Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
4 diciembre, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
“Cuando regresé de la guerra, quería escribir de algo que no fueran palabras.” Eso les dijo Vincent Scully a Yehuda Safran y Daniel Sherer en una entrevista que les concedió en noviembre del 2014. Scully nació en New Haven, Connecticut, y estudió en Yale, donde recibió su doctorado en 1949, aunque empezó a enseñar historia en esa misma universidad desde 1947.
Matt Schudel escribió en el Washington Post que, al poco tiempo, su curso tuvo que mudarse a la Escuela de Leyes, la única con un auditorio del tamaño suficiente para alojar a los más de 400 alumnos que asistían a sus conferencias. Con las luces apagadas y al menos dos imágenes proyectadas en paralelo, Scully daba sus pláticas armado de una larga vara de madera con la que señalaba los detalles de las obras que explicaba. En el 2013, Paul Goldberger escribió en la revista Metropolis que en esas conferencias Scully mostraba a su audiencia que “hay algo más en los edificios y algo más en la experiencia de la arquitectura que lo que el mundo se daba cuenta”. Para Scully, sigue Goldberger, “todo edificio es parte de un conjunto mayor, un concepto que siempre abarcó mucho más que el contexto físico”. Los textos de Scully iban de la arquitectura griega al renacimiento y de la arquitectura Pueblo a la de la pradera de los Estados Unidos y la obra de Wright. En la entrevista con Safran y Sherer, Scully cuenta que en 1948, junto con su esposa, manejaron a Taliesin North para pedirle a Wright que les diseñara una casa que finalmente no se construyó —el presupuesto no les alcanzaba. Scully diseñó entonces su propia casa, “una caja pura”, dijo, “con influencia de todo desde Johnson hasta Breuer.” Scully fue amigo de Kahn y de Venturi, y escribió de la obra de ambos. En 1991, tuvo que jubilarse de Yale, pero volvió a petición popular para dar pláticas y clases. En 1992, dictó una conferencia sobre Kahn donde lo describió como un arquitecto moderno que parecía querer inventar todo desde su cabeza: “parecía querer que no hubiera fuentes identificables. Rechazaba el uso de detalles históricos en sus edificios y, sin embargo, por su modo de construir, terminó de algún modo con el desarrollo básico de la arquitectura moderna e inició algo totalmente nuevo”. Eso totalmente nuevo fue, paradójicamente, una nueva relación con la historia. El camino abierto por Kahn sería continuado por Robert Venturi. Scully escribió el prólogo a su Complejidad y contradicción en arquitectura, publicado en 1966. “Este no es un libro fácil,” dijo al inicio de su texto de introducción, para luego calificarlo como el libro más importante sobre la producción de arquitectura desde Vers une Architecture, de Le Corbusier, de 1923. “Como todos los arquitectos originales —explica Scully reafirmando una de sus tesis fundamentales—, Venturi nos hace ver el pasado como nuevo”. La ironía que Venturi proponía para su arquitectura, Scully la usaba ampliamente en sus textos y lecciones. De Paul Rudolph, arquitecto del edificio de la Escuela de Arte y Arquitectura en Yale, decía que fue un hombre atormentado y que resultaba una pena que hubiera muerto “envenenado por su material favorito” —Rudolph murió a causa de un cáncer supuestamente provocado por el asbesto. De los planes urbanos de Le Corbusier dirá “bellas imágenes, ciudades borradas”. Tras hablar de la recuperación de lo vernáculo con Venturi, Scully se arriesgó a una defensa del Nuevo Urbanismo: “pienso que es fundamental, muy importante para la vivienda pública de bajo costo, que no se puede, no se debe intentar inventar tipos básicos de vivienda”. Para Scully, “dado que la civilización se basa ampliamente en la capacidad humana para recordar, la arquitectura construye historia visible”.
Scully murió el 30 de noviembre a los 97 años.
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