Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
12 junio, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Pocas cosas tan escurridizas como la modernidad, de la que se podría decir, siguiendo a San Agustín respecto al tiempo, que si no nos preguntan qué es fácilmente la reconocemos —cualquiera puede apuntar con el dedo a un cuadro, un coche o un par de pantalones modernos, demasiado modernos tal vez—, pero que si nos piden definirla no sabríamos qué decir —¿no será que la modernidad no es, en el fondo, otra cosa más que tiempo, tiempo acelerado, compactado, replegado en sí, enredado, descoyuntado [time is out of joints, dijo Deleuze citando a Shakespeare]?
Absorbing Modernity no era, pues, tema fácil. Pero Koolhaas lo sugirió para ser abordado al unísono por todos los pabellones nacionales de la 14ª Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia. Y así fue —con sus diferencias. Además de plantear una muestra de arquitectura y no de arquitectos, Koolhaas invitaba a reflexionar sobre el poder hegemónico y homogeneizador de la modernidad. Michelle Provoost piensa que era una provocación y que la mayoría de los países intentaron mostrar lo contrario: las particularidades de su modernidad y su modernización.
El pabellón de Eslovenia, por ejemplo, se dedicó al trabajo de Herman Potočnik Noordung, quien en 1929 publicó en Berlín El problema de los viajes espaciales: el cohete a motor —“libro que trata con gran detalle las posibilidades de librarnos de la gravedad”. El de Kuwait cambió el título de absorbiendo por adquiriendo la modernidad, para preguntarse por el papel de algunos encargos arquitectónicos en la construcción del Estado y “ayudar a articular la historia de la modernización”, tomando como ejemplo el establecimiento del Museo Nacional de Kuwait en 1957 —con propuestas posteriores en 1960 y 1983. Officeus, pabellón de los Estados Unidos a cargo de Storefront y teniendo como curadoras a Eva Franch, Ana Miljačky y Ashley Schafer, plantea que “las formas, tecnologías y procedimientos de producción de las oficinas de arquitectura americanas han viajado alrededor del globo en los pasados cien años, desde la importación europea de la ingenuidad arquitectónica americana en la década de 1920, pasando por la arquitectura del Plan Marshall de los años 50 y los proyectos impulsados por el petróleo en los 70 hasta llegar a la proliferación contemporánea de altísimas torres y de intervenciones patrocinadas por ONG’s”.
Algunos pabellones presentan edificios —cien, por ejemplo, el de Bahrain, con el título Fundametalists and Other Arab Modernisms— o bien ciudades —como Hallazgos, cien años en la historia de Skopje, en el pabellón de Macedonia. Algunos, pese a la invitación a no hacerlo, hablan de arquitectos —Towards an Open Society: The unfinished work of Jaap Bakema, en el Holandés— y otros de ideas y sus efectos —el pabellón británico, A clockwork Jerusalem, “es un relato de cómo la historia, la ciencia ficción y la reforma social se mezclaron para imaginar nuevas visiones de Gran Bretaña en respuesta a la modernidad y cómo esos nuevos mensajes se convirtieron en lugares de la imaginación popular”. En el pabellón nórdico, Forms of Freedom: African Independence and Nordic Models, Noruega, Finlandia y Suecia lo dedican a la arquitectura de otros países: Tanzania, Kenya y Zambia, cuya liberación, en los años 60, “coincidió con el financiamiento de la ayuda de Estado en los países nórdicos, donde había una creencia extendida en que el modelo socialdemócrata podría exportarse, traducirse y usarse para construir y modernizar naciones en África”. En el pabellón ruso se presentó, no sin humor, como una feria de la construcción en donde en cada stand se explicaban las ideas arquitectónicas y urbanas más importantes del siglo pasado en aquél país. Una estrategia similar siguió el pabellón japonés. En el de Francia, en cambio, al centro hay una maqueta de uno de los edificios clásicos de la modernidad en ese país o, más bien, de uno de las críticas operativas a la vez más duras y divertidas a la modernidad: la casa ultramoderna de la película Mi tío, de Jacques Tatí.
En el pabellón de Chile, que recibió el muy merecido León de plata, un muro prefabricado —elemental y fundamental a la vez— producido en serie por una fábrica instalada por los soviéticos en aquél país, es un monolito de concreto que, a media sala, hace las veces de monumento y de documento, invitando a repensar las complejas historias sociales, políticas, económicas y arquitectónicas que se tejieron a su derredor. Crow’s Eye View: The Korean Peninsula, curado por Minsuk Cho y ganador del León de oro, estuvo inspirado por “un poema serial del arquitecto convertido en poeta Yi Sang. Publicado en 1934 y bajo la influencia del movimiento dadaísta, A vista de cuervo es el emblema de la visión fragmentada de un poeta coreano que aspiraba a ser un arquitecto moderno, aspiración truncada por el régimen colonial japonés. En contraste con la mirada de pájaro —una perspectiva singular y universalizadora— apunta a la imposibilidad de una visión comprensiva no sólo de la arquitectura de una Corea dividida sino de la arquitectura misma”. Del pabellón coreano Reinier de Graaf dijo, seguramente exagerando, que abría la posibilidad de pensar en la reunificación de aquél país.
Si algún denominador común hubo en estos pabellones —ademas del constante recurso en muchos al método de la acumulación como demostración— fue el problema al que se enfrentaron al desplazar el foco de atención de la actualidad a lo moderno y del arquitecto a la arquitectura. Un problema nunca resuelto —no era el objetivo— pero no siempre asumido.
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