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Vivienda ¿para qué?

Vivienda ¿para qué?

13 enero, 2014
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj

En 1976, el filósofo-comunicólogo canadiense Marshall McLuhan (1911-1980) visitó México para comunicar su aforismo (“el medio es el mensaje”) vinculado a la vivienda al decir que “la vivienda no es el mensaje, es el medio ambiente” y que “un programa de vivienda es realmente un programa piloto de educación, re-educación y vida en este siglo”. Durante su corta visita para recorrer los modernos conjuntos habitacionales de los años setenta como El Rosario o Iztacalco, McLuhan reiteraba que lo importante de la vivienda no es nada más la casa sino que lo más importante es el entorno, el diseño global y los efectos colaterales. En una entrevista publicada en la Revista Vivienda No.3 de 1976, decía que lo relevante son los tipos de vida: “la vivienda, su diseño global, el medio ambiente creado por ella, transmite un lenguaje, comunica algo a quienes la viven. La principal clave para una ciudad inteligente no es la tecnología, es la gente inteligente. La forma y disposición de las casas determina exactamente la relación que habrá entre sus miembros. En un aeropuerto se ponen las sillas juntas, de tal manera que nadie hable con nadie. Los psicólogos saben muy bien cómo colocarlas para que no haya conversaciones. De la misma forma se pueden colocar las casas así, en una fila, en una calle; de tal manera que se distribuya esa comunicación. La gente de una calle no se comunica entre sí; es decir, en una calle recta cada quien habla sólo con el vecino de junto”.

En el caso de la vivienda social, más de 30 años después de McLuhan, las casas siguen siendo monólogos en serie. La forma de construir la vivienda en México en los últimos años se ha basado en un modelo de repetición serial (ya muchas veces reiterado), cuya reminiscencia moderna son las casas obreras de Juan Legarreta de 1934, sin la visión social de por medio, pero en cambio, ubicadas en terrenos periféricos baratos y sin acceso. Un sistema de ‘siembra cosecha’ que permitió la réplica de un modelo de vivienda urbanizada por 250 o 300 mil pesos en menos de 40 metros cuadrados. En años anteriores, la política de vivienda y de desarrollo urbano fue reactiva y se basó en la regularización de la propiedad y en la dotación de servicios ex-post, en muchas ocasiones en espacios no aptos para el asentamiento, como es el caso de zonas lacustres y de laderas con pendientes pronunciadas que acentuaban el riesgo de deslaves y derrumbes. El modelo de atención a la vivienda privilegió el otorgamiento masivo de financiamiento sin considerar el impacto territorial y urbano, al tiempo que la industria desarrolladora optó por la producción de vivienda de interés social en suelo económico, cada vez más alejado de los centros urbanos. Un modelo de crecimiento extendido y disperso. En consecuencia, el crecimiento de las ciudades mexicanas se caracterizó por la expansión desproporcionada de la mancha urbana que no respondió a las necesidades reales del crecimiento poblacional. Así, mientras la población urbana se duplicó durante los últimos treinta años, la superficie urbana se multiplicó por seis.

“El cambio de paradigma”, por ahora sólo como retórica, busca un salto de cantidad a calidad, un sistema de ‘urbanismo a escala’ de largo aliento. Según datos censales, entre el año 2000 y 2010, el parque habitacional creció en 7.1 millones de viviendas pero la vivienda deshabitada alcanzó una cifra de 5 millones, según INEGI. Las conurbaciones y metrópolis plantean retos que van más allá de su tamaño poblacional, su espacio territorial y de una gestión político-administrativa dividida. Temas como la planeación urbana; la dotación de equipamiento; la homologación de normativa administrativa, hacendaria y de inversión; la movilidad y; la prevención y atención de riesgos; suelen quedar fuera de las instancias tradicionales de coordinación intermunicipal, resultando en visiones y acciones desarticuladas e incluso contradictorias. En consecuencia, las conurbaciones y metrópolis están fracturadas territorialmente y segregadas socialmente, con importantes repercusiones sobre la productividad y competitividad, pues éstas se han vuelto más caras, menos funcionales y menos competitivas.

Más allá de las buenas intenciones de los programas y planes nacionales de desarrollo urbano, que ya debaten el tema, por lo menos como tema de agenda, “la vivienda como caballo de Troya” sí es una posibilidad consolidando la dimensión de “lo regional” dentro del sistema nacional de planeación y promoviendo la asociación de gobiernos estatales y municipales. Los proyectos de vivienda marcan un gran cambio en las geografías de actuación urbanística y paisajística en el contexto contemporáneo, y permiten que las estrategias de diseño urbano puedan salir de su zona tradicional de la ciudad compacta a otros territorios. Así, la importancia del lugar.

¿Cómo es que se ha llegado hasta aquí en materia de vivienda social, y en específico en el urbanismo generado por esto?, ¿Qué es lo que ha hecho tan grande la desvalorización en el diseño mismo de las unidades de vivienda, y en mayor medida el efecto devastador sobre la ciudad en donde cada vez se construye más lejos para seguir siendo más barato? ¿Dónde y hasta qué punto los arquitectos, urbanistas, ingenieros, tienen un papel de influencia para definir una nueva agenda, en la materia donde el diseño mismo sea parte de una estrategia y no sólo un simple producto para construir? “Urbanismo sin poder es hobby”, decía Pedro Ramírez Vázquez.

Como todo producto, el de la vivienda social ha caducado pero aún debe consolidarse un programa como modelo de gestión del suelo, financiamiento, construcción e impacto social. El principal reto que encararán las ciudades mexicanas para los próximos años es hacer frente al aumento de la población urbana, la cual pasará de 80.4 millones (2010) a 103.3 millones en 2030 (75.2% del total nacional). Lo anterior implica construir ciudades con capacidad para acomodar nuevas generaciones urbanas a través de la oferta de soluciones de vivienda, cobertura de servicios y alternativas de movilidad. En México se espera que para 2030, de los 137.4 millones de habitantes, 75.2% residan en ciudades. La nueva población requerirá entre 83 y 290 mil hectáreas de suelo para todos los usos urbanos. ¿Vivienda para qué?, pero sobre todo, siguiendo a McLuhan, ¿cuáles son los efectos colaterales?, ¿vivienda para quién?

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