Lobelia, ISGlobal, Agència de Salut Pública de Barcelona, la Universidad de Barcelona, entre otros. También se ha contado con datos del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Catalunya.
El resultado es una evidencia cartográfica de la ciudad inédita que muestra, por un lado, el análisis del impacto en la salud de sus habitantes y las vulnerabilidades esquina a esquina, y, por otro, las doce medidas que hay que acometer: 1) eliminar el tráfico, 2) incrementar el transporte público, 3) exigir una movilidad sin emisiones contaminantes, 4) diseñar mixtura de usos para tener los servicios básicos a una distancia caminable, 5) densificar, desaturar e, incluso, desurbanizar, 6) implementar el transporte de mercancías de cero emisiones a partir de la «última milla» del destino, 7) reducir los aparcamientos, 8) conseguir más espacio público, 9) diseñar el verde, 10) luchar contra la isla de calor, 11) diseñar el cañón urbano y 12) rehabilitar las viviendas y utilizar energía mínima y de origen 100 % limpia.
Mapear es conocer, es entender, es cuidar. Estas cartografías, tanto las del análisis de la exposición a la contaminación y los impactos en la salud, como la de las doce medidas, revelan una ciudad inédita con altos niveles de desigualdad. Una ciudad que necesita destronar y desterrar los vehículos de combustible fósil. Una ciudad polarizada por las leyes del mercado que zonifica (zona industrial, zona comercial, zona residencial, zona verde, etc.) y gentrifica en función del precio por metro cuadrado. ¿Quién está en situación de riesgo en la ciudad? Las edades más vulnerables son los mayores de sesenta y cinco años y los menores de dieciséis años, pero también la persona que debe vivir donde se lo puede permitir, pero que tiene que trabajar en otro barrio. La persona que tiene una movilidad forzada que la expone a la contaminación del aire y ahora también a la COVID. Una vez más, es la clase trabajadora la que sufre más. La ciudad, cuanto más zonificados tiene sus usos, más desigual e injusta es y, por el contrario, una ciudad cuanto más distribuida es en sus usos, más saludable, sostenible y justa es.
Lo que también es radicalmente nuevo es que estas medidas cartografiadas sobre la ciudad muestran dónde hay que operar calle por calle, esquina a esquina. La calidad y diversidad de los datos son las que proporcionan este nivel de detalle y revelan una nueva manera de establecer prioridades de actuación. Las cartografías son más que una visualización de datos, son la herramienta para convertirse en evidencia ante la que construir consenso más allá de ningún color político y actuar en consecuencia para una ciudad más justa y saludable. Es el objetivo de este estudio salir a la esfera pública para debatir el modelo de ciudad y la urgencia de la aplicación de las medidas propuestas para rediseñar el aire, rediseñar la ciudad poniendo la salud, la vida, en el centro.
El aire no es de nadie
Un estudio reciente revelaba que para respirar aire puro deberíamos ir hasta el Océano Austral. Esta es la magnitud de la huella humana sobre el aire. El aire que nos llena los pulmones es un aire colonizado. Es un aire lleno de presencia humana. Es un aire incendiado por la actividad humana. Es un aire lleno de Antropoceno. Es un aire que nos mata. Si seguimos con una economía y políticas as usual el problema de la contaminación del aire y su impacto en la salud de los humanos y no humanos seguirá siendo devastador. El aire que respiramos posibilita la vida en estos pocos metros de atmosfera respirable que forman la Zona Crítica y frágil para la vida sobre esta roca orbitando que es el planeta Terra.
Fig 17. Mar de Wedell, 2005. Fotografia © Mireya Masó Mas
La conciencia de que no podemos respirar en el sentido más literal y metafórico se ha extendido globalmente. El grito individual es ahora un grito colectivo politicosocial y ecológico. «No podemos respirar» se ha convertido en la frase que define más radicalmente el estado de vulnerabilidad y urgencia global en la que vivimos. El aire no es de nadie en particular, porque es de todos humanos y no humanos, materia orgánica e inorgánica. Nadie tiene el derecho de contaminar el aire. La salud sí es un derecho. El derecho universal a un aire limpio debería existir.
Fig. 19. Proyección con las palabras «We can’t breathe» (no podemos respirar) sobre un edificio durante una protesta contra la muerte de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis, cerca de la Casa Blanca en Washington, el 3 de junio de 2020.
La pandemia de la COVID-19 ha mostrado qué pasa cuando ponemos la salud como prioridad absoluta. Hemos visto cómo el confinamiento de la población ha hecho bajar drásticamente los niveles de contaminación porque han disminuido las emisiones de combustible fósil en las ciudades. Hemos podido comprobar cómo cambios radicales en los usos en la ciudad, sobre todo la reducción del tráfico, tienen un gran impacto positivo instantáneo en la calidad ambiental, especialmente la del aire. Muchos de estos cambios son un gran «ensayo general» sobre cómo compartir nuestros espacios públicos durante esta pandemia y en un futuro postcoronavirus. Reclamemos que este espacio público no sea solo el que pisamos. Es también el que respiramos y es esta una respiración colectiva de humanos y no humanos interconectados. Por este motivo, es capital dar el valor de prueba piloto a la que se está implementando para estudiar que muchas de las medidas asumidas en tiempos de la COVID-19 pasen de tener un carácter temporal a ser permanentes. La negociación del modelo de la ciudad está en juego. Esta vez las cartas no están a favor de la movilidad en vehículos a motor, esta vez, por fin, es la salud. Es nuestra supervivencia. El virus está convirtiendo las ciudades en laboratorios para el cambio que necesitamos. Pero también hemos visto que este cambio tiene que ser mantenido en el tiempo porque tan pronto como las ciudades han retomado su actividad, los niveles de contaminación han vuelto a los niveles pre-COVID.
La contaminación del aire es la pandemia permanente. Trabajar para un aire limpio es trabajar para la salud, contra la desigualdad, contra el cambio climático y prepararnos para estar más fuertes en las más que probables pandemias futuras. Hoy en día es radical desear respirar aire limpio; es radical desear implementar las medidas que propone el proyecto Air/Aria/Aire. Un proyecto cultural que se convertido en un proyecto que despliega evidencia. Una ofensiva radical que pone la salud, la vida, en el centro de la toma de decisiones con la investigación del equipo de 300.000 Km/s para rediseñar el aire en las ciudades; y es una reivindicación, a través de una instalación en la sala de exposiciones de Venecia que mostrará la materialidad de la contaminación del aire junto con el aria inédita, compuesta e interpretada por Maria Arnal que canta: «El planeta no es nuestro. El aire no es de nadie».
PS 1: El 22 de noviembre de 2017 mi padre moría de cáncer de pulmón. No había fumado nunca. Lo que sí había hecho era vivir, respirar, siempre en Barcelona y, durante más de cuarenta años, cruzar la ciudad en hora punta, por la mañana y por la tarde, con su vehículo de gasolina para desplazarse a su puesto de trabajo a más de una hora de distancia.
PS 2: El 25 de mayo de 2020, «I can’t breath» fue la última frase que repetidamente pronunció George Floyd justo antes de morir asesinado a manos de la policía en Mineápolis. El racismo, el impacto de la COVID-19 y de la contaminación del aire están interrelacionados y revelan patrones de muerte prematura por desigualdad económica, social y estructural. Los movimientos Black Lives Matter también llaman la atención sobre esta otra desigualdad sistémica, que no pasa por alto, es decir, el racismo ambiental.
PS 3: El 16 de diciembre de 2020, por primera vez en la historia, una investigación forense ha determinado «la contaminación del aire» como causa de muerte en un certificado de defunción. Es el caso de la niña de nueve años Ella Kissi-Debrah, muerta en 2013 por exposición continuada a niveles de contaminación por PM y NO2 por encima de los valores fijados por la OMS en el barrio a 30 metros de una carretera en Londres donde residía.
PS 4: En enero de 2021, por primera vez, en Francia, una persona asmática obtiene el estatus de refugiado alegando que no se le puede deportar a su país de origen dados los altos índice de contaminación. Es el caso de un hombre de cuarenta años de Bangladesh que emigró a Toulouse donde vive y trabaja de camarero. Los tribunales de Francia han aceptado las alegaciones de su abogado.
PS 5: En abril de 2021, un estudio de las universidades de Birmingham, Harvard y Leicester estimó en 8,7 millones las muertes prematuras en el mundo en 2018 atribuibles a las partículas PM2,5 provenientes de la quema de combustibles fósiles (especialmente carbón, gasolina y diésel, y del desgaste de ruedas de los vehículos y pastillas de freno). Esta actualización de la cifra de mortalidad por la contaminación del aire respecto a la calculada con datos de 2015 y publicada en The Lancet en 2017 nos da un escenario al alza que sabemos que se puede reducir drásticamente con políticas globales y, sobre todo, políticas locales, cambiando el modelo de ciudad como se propone en este Quaderns.
«Antes de este virus, la humanidad ya estaba amenazada de asfixia. Si tiene que haber guerra, no puede ser tanto contra un virus específico como contra todo lo que condena a la mayoría de la humanidad a un cese prematuro de la respiración, todo lo que ataca fundamentalmente a las vías respiratorias, todo lo que, en el largo reinado del capitalismo, ha constreñido a segmentos enteros de la población mundial, a razas enteras, a una respiración difícil y jadeante y a una vida de opresión. Superar esta constricción significaría que concebimos la respiración más allá de su aspecto puramente biológico, y en cambio como aquello que tenemos en común, aquello que, por definición, escapa a todo cálculo. Con lo que quiero decir, el derecho universal a la respiración.»
El derecho universal a respirar, Achille Mbembe 2020
Notas:
segunda evaluación, Capítulo 5, «Ozono troposférico», 2016. Accesible e: https://www.eea.europa.eu/es/publications/92-828-3351-8/page005.html
Geetha G. Thimmegowda et al., «A field-based quantitative analysis of sublethal effects of air pollution on pollinators», 10 de agosto de 2020. Accesible en: https://www.pnas.org/content/117/34/20653
Olga Subirós es Arquitecta y comisaria del proyecto Air/Aria/Aire