Alberto Kalach: Panorama. Maquetas para un archipiélago
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6 febrero, 2015
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Agustín Landa fue un arquitecto moderno. Una sólida formación y unos años de ensayos en México, su ciudad natal, lo dispusieron para producir en Monterrey una arquitectura sin fisuras, funcional y didáctica.
Hijo –y padre– de arquitecto, trabajó como estudiante en despachos comprometidos con la profesión. El estudio liderado por Félix Sánchez y Luis Sánchez Renero lo puso en la senda de don Augusto H. Álvarez. El carácter abierto y participativo de los primeros, que lo llevó a realizar propuestas acordes con un tiempo de cambios sociales y estéticos, le enseñó los riesgos de la dispersión, a la vez que el rigor del maestro moderno de estirpe miesiana que fue Álvarez, le impregnó el rigor del dibujo, el estudio del detalle y la continuidad del proceso de diseño, recordándole la famosa frase del arquitecto alemán: “no se puede inventar una arquitectura cada lunes por la mañana”. Si bien su padre fue maestro en la UNAM por mas de veinte años, los tiempos de huelgas y ajustes en la enseñanza pública lo llevaron a la Universidad Iberoamericana. Más tarde cursó una maestría en Gran Bretaña. El periodo de posgrado lejos de las tierras de origen, no sólo sirvió para adquirir los conocimientos que ofrecía el programa docente, sino para reflexionar sobre otros modos de entender el mundo, para viajar y beber directamente de los manantiales de la modernidad. Unos años de práctica en la ciudad de México, asociado con Isaac Broid primero y con su primo Jorge Alessio Robles después, le permitieron sentar las bases sobre las cuales construir su propio discurso, ya en Monterrey, basado en la legibilidad de la arquitectura, en la expresión de sus funciones y en la condición didáctica de los detalles.
La arquitectura se explica sola
Agustín Landa tuvo un notable poder de síntesis. Todo el legado acumulado en viajes, proyectos, experiencias personales o relaciones con clientes, se puede extractar en manifiestos que, a modo de mantras, repitió sistemáticamente. Desde el inicio de su carrera Landa creó una arquitectura que se explica sola, en la que la estructura define el concepto arquitectónico. Para él, “esto garantiza una arquitectura funcional, congruente con la economía de nuestro país y respetuosa de su entorno. Una arquitectura legible facilita nuestra relación con ella como un espacio en el que negociamos nuestra vida diaria –sin ilusionismo arquitectónico fomentamos la habitabilidad de los espacios que diseñamos. La estructura, si no como principio inviolable, sí como guía, define las reglas y sus excepciones, la tensión entre sus elementos y enfatiza su función.”
Quizá por ello “ su arquitecto predilecto” era Louis Kahn, a quien reconoció deber las normas que dirigen su pensamiento. “Su obra de geometrías puras”, decía Landa, “materializa la ansiedad de la búsqueda arquitectónica de la temporalidad: la luz, el silencio, los espacios contenidos producen una serie de tensiones y paradojas que trascienden lo existencial. Todo esto lo construye Kahn dentro de un proceso de excavación, limpieza, definición y redefinición guiado por la ansiedad de la creación.”
Si bien es cierto que hay una serie de obras que ejercitan las múltiples combinaciones entre el círculo y el cuadrado Kahnianos, también hay una condición más didáctica y menos conceptual a lo largo de toda su obra, que tiene una génesis próxima al primer Stirling. Como recuerda Rafael Moneo, James Stirling en sus proyectos en Leicester y Oxford tenía un alto componente didáctico en sus perspectivas y secciones, las cuales explican y justifican sus propuestas, y que reencontramos en los cortes por fachada de Landa. Disecciones que no solo identifican las dimensiones y los materiales, sino que expresan el palpitar del proyecto, como ya sucedía en los precisos y, por demás, expresivos dibujos anatómicos de Leonardo da Vinci. Anatomías que se leen desde sus huesos, desde su génesis, desde el estacionamiento. En un paseo por sus obras, Landa muestra antes que nada la lógica del estacionamiento para justificar la forma del edificio, la organización de sus plantas, la estructura, las dimensiones. Y es que quizá ahí sea donde se expresa con mayor claridad la idea que carga implícitamente toda la información genética de un proyecto.
Landa repetió año tras año a sus alumnos de la Cátedra Blanca del Tec de Monterrey: “Al concepto no le importa el programa. El concepto es la idea generadora que ocurre dentro de un proceso de síntesis – la síntesis de una serie de condiciones contextuales e históricas a partir de la cual se genera el orden de un proyecto. Una vez definido el concepto el programa siempre cabe, y puede incluso transformarse en el tiempo. El programa es independiente del concepto que lo contiene.” Prueba de ello son los CEDETECs, que tienen programas complicadísimos –talleres, aulas, servicios, estudios, oficinas, etc.– pero caben perfectamente dentro de orden concebido en un inicio, dentro de la idea germinal.
Legibilidad, funcionalidad y expresividad son las claves de su obra. Sus edificios son sus estructuras, pero estructuras que no solo soportan sino que expresan su condición sustentante para, finalmente, envolverlas como epidermis tratadas con contención casi loosiana, sin perder las exigencias del expresionismo tecnológico. La estructura seguirá presente al fundirse con la piel de la fachada, ya que no responde a composiciones ni a alzados, sino a la anatomía expresada en el corte constructivo.
El trabajo de Landa García Landa muestra un alto nivel de profesionalización realizado con eficacia y dedicación, al servicio de un volumen de obra muy considerable. En cualquiera de sus edificios recientes se resumen muchas actitudes de este firme y efectivo funcionalismo, basado en la aceptación de las limitaciones del mercado, que privilegia las consideraciones funcionales por encima de las formales y que expresa el proceso tecnológico de su construcción.
Queda claro que Landa proyectaba en planta y, posteriormente, en corte. Jamás se parte de una fachada, de una visión en perspectiva, o de una condición particular. La complejidad la dará la definición exhaustiva de cada una de sus partes en el corte por fachada y la cuidada construcción no hará mas que corroborar –desde la legibilidad, la funcionalidad y la expresividad– lo proyectado. Desde esta metodología, el proceso proyectual es cartesiano, universal y transmisible, facilitando la posibilidad de abordar un enorme volumen de proyectos simultáneos.
Con su perdida, México pierde a un gran arquitecto y, en especial, Monterrey, pierde al hijo adoptivo que transformó su paisaje irregular con íconos modernos.
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