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Columnas

¿Y qué hay del patrimonio?

¿Y qué hay del patrimonio?

12 enero, 2017
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

“La arquitectura contemporánea sufre de la falta de cultura, de la falta de sensibilidad, la falta de protección y el fallo en cadena de la profesión, fruto de la desidia que se ampara en lo que es legal. (…) Nadie se imagina que un heredero pueda destruir un cuadro o una escultura, quemar el manuscrito de un escritor. Nadie lo puede imaginar y tendría enfrente, además del peso de la ley, el escándalo de la sociedad. En la Arquitectura, sin embargo, es posible y ocurre en demasiadas ocasiones”.

– Fundación Alejandro de la Sota

 

Las leyes de protección de la arquitectura deberían garantizar la defensa de aquellos ejercicios que, por su valor espacial, simbólico o histórico, supongan un hito dentro del devenir histórico de la disciplina. Una idea fácil que se torna difícil cuando debe enfrentarse a proyectos relativamente contemporáneos. La arquitectura moderna, por ejemplo, se encuentra siempre en una posición más precaria que otras antecedentes; su relativa juventud (menos de un siglo de vida) sumada a la falta de interés o la lentitud burocrática de las instituciones encargadas del patrimonio, acaban por dejar indefensos grandes obras que, bien decaen en ruina, bien son transformadas hasta el desconocimiento o bien terminan demolidas bajo la fuerza de la especulación.

En la Ciudad de México, la Casa Ámsterdam 270 del arquitecto Juan José Díaz Infante se ha enfrentado desde 2015 a muchos de estos problemas. Este trabajo es un ejercicio único en la arquitectura mexicana. Una obra de carácter experimental cuya forma, estructura y solución constructiva suponen un laboratorio digno de defensa. Erigida tras el terremoto de 1985, Díaz Infante buscó con su diseño y construcción un “habitat antisísmico”. La casa es un “híbrido de diseño industrial, matemáticas, diseño estructural que tiene muchos vértices de estudio, aplicaciones de prefabricación y eficiencia del espacio” que se encuentra ahora semidesmantelada, en un estado de completa incertidumbre causada por la presión inmobiliaria que sufre La Condesa en los últimos tiempos. Esperemos que con este proyecto no pase con lo acontecido con los Shoreline Apartments de Paul Rudolph, sometidos a la fuerza del pico y la pala.

 

IMG_1196 copiaShoreline Apartments, Paul Rudolph. Buffalo. Fotografía cortesía de ker Gil

 
 

72_C_FO_D_1_lgCasa Guzmán (1972). Archivo Fundación Alejandro de la Sota | Fotografía vía: alejandrodelasota.org

 

Al tiempo, en España, la Fundación Alejandro de la Sota –uno de los principales arquitectos del siglo XX en aquel país– anunciaba hoy que uno de los trabajos más prominentes del arquitecto –la Casa Guzmán– ya no existe. Ha sido demolida y sustituida por una nueva construcción que olvida por completo su preexistencia. En palabras de la Fundación, la demolición es fruto de “una cadena de desinterés, de inconsciencia, de desidia también, ha dejado la suerte de esta obra de arquitectura en manos de los que no aman la arquitectura, sin que nadie ni nada la defendiese, que pelease por su conservación”, y apunta, además, la falta de compresión por parte de los propios profesionales: “ha habido un arquitecto que no ha tenido empacho en participar en su destrucción para construir su propio proyecto”.

 

nueva_casaguzmanFotografía: Laura Rivas Olmo, alumna de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Alcalá de Henares | Fotografía vía: alejandrodelasota.org

 

Más allá de la ofensa de que haya un arquitecto capaz de firmar la demolición de una obra básica en la historiografía de la arquitectura española –una casa enseñada en las escuelas a los que serán arquitectos en el futuro–, este acontecimiento pone sobre la mesa la desidia que, en general, existe sobre la valoración del patrimonio arquitectónico, que aparece siempre como algo menor.

¿Cómo dar a entender que tan necesaria es la protección de determinadas obras de arquitectura? El problema con nuestra disciplina es que, a diferencia de las otras Bellas Artes, aparece atravesada por un carácter utilitario: la arquitectura se vive, se habita y se ocupa de formas siempre insospechadas, mientras que la pintura o la escultura pueden mantenerse como experiencias más allá de lo útil, ser disfrutadas en sí mismas. Por el contrario, la arquitectura, y en especial toda aquella destinada al uso doméstico, pocas veces puede alcanzar tal estado. Sólo aquellas nacidas desde el principio bajo carácter de monumento pueden trascender el velo del tiempo.

Así pues, la dificultad estriba siempre en hacer entender el valor de estos ejercicios, junto a los costos de rehabilitación y mantenimiento que sólo pueden ser atendidos por un cliente lo suficientemente consciente de su propiedad o en manos de una fundación o institución –público o privada– capaz de velar por su continuidad como pieza única. Pero, en los tiempos donde la economía demanda la productividad y todo aparece sometido a las leyes del gusto y del mercado, no podremos garantizar que no existan muchas más perdidas como éstas en nuestro futuro.

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