Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
3 junio, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
17 de diciembre de 1946: Donald Judd viajaba en autobús por el oeste de Texas junto con otros tres jóvenes. Los cuatro reclutados por el ejército para ir a Corea. Ese día Judd le envió un telegrama a su madre:
“QUERIDA MAMÁ VAN HORN TEXAS. POBLACIÓN 1260. BONITO PUEBLO. HERMOSO LUGAR MONTAÑAS AMOR DON.”
A principios de los años 70, Judd y su familia viajaron varias veces a Baja California. Judd quería alejarse del mundo de las galerías y museos de Nueva York. En uno de esos viajes pasó por Marfa, Texas. Tal vez entonces recordó lo que escribió cuando tenía 18 años: bonito pueblo, hermoso lugar.
Marfa es un pequeño pueblo en el desierto de Chihuahua, a 834 kilómetros de Houston y sólo 175 de Chihuahua, desde donde es más fácil llegar. El pueblo empezó como una estación de servicio del ferrocarril en 1880. El nombre, dicen, se lo puso la esposa de un ejecutivo de los ferrocarriles tomando el de Marfa Strogoff, la madre del protagonista de la novela de Julio Verne Michel Strogoff. En 1911 ahí se construyó un fuerte del ejército de los Estados Unidos con el fin de proteger la frontera de los grupos armados que hacían la Revolución al sur del Río Bravo. El fuerte se cerró en 1933, pero en marzo de 1942 se empezó a construir un campo aéreo de entrenamiento también para el ejército. Algunas barracas del fuerte sirvieron para alojar a prisioneros de guerra alemanes. En 1956 en Marfa se filmó Gigante, la última película que protagonizó James Dean; sus coestelares eran Elizabeth Taylor y Rock Hudson. Ahí tal vez acabaría la historia de Marfa si, en 1971, Judd no hubiera rentado una casa para pasar el verano.
Donald Clarence Judd nació el 3 de junio de 1928 en Excelsior Springs, Missouri. Tras servir en el ejército estudió filosofía en la Universidad de Columbia e inició una maestría en historia del arte, donde tuvo como maestros, entre otros, a Rudolf Wittkower y a Meyer Schapiro. Su primera exposición individual como pintor fue en 1957, a los 39 años. A principios de los años 60 ya había abandonado la pintura y empezaba a producir objetos usando materiales industriales.
En 1965, Judd publicó en Arts Yearbook 8, un ensayo titulado Specific Objects. Ahí dice que “la nueva obra obviamente se parece más a la escultura que a la pintura, pero está más cerca de la pintura” y que es menos un objeto que “algo abierto y extendido, más o menos ambiental.” Judd había llegado a un punto en el que pensaba que incluso un plano de puro color, como un cuadro azul de Yves Klein, era todavía una figuración de un espacio: “las tres dimensiones son espacio real. Eso nos libera del problema del ilusionista y del espacio literal, espacio en y alrededor de marcas y colores —que es quitarse de encima una de las más prominentes y objetables reliquias del arte europeo.” En ese texto Judd escribirá también una de sus frases célebres y, según dirá después, peor entendidas: “una obra sólo necesita ser interesante.”
En Marfa, Judd empezará a comprar distintas propiedades —el viejo fuerte, el viejo banco, el viejo rancho— y transformarlas poco a poco en los espacios precisos para su obra y la de algunos de sus amigos que juzgaba más interesante. Su museo particular. Cuando en 1967, en el número 9 del Arts Yearbook, le hicieron tres preguntas: ¿quiere que su obra esté en un museo, ¿si no en un museo, dónde?, y ¿si en un museo, cuáles son las condiciones ideales?, Judd respondió:
1. Sí, en cualquier parte.
2. Un gran espacio rectangular con un techo alto está bien. Un techo bajo funciona si no hay demasiada obra. Sin molduras ni ranuras. Los muros y los pisos deben ser lisos y ortogonales, sin baldosas ni patrones. Idealmente la arquitectura del edificio debe ser buena al interior y al exterior. Eso excluye la elegancia de la mayoría de las nuevas galerías y de los nuevos museos. Por supuesto un museo no debe ser de calidad inferior a lo mejor que contenga, pero no debe ser ni ecléctico ni trivial.
Judd, que diseñó muebles y acondicionó espacios para vivir y para mostrar su obra, tenía muy clara la diferencia entre el arte y el diseño. En un texto de 1993 —un año antes de morir— titulado It’s Hard to Find a Good Lamp, escribió:
La configuración y la escala del arte no pueden transponerse a los muebles o la arquitectura. La intención del arte es diferente de la de éstos, que es funcional. Si una silla o un edificio no son funcionales, si parecen sólo arte, resultan ridículos. El arte de una silla no es su parecido al arte, sino en parte ser razonable. El arte en el arte es parcialmente la aserción de los intereses de alguien, sin importar otras consideraciones. Una obra de arte existe por sí misma; una silla existe como una silla. Y la idea de una silla no es una silla.
Eso no le quita importancia al diseño ni a la arquitectura, al contrario. Judd agrega:
Los arquitectos, diseñadores, vendedores e incluso los políticos dicen que le dan a la gente lo que quiere. Le están dando a la gente lo que se merece, por su negligencia, pero son presuntuosos pretendiendo saber lo que ellos quieren. Lo que quieren es lo que consiguen.
En una entrevista que le hizo Bruce Hooton en 1965, le preguntó sobre la idea de simplicidad —pues muchos suponían que lo que hacía Judd era simple. “Normalmente cuando alguien dice que algo es simple, lo que está diciendo es que hay algunas cosas que le resultan familiares y que no están ahí.” Hooton complementa: “si vas a hacer una caja, la unión de la junta debe estar en el lugar preciso.” Sí, responde Judd, boxes are pretty simple.
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