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¡Felices fiestas!
4 abril, 2013
por Tobias Ostrander
Desde sus inicios hasta la actualidad, muchos tiempos han convergido en el Museo Experimental El Eco, lo que implica entender el tiempo como algo que no es lineal, sino fragmentado, algo en lo que se suman diversas capas. Al concebir este proyecto, Mathias Goeritz se refirió de manera específica a algunos momentos que resultaron vitales para aquellas vanguardias anteriores a la Segunda Guerra Mundial (que fueron interrumpidas por la guerra), con la intención de revitalizarlas en el contexto de México y de América. Este interés implica una postura nostálgica, a posteriori, a saber, el deseo de que un momento estético del pasado regrese o se prolongue. De manera contraria a esta forma de estructurar el tiempo, este “museo” experimental construido en 1953 (sin colección, pero con objetivos programáticos), anticipó la institucionalización del arte moderno al funcionar como un protomuseo de arte moderno en México, (éste era la respuesta de Goeritz a las experiencias que tuvo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York cuando lo visitó en 1949).
El proyecto original de El Eco duró muy poco tiempo y cerró sus puertas a menos de un año después de su inauguración. En los cincuenta años que siguieron, el inmueble se transformó varias veces para albergar un restaurante, un bar, un cabaret clandestino lésbico-gay, un teatro isabelino, y un foro para teatro político y performance. Por el resto de su vida, Goeritz mantuvo el concepto de El Eco y lo aplicó a otros programas y proyectos arquitectónicos de los cuales, quizá el más cercano en términos tanto de escala como de programa fue el Laberinto de Jerusalén de 1974. En 2004, la Universidad Nacional Autónoma de México compró el edificio y lo restauró hasta devolverlo al estado de 1953. Así, en 2005, El Eco volvió a abrir sus puertas como un espacio dedicado a exhibir arte contemporáneo.
El proyecto actual se ha llevado a cabo en el contexto de esta restauración. Se trata de un proyecto bastante peculiar en la medida que plantea varias preguntas interesantes. Si bien El Eco no está dedicado a Mathias Goeritz, en el sentido de que no alberga una colección de sus obras, ni su archivo personal y tampoco fue el estudio o la casa del artista, se trata de una obra de arte creada por él, por lo que es importante que tanto el uso que se le da, como el programa que se lleva a cabo en su interior, estén relacionados con su significado. Al hacer esto, volvemos a encontrarnos con diversas temporalidades: por una parte se trata de una restauración de un edificio histórico, por la otra, sus contenidos son contemporáneos. ¿Qué deseos se pueden articular a partir de esta estructuración? ¿Qué potencial tiene?
Durante el letargo que siguió a 1953, El Eco llegó a convertirse en un mito por haber representado una etapa de innovación en el arte moderno; haber tenido un carácter único como espacio multidisciplinario, así como un punto de vista internacional y finalmente, por la manera en la que sus formas monumentales reflejaban una aspiración a lo emotivo. En la última década ha habido un creciente interés en el estudio del legado de Goeritz, en particular por participar en el movimiento de la poesía concreta y contribuir a la creación de una red internacional de artistas en un momento en el que el nacionalismo prevalecía en el ámbito cultural. La línea de trabajo de Goeritz, que mezclaba la arquitectura con la escultura, y su relación con el urbanismo también ha recibido cada vez más atención. Sin embargo, es probable que lo más importante en la revaloración de este artista haya sido su papel como uno de los defensores más ardientes de un arte abstracto, formal y reduccionista en el México de la posguerra; una estética que cada vez es más valorada por el arte contemporáneo. Es así que la restauración y la reactivación de El Eco responden —de manera consciente e inconsciente— a un conjunto de necesidades y anhelos que, si bien podrían considerarse revisionistas o nostálgicos, están presentes en México hoy en día.
En gran medida, la abstracción que Goeritz desarrolló en México, provenía de la admiración que sentía por las formas primarias y los colores básicos utilizados por la Bauhaus de su juventud, mezclada con una espiritualidad moderna proveniente de los escritos de Heinrich Böll; pero también era una respuesta a las formas pesadas y monumentales de las esculturas prehispánicas. Estas influencias son evidentes en las torres monolíticas de El Eco, en negro y amarillo, como una metáfora de la dicotomía entre la luz y la oscuridad. Tanto el dadá como el Cabaret Voltaire fueron referencias importantes a la hora de definir el programa de su museo, en la medida que se trataba de un espacio para la integración de las artes, que funcionaba tanto como un bar dentro de una construcción destinada a la interdisciplinar (sumando las arte visuales, la música, la danza, la poesía y el teatro) y una Gesamtkunstwerk u obra de arte total de vanguardia. Las paredes inclinadas de las escenografías de la cinta expresionista El gabinete del doctor Caligari (1920) influyeron en su decisión de eliminar todos los ángulos de 90° del edificio.
Más adelante, sus obras monocromáticas de oro tituladas Mensajes competirían directamente con la producción de inspiración alquímica de Yves Klein; a la vez que él y otras personas llegaron a debatir si su obra Serpiente de El Eco (producida para El Eco) era una escultura protominimalista. No obstante, lo que más acerca a Goeritz al contexto del arte contemporáneo son las estrategias de apropiación que usó para mezclar diferentes movimientos de vanguardia —que, en muchas ocasiones, tenían distintos programas y filiaciones políticas—, así como los elementos estéticos que tomó prestados de la obra de sus contemporáneos o las referencias que hizo a su propia obra. A pesar de esto, la manera en que Goeritz entendió el tiempo histórico en relación a la abstracción es muy diferente a como lo entendemos hoy en día. Él se apegó siempre a la noción de vanguardia, a la idea de que había progreso en el arte y que la abstracción era su forma más avanzada; y mantuvo esta convicción durante las décadas en las que se desmanteló la autoridad de esta vanguardia histórica.
El Eco parece ofrecer un terreno particularmente fértil para el desarrollo de un nuevo vocabulario relacionado con la abstracción, pues en él, estas preguntas están planteadas desde un pasado-presente. Esta dualidad temporal corresponde a la manera en la que muchos artistas están volviendo a revisar los procesos formales del pasado con la intención de traducir estas preocupaciones para que se vuelvan vigentes en un contexto contemporáneo. El legado de El Eco resulta idóneo para fomentar este tipo de especulaciones, al mantener la experimentación y el riesgo intelectual como los valores fundamentales que animan sus actividades, haciendo que el museo se consolide como un espacio para el aprendizaje y el desarrollo del conocimiento acerca de la cultura.
*Adaptación del texto publicado en Abstracción temporal, Museo Experimental el Eco 2010, UNAM-DiGAV, 2010, s/p.
© Fotografías Museo Experimental El Eco