Gobierno situado: habitar
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5 septiembre, 2023
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
En 1528 Benedetto Bordone publicó en Venecia su libro Isolario, que contenía mapas de las islas del mundo. Entre todas las islas destacaban dos que, además, eran ciudades. Una, aquella donde vivía y trabajaba Bordone —quien nació en Padua en 1460— y donde publicó su libro: Venecia. La otra ciudad-isla fue Temistitán, el nombre que Bordone habrá encontrado más cercano a aquella de la que tanto se hablaba y que recién había caído, conquistada por Hernán Cortés en 1521. Bordone siguió para trazar su mapa de Temistitán aquél publicado en Núremberg en 1524 para acompañar la Segunda carta de relación de Hernán Cortés quien, supuestamente, era el autor de ese mapa. Venecia y Temistitán parecían ciudades gemelas, a los ojos de Bordone y otros cartógrafos venecianos: grandes ciudades, cabezas de imperios, construidas sobre lagunas y entre canales. Y, por lo que relataba Cortés, Tenochtitlán era una ciudad única, maravillosa, la más grande que él o su gente hubieran visto jamás y parecía haber resuelto la complicada situación acuática de mucho mejor manera que su correspondiente en el Viejo Mundo. Sin embargo, cuando Bordone y otros cartógrafos iniciaban la construcción del mito de Tenochtitlán como una auténtica utopía, esa ciudad ya no existía: pese a su admiración y asombro declarados, Cortés y sus hombres la destruyeron casi por completo en 1521. Cuando se publicó el Mapa de Núremberg y luego el Mapa de Temistitán en el Isolario de Bordone, Tenochtitlán, la real, ya no estaba ni en el mapa ni en el territorio.
Después, muchas veces se han intentado reconstrucciones de aquella magnífica ciudad. En mapas y también en vistas. En el séptimo de los ocho lienzos pintados en la segunda mitad del siglo XVII y que describen la Conquista de México, Tenochtitlán está al final de un largo puente donde tiene lugar una batalla multitudinaria que se sigue en la muralla circular que rodea a una pirámide que más se parece a un zigurat o a una Torre de Babel que sí pudo terminarse.
Aunque quizá una de las imágenes más conocidas que representan cómo pudo ser la ciudad de Tenochtitlán sea la que pintó Diego Rivera en uno de los muros del Palacio Nacional.
Y no hay que olvidar el Plano reconstructivo de la región de Tenochtitlán que preparó en 1968 el arquitecto Luis González Aparicio.
Fue este último al que, “por diversión”, Thomas Kole agregó sombras para mostrar la topografía y publicó en su cuenta de Twiter antes de anunciar el lanzamiento de su reconstrucción de Tenochtitlán en un modelo 3D: A portrait of Tenochtitlan. Kole, nacido en los Países Bajos, y que se presenta como artista técnico, jamás ha visitado la Ciudad de México —aunque tampoco es que quede mucho que ver del paisaje, el urbanismo y la arquitectura de la ciudad prehispánica—. En una entrevista con la revista Wired, Kole cuenta que al buscar imágenes sobre cómo fue la ciudad de Tenochtitlán, no encontró ninguna que le resultara satisfactoria y se propuso construirla él mismo, con ayuda de programas como Blender, Gimp y Darktable. Durante año y medio, Kole investigó todo lo que pudo sobre aquella ciudad de la que no había aprendido mucho en sus estudios. Entre más sabía de Tenochtitlán, dice, más difícil era sostener la idea de que ahí habitaron pueblos “primitivos”, como aún imaginan hoy algunas personas. Tras construir el modelo en tres dimensiones de Tencochtitlán, Kole produjo una serie de imágenes que resultan asombrosas por varias razones, pero sobre todo porque confirman lo que el mismo Cortés y sus hombres pensaron, maravillados, cuando la vieron a lo lejos, al bajar hacia el valle, entrando por Iztapalapa —que ya les había parecido una ciudad espléndida —.
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