Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
2 mayo, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Dos fotos que tomé con unas horas de diferencia muestran, cada una en su tipo, especies de monumentos al peatón desconocido. La primera, una de las estructuras que el gobierno capitalino construyó el sexenio pasado en la glorieta del Metro Insurgentes para sustituir los anuncios espectaculares —mal vistos por la mayoría— por un espacio a la vez público y de publicidad, algo así como nuestro times square. En principio no veo nada de malo en la publicidad —a menos que lo malo, siendo radicales, sea el sistema del libre mercado entero. Entiendo que la publicidad seduce e induce, pero no creo que sea la maligna máquina de controlar voluntades que algunos denuncian. Siendo así, a la publicidad sólo le pediría producir bellas imágenes —a veces lo logra, como como aquí o acá, por sólo poner dos ejemplos— y, en el caso de publicidad en la ciudad, que se sume a lo público —como pura imagen o como espacio. en el caso de la Glorieta de Insurgentes, un par de cilindros con pantallas luminosas que presentan filmes publicitarios podría haber servido, además de para darle vida a ese espacio —que, de hecho, ya tenía suficiente, sólo que de ese tipo de vida que muchos no quieren ver— y para que, a cambio del espacio publicitario, se les exigiera a las compañías que lo administran mejorar el espacio público. ése era el objetivo. pero no se si por haberse quedado inacabadas —otra obra entregada a medias— o por que así se planeó, los cilindros sólo tienen pantallas en la mitad de su superficie. la otra mitad es la estructura desnuda. lo curioso —y esto es un eufemismo— es que la publicidad está sólo dirigida hacia la calle que rodea a la glorieta, es decir, hacia los autos. pareciera que los peatones son, si acaso, consumidores de segunda que, además de banquetas en pésimo estado o la ausencia de pasos peatonales pintados en las calles —y, cuando los hay, poco o nada respetados por los automovilistas—, no tienen derecho a la publicidad.
La siguiente foto es un caso que se repite todos los días en todas partes de la ciudad: un comercio —o cualquier otro tipo de edificio— que, a falta de lugares de estacionamiento —¿cómo se mide eso: la falta de lugares para estacionarse?— ocupa la banqueta, abusando. De nuevo el peatón no es considerado como cliente potencia y es, además de ciudadano de segunda, un consumidor de segunda o, tal vez, como se le considera un consumidor de segunda se le trata como ciudadano de segunda. en este caso es una tienda de muebles para baño en la delegación Benito Juárez, en la esquina de azores y división del norte —una delegación en la que el delegado, Jorge Romero Herrera, se empeña en presumir sus acciones contra los ambulantes que ocupan ilegalmente el espacio público, pero, por omisión o, peor, complicidad, protege a los comerciantes establecidos que ocupan ilegalmente el espacio púbico.
Pero más allá de mi obsesión con este delegado incompetente, esta foto revela, en una condición mucho más común que la de la Glorieta de Insurgentes, el mismo desprecio por el peatón, quien además de sufrir el constante abuso de los automovilistas, es prácticamente negado por el mercado —sea la publicidad o los negocios—, lo que en una sociedad de consumo quiere decir, simplemente, que no existe. ¿Será que, además de seguir presionando a los servidores públicos de distintos niveles para que hagan valer la supuesta prioridad del peatón sobre otras formas de movilidad —y de simple estar: no todo se mide en flujos y velocidades—, habríamos los peatones —y los ciclistas— de organizar una especie de boicot contra los establecimientos que no sólo no facilitan el acceso a peatones y ciclistas sino que, con sus prácticas de prioridad al automovilista, hacen más difícil el uso equitativo del espacio público?
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