Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
11 noviembre, 2019
por Juan Palomar Verea
Más de una semana: siete días y medio. Metidos en un vehículo atorado en el tráfico citadino, lejos de cualquier actividad favorable, productiva, recreativa. Siete días y medio de tensión y desgaste, de riesgo: más de una semana perdida cada año. Si este tiempo fuera cuantificado en dinero y multiplicado por conductores y pasajeros de todos los camiones y autos involucrados en los embotellamientos se obtendría una cifra astronómica.
Una cifra que sin duda serviría para avanzar en el grave problema de la movilidad metropolitana. Sin embargo, ante la realidad actual, esto es simplemente una comparación. No existe ahora manera de realizar el canje. Pero sí existe manera de adecuar la mentalidad colectiva para que las cosas se hagan de otro modo. La primera es adquirir conciencia de la absurda “organización” que priva en muchos aspectos de la vida de la ciudad.
La certeza de que el más valioso activo con el que cuenta un habitante es su tiempo debería estar en la base de los esfuerzos por reordenar el transporte. Por lo tanto lograr la racionalidad y la eficiencia en los traslados adquiere una primordial importancia. El esquema impulsado por décadas según el que la realización material de un ciudadano común estaba en la posesión de un auto particular hace mucho que es inoperante.
Las pruebas están en el estado que guardan las calles todos los días. El espacio, simplemente, se ha agotado en muchos casos. Junto con ello han crecido el índice de contaminación, el ruido, la agresividad ambiental. El efecto de estos factores, a diario repetidos, incide muy negativamente en la calidad general de vida.
Afortunadamente, las cosas comienzan a cambiar. Las nuevas generaciones parecen estar mucho más conscientes de la situación general. Ya no es “obligatorio” perseguir la meta de contar cada uno con un coche: es evidente que, teniendo un mínimo de lucidez, no se puede adoptar un sistema caduco. Esas nuevas generaciones piden y construyen otras alternativas en las que la calidad de vida esté en el centro de lo cotidiano.
A pesar de los pesares, es mucho lo que Guadalajara puede ofrecer a sus habitantes. Pero mucho de esto pasa por circuitos que no son los del omnipresente automóvil. La vida barrial, por ejemplo, llena de vitalidad y constructora desde siempre de lazos de solidaridad. Pero es una vida que solamente puede captarse desde la perspectiva del peatón o del ciclista, de quien establece contacto humano, de quien tiene la oportunidad de apreciar el entorno y sus con mucha frecuencia gratas características.
181 horas son demasiadas horas. Representan un tributo a la irracionalidad, a un sistema de vida que debe evolucionar. Los ejemplos de distintas partes donde esto se ha logrado están a la vista. Afortunadamente la conciencia de alcanzar una vida más plena y justa está cundiendo entre los jóvenes y entre muchos adultos. El tiempo es un recurso insustituible: debe poder ser utilizado en tener una existencia plena.
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