Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
5 junio, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Ciudad Nezahualcoyotl
La ciudad. Sodoma y Gomorra o Babel, Roma y Bizancio y sus imperios. Venecia, sus canales, mapas y barcos. Londres y París y la modernidad en auge. Nueva York: rascacielos y finanzas globales. Shanghai, Laos o México, el desarrollo y el subdesarrollo. Ciudades como imagen y como idea. Emblemas del crecimiento, del cambio. La ciudad como civilización y como mundo. Se habla del triunfo de la ciudad y se anuncia que media humanidad ya vive en entornos urbanos como si fuera un logro de la historia y del progreso. Pero esas ciudades son, también, espacio de segregación y exclusión, donde junto a la riqueza financiera, que jamás pertenece a un lugar, se aglomeran millones de pobres y otros millones de la precaria clase media urbana.
El primero de junio, cuatro días antes del Día Mundial del Medio Ambiente, Donald Trump anunció que los Estados Unidos se retiraban del Acuerdo de París, firmado por todos los países del mundo excepto tres y planteado como respuesta global al cambio climático. A los pocos días, al menos 187 alcaldes de igual número de ciudades en los Estados Unidos habían declarado que se apegarían al Acuerdo, a pesar del anuncio del gobierno federal. El mismo primero de junio Norman Foster cumplió 82 años e inauguró en Madrid su fundación con un congreso: Future is now. Al presentar el foro, Foster afirmó con optimismo que las ciudades son el futuro, ahora, pese a retos como la desigualdad y, por supuesto, los riesgos ambientales. Las tecnologías para que las ciudades sean no sólo sustentables sino autosustentables, generando además de la energía que consumen también la comida para sus habitantes, ya están aquí y sólo falta ponerlas en marcha, dijeron algunos participantes del congreso. Michael Bloomberg, el otro millonario neoyorquino metido a la política, alcalde de su ciudad entre 2002 y 2013, y que también participó en el foro organizado por Foster, planteaba ahí que el problema era la manera de convencer a la gente de los cambios necesarios.
El mismo Bloomberg declaró poco después del anuncio de Trump sobre el Acuerdo de París, que serían las ciudades y las empresas las que mantendrían y cumplirían con lo pactado, llegando incluso más lejos de las metas que ahí se propusieron. La declaración de Bloomberg, como otras anteriores, hace a muchos pensar en un futuro, que ya está aquí, como dijo Foster, de ciudades y no de estados o naciones. Un futuro al mismo tiempo más local y más global. Pero Bloomberg no olvidó incluir junto a las ciudades a las empresas, las grandes corporaciones que, desde la ciudad que las haya visto nacer o la que más convenga a sus intereses financieros, controlan grandes redes de producción, distribución y consumo de bienes. Empresas que pueden tener su sede en un edificio que cumple con todos los certificados de sustentabilidad posibles en una ciudad de Oregon, en los Estados Unidos, pero que la mayoría de sus productos los hacen trabajadores en fábricas en Asia, quizá sin cumplir los mismos estándares ambientales y seguramente sin que los empleados reciban las mismas prestaciones ni gocen de la misma calidad de vida urbana. Sin tener en cuenta ese funcionamiento de las finanzas globales, la visión de las ciudades como oasis, refugio o santuario de la civilización, aunque parezca etimológicamente inevitable, quizá no resulte más que un reflejo a otra escala de esa lógica neoliberal que, en palabras de Margaret Thatcher, privilegia al individuo y su familia sobre la sociedad. Sin duda la idea del Estado-Nación como ha operado los últimos siglos está en crisis, pero ¿puede pensarse que los estados desaparecerán sólo disolviéndose en conglomerados de menor escala, como las ciudades, dejando los temas globales en manos de empresas también globales una vez que instituciones supranacionales queden sin el sustento de los estados? ¿Imaginaremos una OCU, una Organización de las Corporaciones Unidas en las que el consejo de seguridad lo ocupen los directivos de Facebook, Microsoft o Uber? ¿Terminará la famosa frase de la Thatcher en algo como “no hay algo así como un Estado, sólo hay hombres y mujeres individuales, sus familias y sus ciudades”?
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