Empezar de cero. Los metabolistas japoneses
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12 marzo, 2015
por Mónica Arzoz | Twitter: marzozcanalizo
México cuenta con un patrimonio cultural de una gran riqueza. Son múltiples los edificios y monumentos de siglos pasados que, hoy en día, forman parte del tejido urbano en el que habitamos. Estos entes del pasado tienen la capacidad de seguir proporcionando vida en el futuro. Vida para la memoria histórica, vida para el desarrollo social y económico, vida para cada nueva obra arquitectónica que se crea a partir del legado de lo antiguo, vida para cada habitante que comprende mejor su presente a través de las lecciones del pasado.
Fue a finales del siglo XVIII cuando comenzó la concientización cultural por la protección del patrimonio monumental. El movimiento ilustrado puso en manifiesto el verdadero valor de la historia y de los monumentos como testigos mudos de la misma. La protección y el estudio del complejo y variado patrimonio cultural encuentran su razón de ser en la conservación de la historia de la humanidad y de las civilizaciones.
La arquitectura permanece en el tiempo y va más allá de una forma física. Es un testigo de la historia, un reflejo de una sociedad en un contexto determinado. Sus formas y espacios responden a una sociedad, a sus necesidades y sus costumbres.
Por ello, la palabra patrimonio dentro de la arquitectura representa una realidad compleja, una obra arquitectónica tiene cuerpo -lo que vemos- pero también tiene esencia -lo que no vemos pero justifica su existencia. Una obra arquitectónica se convierte en patrimonio, no al ser única u original, sino al responder a las peculiaridades de la cultura en que fue creada y que, por ello, es irrepetible en otras circunstancias.
El ser humano busca recuperar el pasado, o recrearlo en un contexto distinto dentro de su hábitat actual. Esta continua necesidad de recuperar la identidad que la historia nos brinda hace que surja lo que llamamos rehabilitación, conservación, remodelación o restauración. Esta labor lleva asociada gran variedad de denominaciones, cada una de ellas con un significado distinto y con un fin determinado, englobada dentro de la denominación “recuperación de edificios”.
Más allá de los distintos tipos y maneras de recuperar edificios, está la manera en que el pasado toma su lugar en el presente y forma parte de nuestro día a día. El gran reto esta en encontrar la fórmula que permita preservar, proteger, conservar y restaurar la historia devolviéndole su vitalidad sin hacer de la ciudad un museo viviente.
¿Qué conservar?, ¿por qué conservar?, ¿cómo conservar? Se podría decir que actualmente hay dos corrientes que buscan contestar la manera en que una obra arquitectónica puede ser clasificada como patrimonio cultural o debe ser intervenida. Si tomamos a la obra como un objeto, con estrictas restricciones de intervención impuestas por la normativa, se puede utilizar al componente histórico de la arquitectura de distintas maneras.
Por un lado, existe la corriente que toma a la esencia histórica del espacio como eje rector de las decisiones del arquitecto. No sólo contempla la carga ancestral de la obra arquitectónica en sí, sino el impacto social, económico y espacial de la obra sobre su contexto a lo largo de la historia. De alguna manera se construye a través de la historia, tomando las formas dadas y buscando “re-funcionalizar” los espacios adecuándolos y transformándolos a las necesidades de la sociedad actual. Este método o estrategia de intervención se ve reflejada en colonias como la Roma, donde casas del Porfiriato, conservando su carácter, han transformado su uso, pasando de ser monumentos arquitectónicos a espacios habitables. Existen actualmente proyectos en la ciudad de México como Havre 69 y Purveyor 46, que han pasado de ser predios privados a ser espacios con una esencia urbana. Son piezas icónicas encajadas en la traza urbana que sirven para recordarnos la identidad arquitectónica y social del sitio que habitamos, pero que toman como suyas nuevas tendencias y necesidades de la sociedad y abren, a través de la arquitectura, las puertas al pasado. La obra o monumento se convierte un espacio vivo en sí mismo.
Por otro lado, está la corriente que toma al monumento como objeto digno de admirar, como pieza de arte dentro de un museo. Al momento de intervenir el sitio, el monumento se concibe como algo dado, una condición existente del sitio que debe ser respetada como tal. Es de esta manera que la intervención arquitectónica en el sitio o terreno aledaño al monumento, se diseña entendiendo al monumento como objeto de gran riqueza estética, más no tomando el rol e identidad que este representa dentro del tejido urbano. El monumento se comporta como un complemento a la obra arquitectónica, una pieza de arte que da valor al espacio. Al monumento como complemento de la arquitectura se le puede apreciar principalmente en proyectos de gran escala como lo son la Torre Reforma o Torre Virreyes sobre el corredor reforma de la Ciudad de México.
Existen distintas estrategias para reactivar o intervenir obras históricas, y una no es mejor que la otra. Simplemente son distintas formas de concebir la historia de una obra y vincularlas con el presente.
La arquitectura en todas sus representaciones es la historia materializada y, en ella, se reflejan circunstancias históricas del momento en el que fueron creadas. Como arquitectos debemos aprender a apreciar no solo la parte estética e histórica de las obras, sino también el papel de sus espacios dentro de un contexto, a través del tiempo. Son muchas las ocasiones en las que no se potencializa el peso histórico y social que éstas obras poseen, ni el poder de transformación que tienen a nivel urbano. Intervenir una ciudad, a través o a pesar de la historia, puede cambiar la percepción que actualmente se tiene sobre el rico patrimonio cultural que nuestra ciudad posee y enriquecer la experiencia urbana del futuro.
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