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¡Felices fiestas!
12 abril, 2016
por Anna Puigjaner | Twitter: MaioTweets | Facebook: https://www.facebook.com/MAIO-170513386336385/ | Instagram: annapuigjaner
“(An empty hotel) A contemporary poet described in poignant verse the air of lonesomeness and sadness surrounding a ‘house with nobody in it’. Whenever he passed it standing alone in solitude he always felt it deserved a better fate than desertion because it had been a ‘home that had sheltered life’.” (1)
Así comienzan las notas sobre papel cuadriculado que algún empleado de Starrett Brothers & Eken Inc., la constructora encargada del derribo del antiguo hotel Waldorf Astoria, redactó durante la demolición del edificio. El hotel original debía desaparecer de su enclave y trasladarse hacia el norte de la ciudad para liberar así el solar en el que se levantaría el futuro Empire State Building.
El derribo del Waldorf Astoria, en 1929, y su posterior translación hacia Park Avenue siguiendo la retícula de Manhattan, suponían no únicamente el fin de una época y una forma de entender la domesticidad, sino también la transformación de una propositiva tipología de habitación colectiva, además de la desaparición de todo un emblema para sus residentes y la ciudad de Nueva York.
Antiguo hotel Waldorf Astoria. (“The Hotel Waldorf-Astoria, New York, N.Y.,” American Architect and Building News, 27 de agosto de 1898, v.61, pl. 1183)
El proceso fue rápido. La demolición del edificio duró sólo unos meses y fue sistemáticamente documentada mediante fotografías tomadas siempre desde los mismos puntos de vista, de manera que, todavía hoy, decenas de imágenes nos permiten reconstruir paso a paso y desde ángulos distintos su progresiva desaparición.
Pero la continua construcción y destrucción de edificios, especialmente en el caso de Nueva York, formaba parte del espectáculo vital de la ciudad y de su funcionamiento. De hecho, el registro visual de ese cambio continuo, en el que la prueba y el error tipológico se sucedían, permitía consolidar la imagen de la nueva metrópolis en el imaginario popular. En medio esa transformación incesante, el proceso de destrucción se presentaba como una fuerza productiva, y su imagen a menudo se centraba en edificios abiertos al público, en la medida en que estos tenían un mayor vínculo emocional con los ciudadanos, los auténticos espectadores de esa función.
Tal como escribió Virginia Pope en el New York Times a raíz de su inminente desaparición, el hotel Waldorf Astoria había sido algo más que una mera residencia, el edificio formaba parte sin lugar a dudas de la cultura neoyorquina:
“The hotel has held a place in the lives of many people who regarded it as something more than a mere lodging.” (2)
Muestra de ello fueron las más de mil cartas (3) repletas de todo tipo de peticiones que el hotel recibió antes de cerrar sus puertas, algunas de lo más peregrinas. Quizás por ello los nuevos compradores del inmueble -la Bethlehem Engineering Corporation-, conscientes del apego social que el hotel despertaba y con la finalidad de rentabilizar la adquisición, decidieron realizar antes de la demolición una subasta pública de los objetos que amueblaban el hotel. (4)
Más allá de lo anecdótico, la importancia del hotel en el imaginario de la ciudad denotaba una forma de hospitalidad que trascendía el mero trato exquisito que se daba a sus ocupantes. El Waldorf era un verdadero condensador de actividades sociales y, pese a su naturaleza privada, no dudaba en funcionar y en presentarse como un equipamiento semipúblico. Su hospitalidad se enmarcaba en una visión mucho más amplia y urbana que residía, precisamente, en el carácter a la vez doméstico y abierto del edificio, lo que permitía generar fuertes vínculos tanto con sus residentes como con toda la ciudad. Igual que otros hoteles, el Waldorf pasó de ser un mero lugar de albergue a convertirse en una de las caras visibles de Nueva York, todo un escaparate en el que proyectar y modelar la siempre cambiante idea de confort, a la vez que promocionar y representar la implementación de las nuevas tecnologías que la hacían posible.
Peacock Alley. (Harper’s Weekly, 17 de marzo de 1900, n.44, pp.248-249)
Pero la historia del Waldorf y los hoteles en Estados Unidos se remonta mucho más atrás. De hecho, el término hotel se empezó a utilizar a finales del siglo XVIII, para diferenciarlo de las llamadas tabernas y posadas, que también ofrecían hospedaje, pero cuyas condiciones quedaban lejos de ofrecer un gran confort. A diferencia de estas, los primeros hoteles sencillamente se limitaban a brindar unas mejores condiciones que sus homólogas, pero no seguían un tipo arquitectónico específico y, generalmente, procedían de adaptaciones de construcciones existentes. De hecho, no fue hasta 1793 cuando surgió el Union Public Hotel de Washington, el primer equipamiento que se diferenciaba sustancialmente de sus precedentes lo suficiente como para poderse considerar una tipología autónoma. (5)
El país, todavía eminentemente agrario, se encontraba en un momento de fuerte crecimiento mercantil, lo que propició que estas instituciones de paso se convirtieran rápidamente en lugares donde establecer los nuevos roles sociales. Precisamente, en aquel momento incipiente en que los hoteles eran todavía escasos -como también lo era el número de forasteros-, cobraban un aura simbólica de bienvenida y modernidad.
En ese contexto, la construcción de un hotel constituía toda una manifestación de intercambio y hospitalidad que incluía por igual tanto a los residentes de la propia ciudad como a sus visitantes. Esa nueva forma de hospitalidad difería de la precedente en muchas cosas. Por un lado, porque en lugar de potenciar la privacidad y la individualidad, fomentaba un sentimiento de comunidad vinculado a la domesticidad y, por el otro, porque estos lugares de hospedaje se profesionalizaron y dejaron de ser regidos por familias para pasar a ser operados por expertos en esta nueva forma de sociabilización.
De ese modo, durante el siglo XIX, las salas cada vez más elegantes de estas nuevas instituciones –incluidas las del hotel Waldorf Astoria-, se convirtieron en lugares a los que ir a ver y ser visto, todo un escenario de las apariencias donde los atuendos y las relaciones estaban perfectamente codificados y representaban, a pequeña escala, la mejora del estatus social de sus usuarios en medio de un país en plena transformación.
Por ejemplo, en el Waldorf Astoria se encontraba la llamada Peacock Alley que, más que una sala, era un amplio corredor -una suerte de pasaje de regusto benjaminiano e importación vagamente parisina-, donde la sociedad neoyorquina se reunía diariamente y del que en 1931 un periodista afirmaba:
“…on any given day, as many as twenty-five thousand people might move through the corridor known as “Peacock Alley”, if a president or prince were staying at the hotel, that number would rise to thirty-five thousand.” (6)
Prescindiendo de lo hiperbólico de las cifras, la Peacock Alley se convirtió de ese modo en un fondo de escena perfecto para propiciar el ritual urbano diario del encuentro social, tal y como recogían decenas de artículos publicados en los periódicos que, a modo de altavoz, ampliaban y transmitían a una audiencia mayor -ávida de historias en las que poder reflejarse-, lo sucedido allí día a día. (7)
Tal y como afirma A. K. Sandoval-Strausz, el hotel se convirtió en una verdadera tecnología social que permitía establecer nuevas organizaciones colectivas, moldear los roles sociales -entre ellos el de la mujer- y transformar los ideales de confort cotidiano. (8) Además estas “infraestructuras domésticas” resultaron bancos de pruebas donde, por ejemplo, se utilizaron los primeros retretes con agua corriente y otras tantas instalaciones que aparecían en éstos edificios residenciales de forma pionera y modélica. De ese modo se convertían en un banco de pruebas y en escaparate de la tecnología doméstica, no siempre exentos de posicionamientos ideológicos, a través de los que la política y las nuevas fórmulas de producción como el taylorismo intentaban abrirse paso con éxito hacia la cotidianidad y el territorio doméstico.
Residentes del hotel Plaza. (New York Times, 1 de octubre de 1907)
Paulatinamente, los hoteles no tardaron en convertirse en un tipo residencial apetecible que ofrecía unos niveles de confort que, por su coste, resultaban difícilmente asumibles en las viviendas unifamiliares. De hecho vivir en un hotel era ya una práctica habitual desde los orígenes de esa tipología en Estados Unidos. Tanto es así que cuando en 1836 se inauguró la Astor House –precursora del Waldorf Astoria y uno de los primeros grandes hoteles de Nueva York-, la mitad de las habitaciones fueron ocupadas por residentes permanentes. Horace Greeley, político y editor del New York’s Tribune, afirmaba en el New Yorker sobre la inauguración del establecimiento:
“We hear that half the rooms are already engaged by families who give up housekeeping on account of the present enormous rents of the city.” (9)
La tradición de vivir en los hoteles se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, de forma que muchos hoteles se proyectaban considerando que éstos serían principalmente ocupados por usuarios permanentes. Por ejemplo, el Hotel Plaza abrió en 1907 ocupado, mayoritariamente, por huéspedes estables y sus piezas se concebían de forma flexible. Para ello disponían de tres accesos: uno de ellos conectaba la habitación con el pasillo colectivo, mientras las otras dos puertas unían las otras dos estancias contiguas, permitiendo de ese modo formar apartamentos cuya composición dependía de la demanda.
Cuando el hotel abrió sus puertas, el periódico New York Times publicó un diagrama del edificio revelando el nombre de sus huéspedes, entre los que se encontraban destacadas personalidades de la sociedad neoyorquina como George J. Gould, Alfred G. Vanderbilt, u Oliver Harriman. (10)
Años antes de la construcción del primer hotel Waldorf Astoria, existían aproximadamente 55.000 hoteles en todo el país (11), ocupados en gran parte por residentes permanentes. Por aquel entonces el hotel se había establecido como un tipo residencial más, hasta tal punto que en medio del proceso de experimentación de nuevas tipologías arquitectónicas de finales del s. XIX y principios de XX, surgieron diversos ejemplos de edificios de vivienda que, influidos por esta tradición de vivir en los hoteles, disponían de servicios domésticos colectivos. Estas tipologías, a medio camino entre el edificio de apartamentos y el hotel, empezaron a surgir después de la Guerra Civil (1860-65) y fueron evolucionando sustancialmente hasta finales de la década de 1920, cuando la Gran Depresión eliminó un modus vivendi cohesionado hasta el momento. Revisarlas desde la actualidad incita a pensar que quizás hoy en día, en medio de este momento de cambios acelerados, los hoteles puedan volver a ser una vez más lugares propicios para la experimentación doméstica y para potenciar la cohesión social y urbana.
(1) Las notas sobre la construcción del Empire State Building y la destrucción del hotel Waldorf Astoria se encontraron entre los archivos de la empresa constructora HRH Construction Company sucesora de Starrett Brothers & Eken Inc., y se reprodujeron en 1998 en el libro editado por Carol Willis: Building the Empire State. Ed. Norton, Nueva York, 1998.
(2) Pope, Virginia. “An Epoch Passes With The Waldorf”. New York Times Magazine, 8 de abril de 1929.
(3) Willis, Carol. Building the Empire State. W.W. Norton, Nueva York , 1998; “Waldorf Auction Like 3-Ring Circus” New York Times , 6 de mayo de 1929, p.14
(4) Acerca de esto ver: “Waldorf Souvenirs Sought at Auction” New York Times, 2 de mayo de 1929; “Catalogue Part One, two, three” The Waldorf-Astoria Hotel: Sales Conducted by the Wise Auction Company, Benjamin S.Wise, Auctioneer, 1 de mayo de 1929; “Waldorf Sale Continues” New York Times, 19 de mayo de 1929, p.18; “Waldorf Sale Broadcast” New York Times, 19 de mayo de 1929, p.23; “Auction at Waldorf Ends After a Month” New York Times, 4 de junio de 1929. Se donó una copia de los tres volúmenes del catálogo a la biblioteca pública de Nueva York en donde se anotaron a mano el precio de venta de cada uno de los objetos vendidos.
(5) Sandoval-Strausz, A.K. Hotel: an american history. Yale University Press. New Haven y Londres, 2007. p. 21.
(6) McCarthy, James Remington. “Peacock Alley”. New York Harper, 1931, p. 61
(7) Los distintos artículos de sociedad que se publicaban diariamente en los periódicos se recogieron en los llamados The Entertainment Correspondence Books, actualmente se encuentran en la biblioteca pública de Nueva York (NYPL, Manuscript Division)
(8) Sandoval-Strausz, A.K. Hotel: an american history. Yale University Press. New Haven y Londres, 2007. p. 43
(9) Williamson, Jefferson. The American Hotel: an anecdotal history. A.A. Knopf. Nueva York, 1930. p. 116
(10) Groth, Paul. Living Downtown: The History of Residential Hotels in the United States. University of California Press, 1994, p.34. La imágen original se publicó en el New York Times 1 de octubre 1907
(11) Sandoval-Strausz, A.K. Hotel: an american history. Yale University Press. New Haven y Londres, 2007. p. 124