Miguel Milá, una vida en el diseño (1931-2024)
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¡Felices fiestas!
10 septiembre, 2020
por Lorenzo Díaz Campos | Twitter: @lorenzodiaz | Instagram: lorenzodiazcampos
El proceso de conquista del territorio a manos de los desarrolladores continúa fomentando la expansión de la mancha urbana. Siguiendo modelos decimonónicos, la apropiación de grandes superficies agrícolas contiguas a la ciudad y su domesticación han dado forma, a manera de continuos parches, al desarrollo de las grandes urbes. Las viejas costumbres imperialistas, matizadas por la normatividad y las reglas de mercado, continúan siendo la pauta para el crecimiento urbano.
A raíz de las recientes declaraciones del subsecretario de Autosuficiencia Alimentaria, de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), Víctor Suárez Carrera, quien dijo que el modelo neoliberal colonizó el paladar de los mexicanos desde hace 40 años y culpando a ese fenómeno por la epidemia de obesidad que vive el país, voces de opositores al gobierno no cesaron en ridiculizar el concepto con gran ironía. La colonia se piensa como un evento histórico superado, el mestizaje que de ella emana ha dado forma definitiva a la auténtica comida mexicana y el solo pensar que la colonización sigue vigente fue motivo de escarnios y risotadas en las más finas mesas, y cuentas de redes sociales, del país.
La noción urbana de colonia, como lo entendemos hoy en día, fue usada por primera vez en nuestro país hacia 1840, año en el que un grupo de ciudadanos franceses solicitó permiso para construir una serie de casas en el área que entonces limitaban Bucareli, San Juan de Letrán, Victoria y Arcos de Belén, este barrio recibió el nombre de Colonia Francesa, firmando así el claro destino del crecimiento de la ciudad a partir de esté concepto. Le siguieron la colonia de los Arquitectos de 1859, la Santa María la Ribera de 1861, la Guerrero de 1874, la Juárez de 1890 y la San Rafael en 1891. Todas ellas destinadas a albergar a los burgueses de la joven nación y que consolidarían el régimen de Porfirio Díaz. Fue la Colonia Roma, creada en los albores del Siglo XX la que llevaría a su máxima expresión el significado de colonia antes de la inevitable revolución.
Una vez más un levantamiento en armas parecía dar fin al perfil colonizador de nuestras ciudades, como bien lo apunta Fernanda Canales: “El gran debate teórico de 1900, como ha sido llamado dicho momento en la historia de la arquitectura —refiriéndose al momento postrevolucionario— supuso el cuestionamiento del papel de la modernización frente al valor de las tradiciones”
Alfonso Valenzuela apunta en su libro Urbanistas y Visionarios que Enrique Yañez de la Fuente sostenía que el utilitarismo justifica la división de clases que —mediante la arquitectura— favorece el mantenimiento de la hegemonía de las clases privilegiadas a través de formas ideológicas. Yañez señalaba la imposibilidad —continúa Valenzuela— de una definición de la arquitectura desligada de la dimensión económica: «Por esto es absurda la actitud de pretender producir arquitectura sin imprimirle un color político. En nuestros días, época de transición entre dos regímenes, harán arquitectura tradicionalista —es decir, artística— los que pretendan la conservación de un sistema de privilegios o estén aún en posibilidad de gozar de él; y en cambio harán arquitectura funcional —es decir útil, científica— los trabajadores del Estado socialista o los simpatizantes del régimen futuro», una declaración tremendamente contemporánea a 82 años de haber sido publicada originalmente.
Mas adelante, de mano del maestro Mario Pani, llegarían los nuevos modelos colonizadores. Apunta Valenzuela: “trabajó para las élites del poder económico y político del país, y al igual que Le Corbusier no tendría una orientación política definida que incidiera en su visión de la ciudad”. Fue el que introdujo conceptos como la supermanzana, la ciudad satélite, la ciudad universitaria, entre otros, imponiendo modelos importados, colonizadores por excelencia.
Habría que ver a dónde la idea de “una casa para todos”, nacida del frustrado cambio de régimen del año 2000, llevó a la gran mayoría de las ciudades del país. Una carencia enorme de viviendas produjo un hambre voraz que creó una serie de empresarios carentes de escrúpulos quienes, de la mano de corruptos presidentes municipales y gobernadores, habrían de crear el nuevo modelo de “colonia”. Se trata de crecimientos fraccionadores de territorios aledaños a la mancha urbana que, buscando una falsa prosperidad, dieron lugar a millones de viviendas que como tumores estrangulan desde la periferia a las actuales ciudades mexicanas. Primitivamente se replicaba un modelo anacrónico, colonizador, que llevaría a nuestras ciudades a una situación precaria irreversible.
Es sin duda este colonialismo el que ha vuelto obesas a nuestras ciudades y, ante la crisis sanitaria, las está matando lentamente. De ahí que me resulte sorprendente que, a priori, la reacción inmediata a hablar de ser colonizados sea considerar la colonización como algo extinto. ¿Realmente contamos con un modelo de desarrollo urbano propio que nos permita superar los enormes riesgos actuales? ¿O simplemente rechazar el colonialismo es una posición cómoda desde el establishment?
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