Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
26 septiembre, 2015
por Juan Palomar Verea
En el mejor de los casos, de mucho. Si se hicieran en los mejores términos, los nuevos desarrollos verticales colaborarán a repoblar algunas zonas que mucho lo necesitan, particularmente en el municipio de Guadalajara. Podrían inaugurar formalmente –y, se insiste, si se inscribieran en el tejido urbano de forma adecuada, lo que no ha sido el caso- una nueva etapa en el desarrollo de la ciudad. Una etapa en la que se fomente la vida de proximidad, la convivencia ciudadana, la racionalización de los servicios, el abatimiento del uso indiscriminado del coche, la urgente limitación de la expansión urbana. Muy bien: ¿se está haciendo así?
Desde el cambio de políticas oficiales sobre la vivienda los desarrolladores se dieron cuenta de que los días de los innombrables tapetes de casitas baratas regados a tontas y a locas sobre las periferias lejanas estaban terminados. La espectacular quiebra de varias de las grandes compañías de “vivienda” no fue más que el principio. Persiste aún el vuelo, en ciertos casos, y persisten también los miles de tales “viviendas” sin vender o abandonadas.
Está de moda hacer edificios, sobre todo para las clases medias y medias-altas. Una nota de El Informador (15/VIII/2015) habla de 60 torres habitacionales actualmente en construcción, solamente en el municipio de Guadalajara. Seguramente habitar en ellas –si su arquitectura es razonable- será conveniente para quienes compren los departamentos. Seguramente será un jugoso negocio para los desarrolladores… ¿Y para la ciudad, para los vecinos de tales edificaciones, qué tan conveniente será?
Uno de los principios sobre los que se basa el vigente Código Urbano es el que determina la obligatoria mejoría de cualquier entorno a partir de toda nueva intervención en éste. ¿Cómo debería mejorar cada nuevo edificio a su contexto inmediato (y mediato)? En primer lugar, asegurándose de que la edificación respete todos los derechos de los vecinos: asoleamiento, ventilación, privacidad, escala, cuidado por el patrimonio arquitectónico y urbano, banquetas y arbolado adecuados. Luego: reforzamiento, si es necesario, de las infraestructuras de agua, drenaje, electricidad; uso de tecnologías y sistemas sustentables para tener el menor impacto posible, uso intensivo de vegetación (no de “muros verdes” no sustentables) en todo posible lugar del edificio.
Queda un pendiente muy importante: ¿Cómo compensar la nueva densidad habitacional con espacios verdes, frecuentemente insuficientes y aun inexistentes en tantos rumbos citadinos? Pues haciendo nuevos. ¿Y cómo, en zonas ya saturadas por construcciones o predios particulares? Es aquí en donde es necesario establecer una estrategia general que aplique a todo edificio de altura superior a los cuatro pisos: a cada uno de esos desarrollos es preciso aplicarles una cuota proporcional destinada para adquirir predios o construcciones apropiadas en su entorno para destinarlos a parques medianos y chicos (lo que se conoce en otros medios como “pocket parks”). ¿Se recuerda los pagos para colectores que los desarrollos hacían? Pues algo así, pero bien instrumentado.
Veamos: de 60 edificios (más los que se acumulen) sale una muy considerable utilidad. En cuentas de negocios reales, no en las platicadas por los desarrolladores (bien se conoce que, como dice la sabiduría popular: “donde lloran está el muerto”). Supongamos que el Ayuntamiento (y/o el IMEPLAN) convoca a todos los promotores y los convence de que destinando a espacios verdes una modesta parte de sus ganancias les irá mejor a ellos, a sus clientes y a la ciudad. Se forma un fondo considerable, con el que es factible plantear un nuevo esquema de parques urbanos que no solamente beneficiarán a los nuevos pobladores, sino que mejorarán el entorno de los vecinos actuales, quienes son los que históricamente han mantenido sus contextos y por lo tanto tienen derecho a que, con cada nuevo edificio, su barrio, lejos de empeorar, mejore. Del mismo fondo saldrán recursos para el mejoramiento de banquetas, arbolado, imagen urbana.
Obviamente, para lo anterior existen grandes obstáculos: la usura de los promotores, la actitud timorata de las autoridades de todos los niveles, la rigidez y obsolescencia de nuestro sistema de planeación, el TAE o la corrupción, la burocracia, la falta de energía del gremio arquitectónico para conseguir una visión que vaya más allá de sus narices (o de su edificito). Todos ellos se pueden vencer si la gente, así en general, defiende y promueve su ciudad, su barrio, su vecindario, su casa o su negocio. Si el gremio de los arquitectos, la Academia y los colegios, las escuelas de Arquitectura hacen un solo frente que impulse una Estrategia de Ordenamiento Integral para la Redensificación de Guadalajara (no del municipio, sino de la ciudad, ésa que está encima de varios municipios conurbados, y que se llama, toda junta, Guadalajara).
La dispersión urbana de los tapetes de casitas baratas fue y es un desastre. Que la redensificación desordenada, o la verticalización descuidada o corrupta (por parte de particulares y/o autoridades) no sea otro desastre. Es indispensable que esta nueva fase del desarrollo tapatío mejore sustancialmente la ciudad. ¿Habrá alguien interesado en ello?
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