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Columnas

Agustín Landa

Agustín Landa

8 febrero, 2015
por Carlos Ortíz

El viernes por la mañana describía a mis alumnos de Taller de Proyectos en la Facultad de Arquitectura de la UANL las bondades que el edificio Pabellón M aportaba a la ciudad, cada fachada a nivel de calle responde a una condición específica de la misma, da una plaza hacia la avenida más transitada, sus otras fachadas con frente a calles más domésticas donan amplias arcadas para aumentar anchos de banquetas que en esta ciudad son casi inexistentes; estas arcadas permiten que exista una bella transición entre el espacio público y privado efecto que no existía en los edificios de oficinas de Monterrey desde la construcción del Edificio Chapa a mediados del siglo XX, entre muchas otras cualidades. Mientras eso sucedía recibí un mensaje donde me informaban de la lamentable muerte del creador de esta joya de la arquitectura regia aún sin inaugurar: Agustín Landa Vértiz.

Agustín llegó en los noventas a inyectarle a la práctica profesional de esta ciudad una pasión que no existía, su carácter a veces incendiario hacía que uno lo volteara a ver, recuerdo perfectamente la primera conferencia de él a la que asistí siendo estudiante donde aseveró que había llegado a la ciudad a enseñarnos a hacer arquitectura, el público local estaba evidentemente molesto. Sin embargo, a la distancia, veo la gran enseñanza que Agustín dejó a este gremio: vendedor nato, de ideas muy claras, con una capacidad impresionante para convencer pero sobre todo para lograr que los que lo rodeaban colaboradores, empleados, clientes, inversionistas se sumaran con pasión al desarrollo del proyecto. Gracias a él hoy se acepta en la ciudad las cualidades estéticas del concreto expuesto, creó el primer rascacielos de la ciudad para celebrar el nuevo milenio con una novedosa técnica constructiva de losas suspendidas única en el norte de México y logró motivar a sus alumnos a impulsar, desde las aulas de la Cátedra Blanca del Tec de Monterrey, la creación del Centro Comunitario Independencia en plena época de la guerra entre cárteles de la ciudad.

A mi parecer en este edificio dejó un gran legado, una pieza única de arquitectura que nació de la colaboración entre su taller, sus alumnos de varias generaciones, sus profesores asistentes y una comunidad muy entusiasta que por años ha sido golpeada por la violencia y la degradación social. En sus colaboradores y sus alumnos pesa la gran resposabilidad de continuar un legado de pasión por la ciudad y la producción arquitectónica, en nosotros la gratitud infinita por su gran aportación a nuestra ciudad. Hoy Agustín tiene un lugar a lado de los grandes de la arquitectura regiomontana como Alfred Giles, Lisandro Peña, Ramón la Madrid, entre otros.

Descanse en paz el maestro Agustín Landa.

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