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Columnas

Ya no somos lo mismo: espacio público y pandemia

Ya no somos lo mismo: espacio público y pandemia

15 febrero, 2022
por Lucina Jiménez

En colaboración con Revista Este País

 

La pandemia y la fractura del espacio

El distanciamiento social al que obligó la pandemia más fuerte y prolongada que haya vivido la humanidad en épocas recientes, puso en tensión la noción y el uso del espacio público como lugar de encuentro, como plaza pública donde se dirime lo político, el derecho a la ciudad, donde se debate lo urbano y se teje la vida cultural y el sentido de pertenencia.

Las relaciones entre el espacio privado y el público, el adentro y el afuera, se vieron radicalmente modificadas por la reclusión. El hogar se convirtió en escuela, lugar de convivencia, centro de trabajo, zona de descanso, lugar de entretenimiento, hospital o, desafortunadamente, espejo de una sociedad donde la violencia contra las mujeres, las personas mayores y los conflictos intergeneracionales se pusieron más que en evidencia. Nuevos aprendizajes tecnológicos se produjeron al convertirse la vida pública en un espacio virtual, a pesar de la brecha digital.

Condicionada por nuevos dispositivos físicos y biológicos que exigen los protocolos de seguridad sanitaria, la pandemia de Covid-19 está transformando la experiencia de la interacción social y cultural. Alteró el eje básico que ordena la cultura de cualquier grupo: la relación entre tiempo y espacio. En lo personal, dislocó la noción cultural de nuestra kinesfera, término con el que Rudolf Laban describió ese territorio inmediato donde se produce el movimiento corporal individual y a partir del cual ejercemos la interconexión con los demás. Ese espacio vital que puede ser tan estrecho o amplio como las propias posibilidades individuales de expansión corporal lo permitan, tuvo que ser normado, cambiando las maneras de contacto, de saludo, de implicación física con los demás, ante el riesgo de contagio. Los impactos psicosociales y culturales de estos desplazamientos apenas han empezado a ser analizados.

Los protocolos sanitarios en museos, teatros y centros culturales que han logrado abrir sus instalaciones, coloca a las ciudadanías ante nuevos rituales que inciden en los modos de ser y estar de la vida cultural. No bastan ahora los indicadores que antes se usaban para valorar los vínculos con públicos y comunidades: las normas para poder ejercer la vida cultural cambiaron y van a seguir en proceso de adaptación o revolución. No volverán a ser las mismas.

La transformación cultural es tan profunda que los rituales públicos con los que solíamos despedirnos de nuestros muertos han tenido que suspenderse o transformarse. El duelo y el dolor por la pérdida de nuestros seres queridos se han vivido en lo privado y bajo estrictas normas que jamás habríamos imaginado. La Covid-19 llegó para quedarse y para retarnos en muy diversos ámbitos de la biopolítica del cuerpo, de la ética global con la que asumimos la perspectiva del medio ambiente, el uso del espacio público para la vida cultural, retos sobre los que debemos reflexionar.

Espacio público y vida cultural

La vida cultural en el espacio público no se remite solamente a las prácticas artísticas que suceden en la calle, en las plazas, en los foros propiamente creados para ello, sino en todo sitio donde la colectividad puede no sólo recibir, sino crear experiencias enriquecedoras para construir comunidad, sentido de pertenencia, bien común, adquirir visibilidad y construir discursos desde la libertad de creación y expresión. La vida cultural ligada a lo público significa la posibilidad de construir narrativas, símbolos, gramáticas, maneras distintas de habitar la calle, los centros urbanos, los mercados, las infraestructuras públicas dedicadas al arte y la cultura, donde podemos confrontarnos con nuestra subjetividad y la de las comunidades con las que interactuamos.

Al principio de la pandemia, el espacio público abierto o cerrado se llenó de vacío y de nostalgia. Nunca como ahora se había vivido la imbricación tan contradictoria de dos derechos: el derecho a la salud y los derechos culturales. La naturaleza gregaria de la vida cultural de pronto se vio interrumpida. Se acabaron los conciertos masivos, los festivales, las ferias y exposiciones masivas, los jardines y las plazas se cerraron. Los ritos funerarios y hasta las peregrinaciones que a tantas personas convocan dejaron de llevarse a cabo ante el riesgo de contagio. Especialmente la música y el canto, la ópera, la danza y el teatro sufrieron pérdidas económicas que se siguen estimando.

Con diversas restricciones, los espacios públicos dedicados al arte y la cultura del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura han ido abriendo sus puertas, con aforos controlados y protocolos estrictos. La presencia de una diversidad de públicos diferentes a los que solíamos tener se relaciona con la manera en que la tecnología logró expandir las fronteras convencionales del tipo de públicos familiarizados con las artes. Hoy el arte y la cultura también constituyen parte de la salud pública. Significan esperanza. Nada más emocionante que escuchar las voces del Coro de la Ópera de Bellas Artes cantando “México lindo y querido”, en momentos en que no sabíamos que perderíamos a uno de sus queridos integrantes. Para honrar su memoria y la de muchas y muchos más, para transitar por la conmoción colectiva, el único camino es seguir cantando. Seguir abriendo el telón y hacer música, que regrese la ópera.

Los museos del INBAL fueron los primeros en dar el paso, con protocolos elaborados y autorizados por la Secretaría de Cultura y de Salud. Más de 80 protocolos fueron compartidos con museos más pequeños y teatros independientes de los estados. Ha sido fundamental el compromiso y la solidaridad de muchos trabajadores de la cultura que saben que el arte en el espacio público nos ubica del lado de la humanización, de la esperanza. Los cambios que se están produciendo en su propia reconfiguración están en marcha. Los procesos interdisciplinarios y la gestión en red son vitales para salir adelante.

Durante este año y medio hemos aprendido mucho. La experiencia pandémica cotidiana ha transformado nuestro lenguaje y nuestros conocimientos en torno a nuestra propia salud; hemos aprendido a gestionar las cadenas de contagio. Llevamos un estricto monitoreo cotidiano, registro de riesgos, edades, tendencias; sabemos si alguien lamentablemente contagiado, tenía trabajo presencial o a distancia. Controlar el miedo con información y capacidad de respuesta oportuna, con afecto y respeto es fundamental. Dialogar con epidemiólogos del IMSS en cada etapa ha sido fundamental. Crear las medidas de protección para artistas, técnicos, personas dedicadas a la producción, la gestión, la mediación, curaduría, programación, difusión, administración y, por supuesto, audiencias es fundamental. Cada disciplina artística y cada espacio requiere algo diferente. Cada estado también suele tener sus particularidades.

Los centros culturales y los espacios abiertos tienen dinámicas distintas que es necesario documentar. Gran esfuerzo están haciendo, sobre todo, los espacios culturales independientes, que más allá de la forma de propiedad ejercen una función de espacio público. La prevención rigurosa, en el marco del avance del conocimiento de la pandemia que se produce al mismo tiempo que la aplicamos, nos reta. El sector cultural requiere atender la coyuntura con profundo sentido humanista. Se requiere responsabilidad individual y colectiva, empatía y solidaridad. Hasta hoy no existe una regla de tres, ni un algoritmo que dé certeza. Es necesario estar alertas y avanzar.

El reto de los próximos meses es ser capaces de descubrir las tendencias a partir de los procesos que hemos vivido y documentar las gestiones que hemos aprendido a hacer en los espacios públicos para garantizar el derecho a la salud y el derecho cultural de las ciudadanías. Si bien la apertura de los espacios culturales y artísticos ha respondido a la dinámica y a los lineamientos de los semáforos establecidos, la tendencia es a que como sociedad e instituciones —sean públicas o privadas— aprendamos a vivir los nuevos escenarios que hoy por hoy nos dicen que ya no somos lo mismo. Las grandes pandemias vividas por la humanidad han dejado consigo cambios que con el tiempo pasaron a formar parte de los nuevos modos de ser y estar.

El espacio abierto y la preeminencia de la aldea digital

Antes de la pandemia, hablábamos de la importancia de asumir el espacio público como espacio habitado y de la necesidad de impulsar en los ámbitos territoriales y urbanos medidas que contrarresten la fragmentación, la desigualdad y la inseguridad, la accesibilidad. El territorio es siempre una producción colectiva en la que inciden de manera decisiva las políticas públicas urbanas, pero también las prácticas, los conocimientos y las memorias históricas vigentes; los conocimientos y las experiencias construidas por las ciudadanías; la presencia de colectividades y experiencias comunitaristas; las expresiones estéticas, arquitectónicas y políticas que dan forma y sentido al espacio público, íntimamente vinculados a factores medio ambientales y productivos.

Las calles tienen género y no siempre son inclusivas. Los riesgos para las mujeres, antes y durante la pandemia, son mayores que los que viven otras subjetividades. Las limitaciones de la accesibilidad universal agregan retos adicionales a las personas que viven con discapacidad. No podemos dejar que la agenda de la cultura para la igualdad y la inclusión se debilite a cuenta de la pandemia, al introducir las medidas sanitarias pertinentes.

Si antes la calle era el espacio del encuentro y la convivencia, de la discrepancia y el diálogo, de expresión social, cultural y política, las aglomeraciones se convirtieron en un riesgo. Incluso así, prácticamente desde el inicio de la pandemia, aunque con intermitencia, el espacio público abierto, la calle, las plazas, los balcones, las azoteas, los patios, las explanadas y plazas se volvieron espacio de esperanza. El espacio público se convirtió en espacio de resiliencia. Conmovedoras escenas se han visto brotar en artistas de las artes escénicas de todo el mundo: encontraron pequeños o grandes resquicios para la música, la poesía, la danza, siempre en un canto de esperanza, de amor, de ternura. Los espacios públicos se han utilizado de manera alternativa.

La propia campaña de vacunación que han impulsado el Gobierno Federal y el Gobierno de la Ciudad de México, así como los gobiernos estatales, se realiza en espacios públicos porque ofrece mayores márgenes de seguridad sanitaria.

El espacio público se ha ido poblando nuevamente, con y sin permiso, en una dimensión territorial. Barrios conscientes del valor del espacio público han salido a las calles a realizar acciones simbólicas o culturales tomando todas las precauciones para evitar el contagio, sumando energías para salir adelante o para hacer una toma de postura, un ejercicio de memoria o un espacio de colaboración ciudadana. En la actual etapa de la pandemia los espacios abiertos que disponen de alguna infraestructura o la posibilidad de instalarla de manera temporal se volvieron algo preciado. En este momento en que México realiza conmemoraciones de diversos tipos, éstas se han realizado mayoritariamente en espacios públicos.

Estas experiencias se enlazan con la aldea digital que rompió fronteras de todo tipo, dado que durante el encierro la única ventana al mundo fueron las redes digitales, los teléfonos inteligentes, en los cuales se desarrollaron nuevas habilidades de uso y apropiación. El espacio virtual —convertido en aldea pública, laboratorio de experiencia, espacio escénico, ruta de recorridos museísticos, lugar de resistencia o de conversación— adoptó diversas formas posibles de creación, difusión y colaboración, de interpelación. Los discursos y los modos de la educación también han tenido que transformarse al tener que migrar hacia la virtualidad. Ese es todo un campo en el que tenemos mucho que sintetizar, mejorar y aprovechar.

La gestión híbrida de la vida cultural en el espacio público presencial y en la aldea digital, necesita la socialización de las herramientas tecnológicas que siguen en uso intensivo, porque ese camino se abrió para ensancharse; aun cuando la desigualdad tecnológica no se resuelva de manera inmediata. No hay duda de que los aprendizajes tecnológicos y la adaptación de sus posibilidades a las formas actuales de gestión cultural serán parte de las nuevas habilidades que requiere el gestor cultural. La capacidad de gestionar en el marco de la incertidumbre es una cualidad necesaria de desarrollar en el sector cultural, bajo las actuales perspectivas.

Es un hecho que el avance de la vacunación ha invertido la demografía de quienes se han visto afectados por el contagio. Hoy en día, es la población joven y las infancias quienes resienten el contagio, dado que la vacunación comenzó por los mayores. Las instituciones culturales y artísticas hemos de atender desde el afecto y la empatía a nuestras juventudes e infancias como sector prioritario, junto con el de las mujeres. Cada sector en cada lugar necesita algo diferente; escuchar y observar son las dos claves para ser pertinentes.

Espacio público y pandemia, un reto de urbanismo y civilidad

La crisis de Covid-19 ha puesto al descubierto las desigualdades en el espacio público, relacionadas con la distribución de las áreas verdes, la infraestructura cultural, la disposición y la inseguridad de las calles, la calidad del transporte público, la accesibilidad, el diseño, la gestión y el mantenimiento de los espacios, la conectividad y distribución equitativa en una ciudad, igualmente en los esquemas de participación social y cultural necesarios para darles vida, aun bajo las circunstancias de la pandemia.

La creación de la nueva arquitectura de ciudad, el diseño del espacio público e incluso las nuevas infraestructuras que se creen en el futuro no podrán ser las mismas. Tendrán que considerar las disposiciones sanitarias y las nuevas normas que a raíz de éstas se establezcan para dar ciertas garantías de salud y de convivencia; nuevos paradigmas de carácter medioambiental tendrán que ponerse en marcha, si queremos que las ciudades y la humanidad sinteticen estos aprendizajes.

Un reto para urbanistas y para quienes dictan las normas del uso del espacio público, es considerar las nuevas espacialidades e infraestructuras que reclama la prevención sanitaria, considerando la expresión cultural y artística como un derecho y un factor de salud pública.

En el futuro, necesitamos crear una agenda política compartida que reúna la planificación urbana, el desarrollo comunitarista, la arquitectura, la construcción y los ambientes ecológicos, los lugares propicios para la creación y las prácticas artísticas y culturales, la cultura alimentaria, el empleo y la salud pública, para las juventudes y las infancias, para las personas mayores, para quienes viven con discapacidad. Por eso, se celebra que las instituciones públicas de diferentes sectores y ámbitos, así como las organizaciones culturales compartan sus estrategias.
Escribo esto en un momento en que se reconoce ya la presencia de la nueva ola de contagios, en medio de una crisis de salud y pérdidas por Covid-19 en mi entorno cercano. Seguir adelante en memoria de quienes se han ido es un compromiso. Ellos lo habrían hecho por nosotros. La huella cultural que dejará la pandemia también está marcada por la ética pública y ciudadana. Parte de nuestro oxígeno es el arte y la cultura

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