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¡Felices fiestas!
16 agosto, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
“El arquitecto es una personalidad sumamente compleja y contradictoria,” dijo Villanueva el 19 de julio de 1954 en una conferencia que dictó en la Academia de Arquitectura de Francia. “El valor artístico de sus obras —continuó con absoluta seguridad— está fuera de duda. Centenares de obras arquitectónicas fundamentales para la historia de la cultura humana así lo prueban.”
Carlos Raúl Villanueva nació el 30 de mayo de 1900 en Londres. Su padre, ingeniero de profesión, era un diplomático Venezolano y su madre, Paulina Astoul, francesa. Su infancia la pasó en Londres y en la adolescencia su familia se mudó a París. Ahí estudió arquitectura, como su hermano mayor, en la Escuela Superior de Bellas Artes, de la que se graduó en 1928. Ese año viajó por primera vez a Venezuela. Tras un año en los Estados Unidos, regresa a Venezuela y empieza a trabajar para el Ministerio de Obras Públicas, hasta que en 1937 vuelve a París para estudiar urbanismo. A principios de los años 40, Isaías Medina Angarita, presidente de Venezuela, le encargó el proyecto de la Ciudad Universitaria de Caracas, que se inauguró el 2 de marzo de 1954, aunque Villanueva siguió trabajando en el proyecto de algunos de sus edificios hasta 1960. A diferencia, por ejemplo, de la Ciudad Universitaria de la ciudad de México, en la que participaron más de un centenar de arquitectos en el diseño de los distintos edificios, en el caso de la de Caracas, la oficina liderada por Villanueva fue la único responsable de todo el conjunto, aunque invitó a colaborar a muchos artistas notables. En la conferencia antes citada, Villanueva afirmó:
Considero al arquitecto como máximo responsable y único director del proceso arquitectónico. En sus manos deben reposar las responsabilidades y los privilegios de la coordinación de todos los componentes. Con tacto, sensibilidad y firmeza, debe distribuir las tareas y regular la homogeneidad de la obra. No sustituirá a ninguno de los especialistas en su trabajo específicio. Pero sabrá conducirlos y sabrá extraer del trabajo de equipo una conformación armónica cualitativamente superior a la suma de todos los valores parciales vertidos en la obra.
Para Villanueva el arquitecto gozaba de una posición especial en la sociedad. Aunque viva en “un desequilibro a veces realmente dramático, causado por la inestabilidad y por las contradicciones de la sociedad que lo circunda y condiciona,” gracias “a la evolución histórica de su personalidad, a la acumulación de tradiciones y experiencias, ha alcanzado, como tipo social, un nivel de conciencia tan alto que éste le impide aceptar un papel pasivo en el ciclo de la construcción del espacio para el hombre. Hoy podemos dudar, con razón, de ese nivel de conciencia tan alto alcanzado por los arquitectos, en general, sólo por el hecho de serlo, pero hay que tomar en cuenta que Villanueva planteaba una correspondiente responsabilidad —ya sabemos: a todo gran poder corresponde una gran responsabilidad. El arquitecto —dijo— debe ser crítico y acusador de las condiciones que le han tocado; debe ser “un intelectual por formación y por función” y “un teórico para poder realizar sus sueños de intelectual. Si tales sueños resultan particularmente ricos, vivos y poéticos, quiere decir que, a veces, puede ser también un artista.” Nótese: a veces.
Carlos Raul Villanueva murió el 16 de agosto de 1975 en Caracas, Venezuela.
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