17 febrero, 2021
por Eugenio Vega
Publicado en colaboración con Experimenta
A chair is still a chair
Even when there’s no one sitting there
But a chair is not a house and a house is not a home
When there’s no one there to hold you tight
Burt Bacharach, Hal David y Dionne Warwick, 1964
No queda mucho para que se cumplan cincuenta años de la demolición del complejo urbanístico de Pruitt Igoe en San Luis (Misuri), uno de los episodios más tristes de la arquitectura social.
En 1977, cuando Charles Jencks —que nunca daba una puntada sin hilo— publicó la primera edición de su conocido libro The Language of Post-Modern Architecture(El lenguaje de la arquitectura postmoderna), fijó de forma caprichosa el final de la arquitectura moderna en uno de los días en que se demolieron varios edificios de Pruitt Igoe:
“La arquitectura moderna murió en San Luis, Missouri, el 15 de julio de 1972 a las 3:32 de la tarde (más o menos), cuando a varios bloques del infame proyecto Pruitt lgoe se les dio el tiro de gracia a base de dinamita. Antes de eso, habían sido objeto de vandalismo. mutilación y desfiguración por parte de sus residentes negros y, aunque se invirtieron millones de dólares para intentar conservar el lugar (reparando ascensores, ventanas o repintando todo) se puso fin a su miseria” (Jencks, 1991, 24).
Más de veinte años antes de esa fecha, la ciudad de San Luis había decidido realojar a la población sin recursos en un complejo urbanístico que parecía un remedo de los delirios urbanísticos de Le Corbusier.
En 1927, en Le Nouveau Siècle, órgano del partido de extrema derecha, Le Faisceau, Le Corbusier mostró su plan Voisin para la ciudad de París. Aquel delirio incluía la demolición de cuarenta hectáreas de la capital parisina, en la orilla derecha del Sena, para levantar varios edificios en forma de cruz —de ciento ochenta metros de alto—, rodeados de jardines y con un sistema de circulación que separaba al peatón de los coches. La Carta de Atenas, a la que Le Corbusier había contribuido con entusiasmo, establecía el concepto de zonificación urbana en sectores vinculados a las funciones básicas del ser humano (Le Corbusier, 1957, 38). Esta concepción industrial llevaba implícita una forma de entender la calle como “una máquina para producir tráfico”, ajena a la estructura urbana de la ciudad tradicional.
Durante los años de crecimiento económico de la V República los proyectos de vivienda social se vieron muy influidos por la ideas de segregación de Le Corbusier, con su tendencia a aislar a las comunidades pobres en rascacielos monolíticos y cortar los lazos sociales que eran parte integral del desarrollo de la ciudad (Jacobs, 1961). Quizá, por su sencillez, estas propuestas fueron imitadas en otros países. En opinión de Witold Rybcznski, la influencia de Le Corbusier en Estados Unidos dejó distintos proyectos de vivienda pública “que dañaron el tejido urbano sin posibilidad de reparación”, muchos de los cuales tuvieron que ser desmantelados por los conflictos sociales que generaban. La segregación funcional acabó con la diversidad de los vecindarios heterogéneos y llevó a las ciudades a procesos irreversibles de degeneración urbana (Rybczynski, 1998). Uno de esos enormes fracasos fue Pruitt Igoe.
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En 1950, la administración de San Luis impulsó una cosa parecida a la utopia de Le Corbusier y encargó su proyecto a Minoru Yamasaki, el arquitecto que, años más tarde, construiría el desaparecido World Trade Center neoyorquino.
El complejo recibió su nombre en honor de Wendell O. Pruitt, un piloto afroamericano —natural de San Luis— y de William L. Igoe, antiguo miembro de la Cámara de Representantes. La disparatada intención inicial era alojar a los residentes negros en la zona dedicada a Pruitt, y dejar para los blancos los apartamentos Igoe, pero un juez prohibió esa segregación. De todos formas, en Pruitt Igoe, donde no llegó a haber residentes blancos, solo vivían poco antes de la demolición unas 600 personas.
En 1955 se terminaron los más de treinta edificios de once plantas, que sumaban 2870 viviendas en total, muy pequeñas todas ellas, con amplios jardines entre los bloques y zonas comunes en las pisos inferiores. Una serie de factores, entre los que se encontraban las pobreza de sus ocupantes y la política social de la administración, llevaron al fracaso un proyecto tan ambicioso. Por razones presupuestarias, las viviendas vieron mermados sus servicios: los apartamentos tenían menos metros de los previstos, los ascensores solo se detenían en algunas plantas y los parques de recreo no eran los esperados: la zona de juegos tuvo que ser añadida sólo después de que los residentes presionaran para su instalación.
Pero también es cierto que el diseño de los edificios nunca contribuyó a crear una verdadera comunidad. Los espacios comunes, desangelados, apenas atendidos, atrajeron a todo tipo de maleantes que terminaron haciendo vida en los huecos de las escaleras y en los pasillos, En definitiva, no se llegaron a crear vínculos entre el lugar y sus habitantes, de manera que los bloques, medio vacíos, se convirtieron en espacios peligrosos (Newman, 1996, 17). En un estudio del departamento federal de Vivienda, publicado en 1996, Oscar Newman señalaba que la altura de los bloques en un conjunto residencial de este tipo contribuía a la comisión de delitos en los espacios comunes. Si en un edificio de tres plantas el incremento de esos delitos podía llegar a poco más del 5%, en un edificio de más de trece plantas podía superar el 37% (Newman, 1996, 13). La imposibilidad de que los vecinos controlaran esos grandes espacios favorecía la delincuencia.
“Cuanto mas áreas comunes deban compartir los residentes, más difícil será reclamarlas como propias, más difícil distinguir a otros residentes de los intrusos y más difícil ponerse de acuerdo con otros residentes acerca el cuidado y control de estas áreas” (Newman, 1996, 28).
Las condiciones en Pruitt Igoe se deterioraron de tal manera que, a partir de 1968, las autoridades municipales tiraron la toalla y animaron a los residentes a que abandonaran el lugar. Finalmente, todos los edificios serían demolidos en varias fases a partir de marzo de 1972.
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Charles Jencks consideró que el fracaso del proyecto fue debido, esencialmente, a la arquitectura y no quiso tener en cuenta los innumerables factores que condujeron a aquel desastre (Jenkcs, 1981, 9). Insistía —en su tendencioso relato postmoderno— en que la causa de todo estaba en una concepción arquitectónica equivocada:
“[Pruitt Igoe] estaba formado por elegantes bloques con calles elevadas (que evitaban el peligro de los coches, pero no del crimen, como más tarde se vio). […] La zona de juegos y determinados servicios como lavanderías, guarderías y los sitios para el chismorreo intentaban sustituir otros modelos más tradicionales. Su estilo purista era una metáfora del hospital saludable y limpio” (Jencks, 1981, 7).
Pero Jencks tenía parte de razón. Aunque es cierto que los problemas de fondo —económicos y sociales— tuvieron un papel importante en la demolición de Pruitt Igoe, la supuesta “bondad de la forma” no mejoró la vida de los residentes y la arquitectura no contribuyó en nada a mejorar las condiciones de vida de los residentes.
Como es sabido, Pruitt Igoe y las torres del World Trade Center fueron demolidas por razones diferentes y con procedimientos bien distintos. En Madrid, en el paseo de la Castellana, queda en pie —de momento—, otro de los edificios de Yamasaki: la torre Picasso que —de momento— parece haber sido protegida por los dioses.
Referencias
Jacobs, Jane. (1961) The Death and Life of Great American Cities. Nueva York, Random House (Edición española: Muerte y vida de las grandes ciudades.Península, Madrid, 1967).
Jencks, Charles. (1991) The Language of Post-Modern Architecture. Nueva York. Rizzoli (Edición española: El lenguaje de la arquitectura postmoderna. Gustavo Gili. Barcelona, 1981)
Le Corbusier. (1957). La charte d’Athènes. Suivi de Entretien avec les étudiants de écoles d´Architecture.París, Éditions de Minuit.
Newman, Oscar. (1996) Creating Defensible Space.Washington DC, US Department of Housing and Urban Development.
Rybczynski, Witold. (1998) “The Architect Le Corbusier”, en Time Magazine, 8 de junio de 1998.