Carme Pinós. Escenarios para la vida
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¡Felices fiestas!
22 noviembre, 2017
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
La frase en cuestión —“Yacer es gratis, cualquiera otra cosa, arquitectura”— corresponde a Jorge Wagensberg. La leí hace ya unos años, en un libro llamado Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? Una publicación que reúne frases sueltas del investigador español.
Desconozco a qué definición de yacer se refiere Wagensberg —si a 1. Estar echada o tendida horizontalmente [una persona]; a 2. Estar una persona enterrada en un lugar. Descansar, reposar, o a 3. Realizar el acto sexual [una persona]—, y se me ocurren algunas arquitecturas donde yacer —de la cama a la tumba, por ejemplo. En cualquier caso, lo que me interesa aquí, primero, es su segunda parte: “cualquiera otra cosa, arquitectura”, como si impusiera así que no hay realidad posible fuera de la arquitectura: la arquitectura lo es todo, nuestro entorno, allí donde el sentido se construye, donde las relaciones se realizan y donde nuestro mundo se define.
¿Somos prisioneros involuntarios de los designios del diseño arquitectónico? Rem Koolhaas, ambiguo como siempre, ya marcaba la voluntad de entenderlo como un problema que, aunque atravesado por ellos, está más allá de designios morales como bien y mal. La arquitectura es, punto; pero, ¿realmente lo es todo?, ¿hay algo más allá afuera?
Al abrirse a este dilema, uno tiene que superar el reduccionista dentro-fuera e ir más allá, establecer que los límites de la arquitectura trascienden las lógicas binarias. Sin embargo, imaginar a la arquitectura como una especie de prisión —pensando que es eso que siempre nos rodea— pasa por establecerla como un universo interior, de allí donde no se puede escapar.
Así la imaginó el mencionado Koolhaas para su proyecto de Exodus, una imposible línea, basada en los proyectos radicales italianos, en la que los habitantes eran re-adoctrinados. Una propuesta cuya limpidez formal no impide que se conecte con otras prisiones, también exclusivamente interiores, como las imaginadas por Giovanni Battista Piranesi más de dos siglos antes que el holandés. Las de Piranessi son la expresión de la arquitectura total, absoluta, capaz de ocupar todo y reducir a las personas que la recorren a pequeñas motas en el espacio.
De la frase de Wagensberg, además, hay que destacar otra palabra: “gratis”. ¿Sólo yacer es gratis y cualquier otra cosa –la arquitectura– no? Claro. La arquitectura, la que es diseñada y ejecutada por la disciplina es, por lo general, una cosa cara. Sólo algunos la pueden pagar —empresas, Estados y, quizá, particulares con el apoyo, o no, de una hipoteca bancaria— y eso hace que esté, además, supeditada al interés de unos pocos, que dirigen y demandan, apoyados en el diseño, cómo se usará y qué podrá pasar.
Esto, de todos modos, es un decir. Sabemos que la vida se escapa entre las fisuras de la arquitectura, que deja siempre espacio para la improvisación y el imprevisto, pero no está de más recordar que, tras el diseño hay siempre unas imposiciones, mostradas por lo general en la representación, que establecen, previamente, la imagen ideal de la arquitectura. Ésta es una forma de imponer violencia, incluso aunque no sea la intención del arquitecto. Pero interpretando libremente su cita, Jorge Wagensberg nos podría estar advirtiendo de estas violencias: de su imposibilidad de escape y de ser herramienta de poderosos —esos que pueden pagarla. En ese caso, la arquitectura se mostraría como un arma arrojadiza y fuertemente ideológica.
Si sí, ¿podemos advertir un ejemplo real —y no ficcional como los de Koolhaas o Piranessi— que de cuenta de una arquitectura total fuera de la que no hay nada? Se me ocurre aquí la del Trabajo, en especial aquel que surge con la llegada de internet, ese elemento que ha trastocado los horarios modernos —el del día dividido en tres secciones de 8 horas—, que ha impuesto una lógica basada en la productividad y los afectos —“ama lo que haces”— y que tiene al freelance como la figura más destacada. Una lógica definida por el capital en la que lo productivo y lo reproductivo se combinan y que ha dado, gracias a empresas de nuevas tecnologías como Google o Facebook, una arquitectura laboral distinta, alejada del cubículo y más cercana al salón de tu casa, donde puedes jugar, tomar un café, mientras no dejas nunca de trabajar y crear. Estas empresas impusieron un modelo espacial donde poder relajarte, pero también donde no poder escapar. En su lógica: no necesitas salir de la empresa para ir al gimnasio, cuidar a tus hijos o preparar una ensalada. El trabajo lo ocupa todo y la arquitectura da forma a esa idea.
Ahora es también Google quien da un nuevo paso: su propuesta para una ciudad, diseñada por BIG y Heatherwick, recurre a las imágenes soñadas por Bucky Fuller para crear una burbuja impoluta apartada del mundo —un mundo que, por otra parte, no necesita— en una propuesta se extiende de Los Ángeles a otros territorios: en Londres esta semana se ponía la primera piedra del edificio que será la sede de la empresa en la capital inglesa.
Sin copiarlo, el nuevo diseño realizado por BIG y Heatherwick Studios es también una línea en la ciudad británica, como la del proyecto de RK, aunque mucho menos extensa: un bloque de 330 metros, ubicado cerca de la vieja de estación de King’s Cross. La propuesta no sólo transforma la zona, sino que ofrece una costosa operación inmobiliaria —1 millón de libras— que ya cuenta con el apoyo del alcalde, Sadiq Khan, quien participaba en la presentación oficial con su casco y mono de obra, mientras exaltaba las posibilidades que abre el edificio para la ciudad.
En lo referente al diseño, conscientes de la transformación económica de nuestro tiempo, basada en la precariedad de las formas de trabajo, desde Heatherwick se asegura que “su espacio de trabajo se mantendrá flexible en los próximos años”, gracias a que el edificio se levanta con “una familia de elementos intercambiables” que permiten que se transforme ante los impredecibles cambios venideros. La estructura ofrece esa variación espacial dentro de un sistema constructivo sencillo que permite acoger y adaptar cualquier uso sin cambiar el esquema.
El diseño se cierra con una fachada dinámica —característica propia del estudio Heatherwick— que permite mantener una imagen sobre el contexto y proteger —o exponer, según el caso— el interior de las inclemencias del tiempo y que no es sino una forma de mantener la arquitectura siempre activa en una empresa global que, como internet, nunca descansa, conteniendo un programa diverso entre lo que se incluye un centro de eventos, una piscina, una cancha de deportes, un gimnasio, varias salas de masajes y una serie de cafés, que serán ocupados por los entre 4,000 y 7,000 empleados que, distribuidos en 11 pisos y 80,819 metros cuadrados, habitarán un edificio conectado diagonalmente: un espacio laboral continuo pero variado, casi topográfico, como un paisaje que se completa con enorme cubierta ajardinada “donde el personal puede mantenerse en forma” sin necesidad de salir nunca al “exterior” o abandonar el puesto de trabajo.
Para el resto, queda yacer.
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