Sobre Antonin Raymond y su paso por México
En México, el arquitecto checo Antonin Raymond es prácticamente desconocido. Raymond visitó Mexico, como lo hicieron otras figuras extranjeras (por [...]
21 enero, 2016
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello
Detalle del Coliseo romano. Fotografía: Warpflyght.
Fornicar deriva de fornix, arco o arcada en latín. Sinónimo tardío de arcus el término fornix probablemente surgió debido a la similitud formal y constructiva entre los hornos de cocina (fornacem) y los arcos de los edificios. Los romanos lo utilizaron para referirse a los burdeles ya que las prostitutas ofrecían sus servicios debajo de arcadas públicas; ergo fornicar. Más que arcadas se trataba de bóvedas alineadas cuya profundidad confería la obscuridad necesaria para sus negocios. Fornix por tanto también significó “bóveda”, en especial de cañón corrido, y llegó incluso a significar cualquier espacio abovedado. Vitruvio lo empleó para designar los arcos de los acueductos, los arcos de descarga, los nichos acústicos en los teatros, algunas ventanas y por supuesto las bóvedas.[1] Siglos más tarde Alberti lo utilizaría igualmente para referirse a las bóvedas y, usando una etimología apócrifa, diría que las bóvedas de cañón corrido (fornix) son como montañas perforadas por túneles (en donde fornix derivaría de perforare).[2] Para Alberti fornix también podría ser un arco soportando un puente, o bien un arco triunfal.
Este último significado fue uno de los más comunes en la Roma imperial, aunque fornix propiamente dicho era un arco triunfal adosado, mientras que arcus trimphalis era uno exento.[3] De cualquier forma esta asociación con los arcos triunfales fue la razón por la que aquel término dio nombre a uno de los principales “motivos” de la arquitectura romana. En efecto el “estilo fornix” se caracterizó por la repetición en fachada de un módulo basado en la elevación de un arco triunfal.[4] En su forma clásica este consistía en la yuxtaposición de dos “sistemas” constructivos, por un lado un marco formado por dintel y columnas, y por el otro un arco descansando en pilares; dado que el primero fue característico de la arquitectura griega y el segundo de la romana, dicha combinación representaba una síntesis arquitectónica ideal entre ambas culturas; una especia de “fornicación” de importantes implicaciones políticas.
Izquierda: Arco de Constantino, Roma, fotografía: Alexander Z. Derecha: Detalle del Tabulario romano (fuente: D. S. Robertson, Greek and Roman Architecture).
Uno de los primeros y más importantes ejemplos de arquitectura fornix fue el llamado Tabulario, el edificio que delimitaba al Foro Romano por su lado poniente y servía tanto de muro de contención como de fachada a la colina capitolina. El Tabulario era una estructura de arcadas continuas que ofrecía una magnífica vista hacia el Foro, así como a la ciudad y el paisaje de Roma. Construido por Sulla, el general y dictador que conquistó Atenas, el Tabulario representaba mediante su combinación de elementos la supeditación de Grecia a Roma y al mismo tiempo mostraba a Roma como heredera legítima de la cultura helénica.[5] Es probable que tan memorable fachada haya sido la razón por la que el motivo fornix sea también conocido como tabularia.[6] Con todo los ejemplos más monumentales de este estilo se encuentran en el Teatro de Marcelo y en el Coliseo flavio. En estos edificios la yuxtaposición ocurre en dos direcciones: verticalmente, mediante la superposición en altura de columnas de distintos “géneros”, y horizontalmente (el fornix propiamente dicho) mediante la superposición en profundidad de dos sistemas constructivos.
Izquierda: Foro Romano por Constant Moyaux, 1986. El Tabulario es el edificio que sirve fondo al dibujo. Derecha: Elevación del Coliseo romano por J.L. Duc c. 1826.
A pesar de la síntesis lograda el motivo fornix establecía una clara separación de funciones, ya que las arcos y los pilares eran los elementos que recibían y transmitían las cargas mientras que el dintel y las columnas (o mejor dicho columnas adosadas o pilastras) tenían una función básicamente decorativa. Un examen más detenido, sin embargo, permite ver que las columnas reforzaban, al menos visualmente, a los pilares y en este sentido hacían las veces de índice semiológico, a la manera de las famosas secciones I en los edificios de Mies. En el caso fornix los dos sistemas se coordinaban con gran destreza a través de alineamientos y relaciones proporcionales, y con ello sus arquitectos demostraban una gran sofisticación en la práctica de su oficio. Para John Onians edificios como el Tabulario no solo aplicaban “los principios helenísticos de diferenciación [de órdenes] sino que hacían más cosas que sus modelos griegos”:
“La más amplia diversidad del vocabulario estructural romano, que explotaba por igual a los pilares y sus arcos como a las columnas y sus trabes, permitía que el contraste entre lo elegante y lo firme se lograra más contundentemente. De ahí en adelante la oposición entre columna esbelta y pilar robusto sería decisiva para la definición del estatus relativo [de esos elementos], de la misma forma en que los distintos tipos de columna lo habían sido para los griegos. A una escala de ornamentación de lo simple a lo complejo, se le sumó una escala de formas estructurales de lo fuerte a lo débil”.[7]
Es importante anotar que esta diferenciación no fue siempre categórica ya que como afirma Antonio García y Bellido: “el valor constructivo del arco llega incluso a contaminar al arquitrabe griego, que en la arquerías del Tabularium aparece, por primera vez, en lo conocido, despiezado en dovelas, formando un dintel adovelado o un arco adintelado”. [8] Lejos de restar eficacia comunicativa, esta “contaminación” era signo del alto grado de articulación lingüística de la arquitectura romana. Es precisamente este potencial lingüístico el que ha llamado la atención de los investigadores que se han interesado en el motivo fornix y aspectos relacionados.
Plaza del Campidoglio por Éttiene Dupérac, 1568.
En su texto sobre “la fachada” escrito para la más reciente Bienal de Venecia (dedicada a “los elementos de la arquitectura”) Stephan Trüby afirma que la arquitectura occidental se ha servido de dos estrategias principales de ordenamiento de columnas para la composición de fachadas: por un lado la “superposición” vertical de columnas (superimposition) –y a la que ya nos hemos referido- y por el otro lo que llama (como muchos antes que él) el “orden colosal”.[9] Generalmente atribuido a Miguel Ángel, pero ensayado previamente por Brunelleschi, Alberti y Bramante -y en realidad originado en la misma Roma antigua- el “orden colosal” representaba otro tipo de yuxtaposición de elementos, en este caso consistiendo en columnas o pilastras de grandes dimensiones que enmarcaban elementos clásicos análogos pero de menor escala y organizados en dos o más niveles. Resulta obvio, sin embargo, que el orden colosal no era otra cosa que una versión agigantada del motivo fornix. La “invención” de Miguel Ángel era de hecho el producto de la gradual transformación de ese motivo en manos de los arquitectos que le precedieron.[10] En este sentido resulta significativo que el ejemplo canónico del orden colosal -las fachadas de la Piazza del Campidoglio de Miguel Ángel- se localizara justo encima de la ruinas del Tabulario. Cosas similares pueden decirse de muchos otros “motivos” renacentistas o de la antigüedad, desde la famosa Serliana hasta las fachadas de las iglesias palladianas. En el primer caso se trataba de un fornix en donde los pilares se desmaterializaban, por así decirlo, en vanos, y sus impostas se transformaban en arquitrabes. En el segundo, se trataba de fachadas sobrepuestas, algunas de orden colosal, que parecían interpenetrarse.
Izquierda: “Basílica” de Vicenza, Andrea Palladio de I quattro libri dell’architettura, 1570. Derecha: Iglesia de Il Redentore, Venecia, 1575. Fotografía: Wolfgang Moroder.
En referencia a estos aspectos de la arquitectura palladiana, Alexander Tzonis y Liane Lefeivre advierten que el uso de metáforas modernas como “collage”, “interpenetración” y “transparencia” son inadecuadas para comprender el significado de la arquitectura clásica, y proponen en su lugar una terminología basada en la retórica y poética aristotélica.[11] Esto no impide ver que el motivo fornix y sus derivados sobreviven -de alguna u otra forma- en una de las principales estrategias usadas por los arquitectos modernos para articular las fachadas de sus edificios. Según uno de los textos aludidos por Tzonis y Lefaivre, las elevaciones de los proyectos de Le Corbusier son como planos yuxtapuestos en profundidad, que al entrar en diálogo y tensión, generan transparencias de gran sutileza, y prometen con ello una cierta riqueza espacial interna. [12] Si nos trasladamos al plano horizontal, podría inclusive afirmarse que el motivo fornix está presente en las plantas libres lecorbusianas. Aquí dos “sistemas”, en este caso uno de cerramiento y otro estructural, se yuxtaponen no solo con fines visuales o retóricos, sino para establecer distancias que abrirían mayores oportunidades de ocupación y orientación.[13]
Le Corbusier, plantas de las Villa Stein (1927) y Villa Savoye (1931).
[1] Vitruvio 5.5.2 y 6.8.3-4
[2] Alberti, 3.14, 4.6, 8.6. Esta etimología la atribuyen Rykwert, Leach y Tavernor en Leon Battista Alberti, On the Art of Buildings in Ten Books, Joseph Rywert, Neil Leach y Robert Tavernor traductores (Cambridge Mass: MIT Press, 1988), 379 n. 55.
[3] William Smith, William Wayte y G. E. Marindin, A Dictionary of Greek and Roman Antiquities (Londres: John Murray, 1890).
[4] Ver entre otros Mark Wilson Jones, Principles of Roman Architecture (New Haven y Londres: Yale University Press, 2000), 121.
[5] John E. Stambaugh, The Ancient Roman City (Baltimore y Londres: The Johns Hopkins University Press), 40.
[6] Xavier Cortés Rocha, El Clasicismo en la arquitectura mexicana (Universidad Nacional Autónoma de México- Miguel Ángel Porrúa), 41. Otra denominaciones según este y otros autores es la de “arco inscrito”. Richard Ingersoll lo llama ryhtmic trabeation, Richard Ingersoll y Spiro Kostof, World Architecture: a Cross-Cultural History (Nueva York y Oxford: Oxford University Press, 2012), 456.
[7] John Onians, Bearers of Meaning: The Classical Orders in Antiquity, the Middel Ages, and the Renaissance (Princeton: Princeton University Press, 1990), 30-31. Traducción: JMH.
[8] Antonio García Bellido, Arte Romano (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1979) 62.
[9] Stephan Trüby, et. al. Façade (Venecia: Marsilio, 2013), 36-39.
[10] Sobreviviendo fragmentariamente durante la llamada Edad Media el motivo fornix fue revivido en el siglo XV por Alberti en obras como el Tempio Malatestiano y el Palazzo Rucellai, pero fue interpretado de forma más rigurosa por Bramante a principios del XVI. Uno de sus mejores ejemplos fue la arcada baja del claustro de Santa Maria della Pace, aunque el más “correcto” fue el de las arcadas del patio del Belvedere en el Vaticano. De ahí en adelante el motivo se tornó en algo muy común en las arquitecturas de Europa y América hasta la época del academicismo. En México hace su temprana aparición en las portadas de los monasterios de las órdenes mendicantes, por ejemplo en Cuauntinchán.
[11] Alexander Tzonis y Liane Lefaivre, Classical Architecture: the Poetics of Order (Cambridge, Mass: MIT Press, 1986), 166.
[12]El texto aludido es por supuesto el de Colin Rowe y Robert Slutzky, “Transparency: Literal and Phenomenal,” Perspecta 8 (1963), 45-54.
[13] Justo cuando el principio de la planta libre se formulaba y materializaba en proyectos como la Villa Stein o la Villa Savoye de Le Corbusier, un obscuro profesor de la Universidad de Cambridge, Donald Struan Robertson, publicaba un libro sobre la arquitectura grecorromana. Al analizar el Tabulario, Robertson afirmaba que ese edificio era “un ejemplo temprano de aquel divorcio entre función y decoración característico de la arquitectura romana producto parcial de la introducción de nuevos métodos estructurales”. Acto seguido añadía: “los arquitectos modernos se han guiado por estrategias similares al manejar el acero y el concreto armado”. D. S. Robertson, Greek and Roman Architecture (Cambridge: Cambridge University Press [1929] 2ª edición 1943), 242.
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