¿De quién es el aire?
Al edificio que hasta hace unos años ocupaba el predio ubicado en Avenida Juárez 92 se le conocía como el [...]
20 junio, 2017
por Ernesto Betancourt
Hace veinte años comenzó, entre amigos y colegas, una aventura editorial. Hoy es un proyecto cultural, global y consolidado, para el estudio, difusión y discusión de la materia arquitectónica. Se llama Arquine, gracias al cual tenemos un medio para discutir los problemas y proyectos de ciudad, urgentes, necesarios, deseables y posibles.
Y hace 20 años también en torno a la ciudad —particularmente en la Ciudad de México, entonces Distrito Federal, donde surgió Arquine— fenómenos y acciones derivaron en buenas prácticas urbanas unas o en vicios demagógicos otros. La ciudad de aquel momento en plena transformación, se reinventa e intenta dejar atrás los derrumbes de los sismos del 85, sigue su curso hacia la democratización y en 1997 estrenaba un jefe de gobierno al fin electo por los ciudadanos. Una variopinta “izquierda” se hizo de la ciudad más poblada de America. Asimismo grupos ciudadanos de muy diversa extracción comenzaron a organizarse: había que hacer valer derechos o privilegios que los anteriores gobiernos les habían negado o canjeado por su “vista gorda” ante corruptelas, clientelismo e ineficiencia.
Con los sismos surgieron grupos organizados con demandas concretas y distanciados del corporativismo oficial y otros hechos generaron distintas formas de participación: el zapatismo chiapaneco aglutinó a ex-comunistas, guerrilleros y hippies con jóvenes emancipados de clase media; la violencia urbana también hizo surgir en ciertos grupos cierta solidaridad que llevó a las clases medias y altas a marchar para exigir su derecho a circular y consumir sin ser amenazado o secuestrado; los derechos de mujeres o comunidades LGBT también ocuparon la calle; la voz y la presencia física del ciudadano de distinto origen apareció en el espacio público espontánea y gradualmente —sin la cuota partidista o corporativa germinada en los sótanos del poder— para reclamar y gritar lo que por décadas les había sido vetado. Con el tiempo, en algún momento entre 1985 y 2010 la vecindad: esa cohesión y solidaridad que el vivir muro a muro y calle a calle genera, se transformó en lo que he llamado vecinocracia.
¿En que momento la vecindad y la ciudadanía legítima se transformó en “vecinocracia”? ¿Por qué emplear ese neo-logismo en lugar de vecindad, participación u otro? Intentaré definir el concepto. “vecinocracia: poder colectivo que intenta ejercer su efecto mediante la asociación de grupos vinculados exclusivamente a una localización metropolitana específica para coaccionar, revertir o influir en las desiciones gubernamentales o políticas públicas que puedan atentar contra derechos, privilegios, deseos y/o demandas asociadas exclusivamente a esa condición de “vecino” mediante concentraciones, publicaciones, plantones u otras manifestaciones públicas” (habría que agregar que muy frecuentemente el titulo de “vecino” se aplica exclusivamente al residente propietario, no a rentistas, locatarios o trabajadores que co-habitan con los “auténticos” vecinos).
No parece haber un momento específico en que la gestión participativa autónoma haya derivado en ese poder “vecinocràtico”: el rechazo al intento de desafuero de López Obrador, el plantón de Reforma del 2006, la marcha contra la violencia del 2004 o la oposición de los machetes al aeropuerto de Fox parecieran inspirar el rito de la marcha vecinocrática. No hubo tal concentración de gente en las calles de la Ciudad de México en “rebeldía” como en esos momentos desde el 1968 y respondiendo a tantos intereses diversos y distintos “particulares” cuyo impacto ha sido no solo metropolitano, sino nacional.
¿Habra nacido ahí esa tendencia a salir a la calle y a los medios para defender o imponer derechos y/o privilegios grupales por sobre desiciones gubernamentales, legales o económicas, buenas o malas, licitas o no, convenientes o sospechosas?
No lo sé y bien valdría la pena repasar la historia de la participación ciudadana en nuestra ciudad, creo que se han cometido muchos excesos y abusos en nombre de los derechos vecinales, pero también logros como los derechos civiles, sociales o urbanos, el más reciente: rechazar la ocurrencia del segundo piso en Chapultepec —tardío pero acertado movimiento, sordo y ciego ante su antecesor y absurdo segundo piso vial del Periférico.
Y si no es del todo claro el origen de la vecinocracia en estos últimos 20 años con sus aciertos y abusos, si parece precisa su degradación en “vecinopatía”; enfermedad colectiva o epidemia de grupos investidos en “vecinos” o “activistas” en oposición total, reiterativa y absoluta a políticas públicas que afecten cualquier privilegio “parroquial” sin considerar derechos de terceros, legítimos o no -y esto es lo más importante: sus demandas son supralegales, casi siempre de origen clientelar, mezquino y unilateral.
Porque una cosa es salir a la calle a exigir agua para un vecindario, el derecho a la educación o la verdad de los desaparecidos, y otra reclamar por la construcción de un hospital, un centro comercial, escuelas, vivienda o transporte ante una posible afectación a sus cotos de poder. Es decir, sí la vecinocracia puede exigir sus derechos aun sobre la ley, sus intereses pueden ser legítimos, en la vecinopatía sus demandas nunca son legales y mucho menos legitimas.
La vecinocracia recién degeneró en vecinopatía en esta ciudad cuando grupos de pseudo-ambientalistas, pseudo-conservadores del patrimonio, o viles cínicos y racistas se han opuesto a la circulación del “metrobus en el Paseo de la Reforma: una correcta estrategia metropolitana que puede unir la ciudad desde el CETRAM Indios Verdes, hasta Santa Fe con un medio accesible y más eficiente que el actual sistema de RTP o concesionado que circulan ya sobre la icónica avenida.No es lo mismo oponerse al Corredor Chapultepec que impedir que un sistema de transporte público metropolitano circule sobre una avenida, por patrimonial o verde que sea, y conecte más de 30 kilómetros de vía pública (escuché de un grupo de vecinos “nobles” decir que “ahora el gobierno quiere convertirnos en indios verdes”).
Se dice que uno de los síntomas más claros de la esquizofrenia es escuchar voces inexistentes que incitan a actuar por sobre la cordura, la ley o el pacto social, algunos ezquizoides incluso aparentan cierta normalidad e incitan a otros a actuar de acuerdo a sus voces imaginarias —para muestra basta un Trump. Quizás lo más grave es que otros grupos de poder utilizan la locura pasajera de aquellos vecinópatas para mantener privilegios y monopolios ocultos: transportistas, partidos políticos, oportunistas o cínicos que se aprovechan de la insania de los primeros
El Paseo de la Reforma y la posibilidad de tener un transporte público de pasajeros, más eficiente, moderno, limpio y ordenado han sido secuestrados por una banda de vecinópatas esquizoides, que oyen voces inexistentes como Carlota de Habsburgo, y pretenden imponer la dictadura del populismo, la demagogia, la esquizofrenia o el racismo por sobre el derecho metropolitano a la movilidad y el transporte.
20 años pueden no ser nada, o pueden ser mucho si la vecindad legítima se transmuta en la dictadura de la vecinopatía para imponer voces fantasmales como en el caso contra la linea 7 del metrobus. Gracias a proyectos culturales de arquitectura y ciudad como Arquine, Liga, Laboratorio para la Ciudad, Proyector y otros, ha sido posible mantener la discusión y el conocimiento urbano y metropolitano por 20 años. Espero sigan 20 años más y otros muchos de sana controversia que inocule patologías urbanas, donde quiera que surjan.
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