19 marzo, 2012
por Arquine
por Alejandro Hernández Gálvez / @otrootroblog
Creo que he ido a todos los congresos organizados por Arquine –trece con el de este año– y me parece que el más reciente probablemente haya sido el mejor de todos. Hubo, como siempre, conferencias buenas, memorables, y otras no tanto e incluso alguna mala. pero el efecto general, de conjunto, fue bastante bueno. El tema –desplazamientos– no era fácil. Había al menos dos lecturas posibles: pensar en los arquitectos como desplazados –arquitectos que viven o trabajan en sitios distintos a aquellos en los que nacieron o se educaron– y en arquitectos que trabajan para quienes han sido desplazados, migrantes, sí, pero también aquellos desplazados del centro de atención, desplazados al margen de los principales procesos de producción. También se podía pensar en una arquitectura desplazada, llevada más allá de los límites de la disciplina, una arquitectura del campo expandido.
Por eso nos enfrentamos también a dos arquitecturas. Una es la Arquitectura con mayúscula, la que se enseña en la mayoría de las escuelas y se publica en la mayor parte de los libros y revistas. La otra, la que pese a ser cuantitativamente mayoritaria ocupa un lugar marginal en la historia y la reflexión sobre la arquitectura. La primera es la arquitectura de los arquitectos y la segunda aquella que Bernard Rudofsky llamó arquitectura sin arquitectos. Para seguir con dicotomías, nos enfrentamos finalmente a dos maneras de presentar arquitectura: aquella que describe lo que ya muestran las imágenes lo que, probablemente, resulte de la convicción de que la arquitectura es un objeto que se basta o se agota en su propia presencia; y otra que supone que el discurso no sólo es un suplemento sino parte integral del mismo proceso arquitectónico. Hubo, tal vez, combinaciones para todos, aunque hay algunas, según parece, imposibles.
Joan Mac Donald, de Chile –que se desplaza y trabaja fundamentalmente para los desplazados, para lo que hoy conocemos ya oficialmente con la etiqueta de el otro 90%– tras explicar que las grandes ciudades se dividen entre las de los países desarrollados y los países pobres –hoy son éstas las que crecen–, y que ellas se dividen a su vez en zonas formales, legales y producidas para quienes tienen recursos y las informales, producidas por los pobres, afirmó que las ciudades las hacen, pues, las inmobiliarias o los pobres, no los arquitectos. Si para el sector formal, regido por las inmobiliarias, la participación del arquitecto es mínima y limitada a las etapas iniciales del diseño, la arquitectura de los pobres es, de nuevo, una sin arquitectos.
Junto a Mac Donald, Oscar Hagerman y Cameron Sinclair, de Architecture for Humanity, también hablaron de la arquitectura sin arquitectos, del otro 90%, y hablaron de diseño y participación –de algo que podríamos llamar aprendiendo de la arquitectura de los otros. Sinclair da un paso más allá, pues mientras Mac Donald subrayaba la urgencia –cuando uno de cada cinco niños no pasa de los cinco años son mejores las soluciones rápidas, aunque malas que las buenas que llegan siempre tarde, dijo–, aquél insiste en la necesidad y obligación de utilizar el diseño como un arma para lograr la equidad.
Esas arquitecturas van desde la caridad –esa que, para citar a Slavoj Žižek, despolitiza al problema– hasta el activismo y la política: Eyal Weizman, de Israel –quien acaso ofreció la mejor presentación– habló de las implicaciones legales y políticas de la arquitectura. “la arquitectura es un plástico político –dijo–, es la política desacelerándose en formas.” y presentó ejercicios de arquitectura forense: la arquitectura como evidencia de acciones concretas que marginan, controlan y regulan territorios y pueblos.
Del otro lado, los arquitectos del 10% –¿o es del 1%?– hubo formas y discursos. Desde la consistencia formal del español Antón García Abril, hasta los excesos que hoy parecen no tener sentido de Benedetta Tagliabue o Zaha Hadid; y desde la hiperconsistencia teórica de Alejandro Zaera-Polo, quien presentó su Teoría general de la envolvente– hasta la casi ausencia total de discurso, como –otra vez– Zaha Hadid, quien se contentaba con explicar una imagen diciendo que eso era el techo, el vestíbulo o la estructura.
Los arquitectos de esas dos arquitecturas que generalmente no se dan la cara se enfrentaron en este congreso ante casi tres mil asistentes, la mayoría estudiantes. Si se hubiera tratado de un ring –Cameron Sinclair salío a escena usando una máscara de luchador– lo más probable es que los ganadores, por decisión popular, hayan sido esos arquitectos que se ocupan del otro 90%, de los desplazados. Tal vez sea el espíritu de los tiempos y el hartazgo generalizado, pero esa arquitectura reluciente y espectacular, muchas veces excesiva, parece que ya no encanta –o no tanto.
¿Es la división que esbozo arriba así de clara, de infranqueable? Seguramente no. El mismo caso de Architecture for humanity lo demuestra –Sinclair insistió varias veces: ellos hacen arquitectura y quieren que sea buena. Lo demostró también el trabajo de Manuel Clavel y el de Thomas Heatherwick, a la vez lúdico y responsable, presentando proyectos que bien pueden desfilar en la pasarela y también salir a la calle sin el sentimiento de culpa –o, en su ausencia, el cinismo– de quien se pasea entre los más necesitados envuelto en su abrigo de mink.
por Andrea Griborio / @andrea_griborio
Un congreso supone la reunión periódica de una serie de personas con el fin de debatir cuestiones de diversa índole, suele entenderse con fines políticos y en ocasiones es referencia de institución, de lugar – edificio– en el cual se celebran las más importantes sesiones de trascendencia política y social. Su origen etimológico proviene del participio pasado del prefijo gressus que significa caminar, dar pasos; y que sumado al prefijo com indica un caminar juntos, ir juntos hacia un punto de reunión. Congreso refiere un desplazamiento, un lugar de discusión constante y periódico donde el intercambio y la sumatoria de experiencias se reúnen y exponen. Un punto en constante movimiento.
Hablar de arquitectura debe suponer mucho más que analizar, obras, tipologías o corrientes; se trata de generar los espacios donde se logren exponer los escenarios y las realidades desde la cual surge; explorar e indagar en las variables que la condicionan y transcender el estudio de un proyecto y la mera descripción del mismo. El congreso Arquine pretende trascender la mera exposición y el formato de catálogo de arquitectos o arquitecturas, para constituirse en referente de importantes sesiones donde la discusión se centre en temas que permitan englobar similitudes y diferencias, desde la más amplia gama de posibilidades, para convertirse en el más plural de los escenarios, y la más completa de las discusiones, en institución.
Este congreso retoma el “caminar juntos” para hacer de su reunión un escenario de movimiento constante, de diversidad y calidad, entendiendo que es posible colocar en el mismo escenario las arquitecturas de Zaha Hadid y Joan Mac Donald o Cameron Sinclair, desde el momento en el que generan un abanico extenso de posibilidades donde cada quien puede ocupar un lugar y fijar una posición ante la arquitectura y la sociedad; más allá de porcentajes, excentricidades y conciencias, y encontrando en el espacio de lo cotidiano aquello que debe ser asistido. Quizás es en la distancia que se genera entre el trabajo oscilante entre arquitectura, pieza y escultura de Thomas Heatherwick y Oscar Hagerman que se logró encontrar un lugar de acogida para el diseño de lo cotidiano, acotado a diversas escalas y realidades; mismas realidades que contrastan al colocar juntas la arquitectura fina y rigurosa de Sou Fujimoto con el trabajo participativo y comunitario de Manuel Clavel. Un movimiento o cambio de posición, un desplazamiento que también se enteiende al colocar las ausencia maquilladas del trabajo de Benedetta Tagliabue ante las presencias crudas desde la teoría de Alejandro Zaera-Polo o Eyal Weizman.
Si el 12 congreso Arquine buscó indagar en los procesos, dando valor precisamente al trayecto en el cual transcurre la obra desde su no origen, hasta su no final, a ese periodo, en ocasiones del tiempo y otras del espacio donde la arquitectura avanza, deteniéndose o moviéndose para cambiar, ya se sea de estado o de perspectiva, donde cada instante es una sumatoria de experiencias y da pie al resultado. En el 13 congreso, el escenario fue otro, el movimiento se dio muy por encima del término que titulaba la reunión, y los contenidos no sólo fluctuaron entre las dos acepciones que desde su inicio se le dieron a la palabra desplazamientos, la del arquitecto que se desplaza en disciplina y espacio y la del arquitecto que trabaja con quienes son desplazados por voluntad o fuerza, sino que surgió de modo tácito e intencionado, la inevitable comparación de diversos modos de acercamiento al oficio, donde prevaleció la oscilación y donde parecía que la no conclusión, era una invitación a tomar partido.
Entender la trascendencia del com-gressus Arquine, parte de entender ese origen, ese reunir para avanzar, para “caminar juntos”, no sólo escuchando los vaivenes de quienes congrega y coloca en el ruedo, supone también formar parte de cada una de las trayectorias que este configura, en los procesos de discusión de formato reducido que genera post conferencias, o las trayectorias de reconocimiento de la urbe que le preceden al plato fuerte; es un detenerse a observar los constantes acontecimientos, desplazándose en los espacios, escenarios y tiempos que fundamentan la disciplina y la proyectan al futuro y que cada año aparece para “acelerar neuronas” y trascender en los discursos corrientes y convencionales que lideren el quehacer arquitectónico mundial.
por Juan José Kochen / @kochenjj
14 desplazados y 2 desplazamientos. El 13 congreso Arquine dejó una memoria discursiva que sobrepuso las dos líneas trazadas para abordar un tema tan coyuntural por las migraciones como inherente al nomadismo del ser humano. Agrupados por orden de aparición; práctica profesional; metodología de investigación; teoría; o performance en el escenario, las 14 conferencias del congreso mostraron un vasto catálogo de ‘arquitecturas’ –comunitarias y de autor– para elegir el mejor tomo de un mismo librero arquitectónico en construcción.
Para entender la agrupación de los libros identificamos una categoría general de arquitectos ‘desplazados’ en cuanto a su denominación de origen arquitectónica. Por orden de aparición, Benedetta Tagliabue, italiana radicada en Barcelona, marcada por el pragmatismo de su esposo Enric Miralles (1955-2000), refirió la experiencia del viaje para coleccionar memorias desplazadas en un la presentación de sus proyectos. De Barcelona a Madrid con Roldán + Berengué o Roldán – Berengué, pues Mercé Berengué decidió dejar solo a Miguel Roldán para mostrar una serie de proyectos inconexos, a pesar de su marcado interés por la imagen y el estudio de mapas visuales. Mención aparte tendrán los cuatro arquitectos que mostraron, platicaron y reflexionaron sobre teoría, arquitectura y participación ciudadana. En este primer bloque narrativo, aún situados en Madrid, incluimos las ingenierías estructurales con propuestas cinematográficas de Antón García Abril y las texturas envolventes de Alejandro Zaera-Polo, cuyo desplazamiento en AZPA comienza luego de 20 años al frente de Foreign Office Architects junto a Farshid Moussavi.
Con ritmo y dinámicas distintas, Johanna Hurme (Finlandia) y Sasa Radulovic (Croacia) de 5468796 Architecture, presentaron proyectos ‘locales’ en Winnipeg y esbozaron el tema del pabellón canadiense para la Bienal de Venecia con “Migrating Landscapes”. En otro orden de ideas, con una arquitectura más discreta, Sou Fujimoto explicó una arquitectura de paralelismos entre espacios interiores y exteriores que denota una escuela japonesa en plena efervescencia. Este fue el preámbulo para la conferencia del inglés Thomas Heatherwick, cuyo estudio de diseño trasciende formas cotidianas para crear puentes, pabellones y edificios, mientras reinventa iglesias y autobuses.
El cierre fue la conferencia de la anglo-iraquí Zaha Hadid. Con este resumen de proyectos, alejado de una conferencia como tal, se confrontaron ambas propuestas en un mismo ‘stand’; un ‘star-system’ en declive contra una arquitectura comunitaria o más social, encabezada por Oscar Hagerman, Joan Mac Donald, Cameron Sinclair, Manuel Clavel y Eyal Weizman –estos dos útimos con otro enfoque, pero con inquietudes similares–. Las líneas curvas de Hadid, con edificios de rúbrica selecta y formas espectaculares, no dejaron más que un silencio sepulcral de la talla de un Premio Pritzker. En cambio, la arquitectura vernácula y diseño de mobiliario a cargo de Hagerman; la gestión de vivienda social de la chilena Joan Mac Donald; la movilización ciudadana de Manuel Clavel en Murcia, ahora en Miami; la arquitectura como política plástica del israelí Eayl Weizman en Palestina –la mejor conferencia por su carga ideológica y correspondencia social–; y el activismo ‘altruista’ de Cameron Sinclair, que despierta un escepticismo humanitario y arquitectónico luego de semejante performance lleno de retórica.
Ambas propuestas, en el mismo mapa y territorios encontrados, son arquitecturas distintas y equívocas, propias de una investigación forense (Weizman). Se trata de propuestas arquitectónicas que sugieren salirnos de nuestra torre de cristal –comunitaria o del ‘star-system’– (Joan Mac Donald) para buscar un desplazamiento multidisciplinar con el fin de reencontrar el sentido de la profesión. Un desplazamiento para reactivar las dinámicas urbanas y conectar a la gente con la ciudad, en una coexistencia a ras de suelo con la arquitectura icónica, en peligro de extinción. Contrastantes pero complementarias, ambas arquitecturas dejan pendiente la idea de posibilidad para cambiar de escala e hibridar proyectos que desplacen lo convencional de su ambivalencia.
Fotos: Portavoz