Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
16 febrero, 2016
por Juan Palomar Verea
Hay quien afirma que la bondad de una ciudad se puede medir por la cantidad de librerías que existan en ella. A Guadalajara no le va muy bien en este sentido. Es bien conocido el bajísimo índice de lectura que prevalece en nuestro país. Y la imparable avalancha de la televisión en todos sus formatos, y de las pantallas en general, que aleja cada vez más a los jóvenes de la costumbre de frecuentar los libros.
Habría, sin embargo, que matizar. Muchos jóvenes se acercan a la lectura, y a la escritura para el caso, a través de las comunicaciones cibernéticas. La calidad de este acercamiento es difícil de ponderar. Conversando con uno de los más importantes críticos literarios de México, éste concordaba en que con la lectura de un texto de valía en la pantalla (de la computadora, de kindle, del teléfono, etc.) se pierde, digamos, un cuarenta por ciento de su impacto, de su efectividad. Por otro lado, los libros se siguen vendiendo; el problema es que la mayoría de ellos es basura, o poco menos.
Sorprendentemente, en Guadalajara existe una respetable cantidad de librerías de viejo en el centro de la ciudad y alrededores. Su misma presencia y funcionamiento indican que algo se mueve. Una excursión por algunas de ellas es, además de algo muy divertido, sumamente interesante, y barato. Debería haber un catálogo de estos beneméritos (casi todos) establecimientos, para información general.
Otro caso es el de las librerías, digamos, formales, que venden libros nuevos. No son muchas, cada vez parecen ser menos. Y son importantísimas. Resultan ser unas especies de antenas que captan las novedades del tiempo, traen indispensables noticias a través de ciertos libros, guardan en sus inventarios verdaderos tesoros capaces de mejorar, a veces de cambiar la vida del lector. Esta posibilidad, que cada buena librería guarda, las convierte en algo inapreciable para cada barrio de la ciudad.
Se habla de barrios: ¿cuántas librerías hay en los extensos entornos cubiertos por los llamados “cotos”? Posiblemente cero. De precisar el dato, sería muy revelador del estado de la cultura en las clases medias tapatías. Pero los barrios son otra cosa. No porque en ellos exista forzosamente una librería: por la posibilidad misma de que exista. De que sea acogida, frecuentada, mantenida por la comunidad. Recordemos cómo, en los mejores casos del pasado, librerías como la de Fortino Jaime o la Font se convirtieron, a través de las tertulias que allí se sostenían, en verdaderos focos de irradiación cultural e intelectual.
En la colonia Americana, por ejemplo, hay al menos dos librerías muy celebrables. Una se llama “Elegante Vagancia”, y es una joya. Está en la esquina suroriente de López Cotilla y Colonias, alojada en una buena casa de Ignacio Díaz Morales. La otra es la librería Siglo XXI, ubicada sobre la misma calle de López Cotilla, entre Robles Gil y Argentina, banqueta norte. Contribuyen fuertemente a la habitabilidad, a la civilización del barrio, a su posibilidad de tener gentes mejores, más inteligentes, más simpáticas y más pendientes de la buena marcha de la vida colectiva.
Todo esto lleva, otra vez, al problema de fondo: ¿Cómo se está educando a las nuevas generaciones? ¿Con X-boxes, chats y basura televisiva o con la costumbre de los buenos libros? La pregunta remite, directamente, a la salud integral de la ciudad.
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