Saberes al borde. Materialidades para habitar el río Medellín
Construir al borde de la precariedad constituye saberes valiosos que se vuelven ilegítimos en la medida en que existe un [...]
1 abril, 2021
por Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Twitter: VladimirRub
¿Qué será el cielo y que será el mar
y qué serían las islas y los astros
y todo lo que se halla
ante los ojos de los hombres (y mujeres)
(…)
si yo no le diese el sonido, el lenguaje y el alma?
Friedrich Hölderlin
(…) lo primero que hace el (ser humano) frente a una realidad desconocida
es nombrarla, bautizarla. Lo que ignoramos es lo innombrado.
Octavio Paz
En 1949, hace ya 72 años, Mathias Goeritz llegó por vez primera a México. Integrándose a la nueva Escuela de Arquitectura de Guadalajara, impartió un taller nombrado por el mismo: Educación Visual. Inspirado en la escuela y movimiento de la Bauhaus, Goeritz creía que el arte era un servicio: una actividad creadora para la sociedad, que podía ser guía y modelo para salvar la humanidad. 1
Aunque Goeritz no estudió nunca en la Bauhaus, recibió una gran influencia de sus preceptos por medio de Herbert Bayer y Gyorgy Kepes, sus amigos y maestros, además de su profunda admiración por Paul Klee, y su interés por las teorías pedagógicas de Johannes Itten y László Moholy-Nagy.
En aquel taller, Goeritz realizaba ejercicios de exploración a elementos básicos compositivos, colores, formas, estructuras, patrones, pero también emociones, sentimientos, sensaciones y percepciones. A pesar del gran impacto de dicho taller —sobre todo en los años venideros y como retrospectiva de su legado—, ¿podríamos asegurar que esta asignatura sigue siendo pertinente después de más de 70 años?
Goeritz escribió que la educación visual tenía por objetivo volver al estudiante observador e imaginativo, dotándolo de “los medios de expresión apropiados a su inteligencia y a sus emociones”2, su idea —como la de la Bauhaus— era crear un lenguaje con el cual —en palabras de Octavio Paz— “bautizar” al mundo que existe y al que se quiere crear.
Apenas hace pocos años, y celebrando los 100 años del nacimiento de Goeritz, la clase de educación visual volvió al plan de estudios de la hoy Universidad de Guadalajara. Podría decirse, sin embargo, que estamos alejados ya de la grandilocuencia de que este lenguaje por descubrir y desarrollar haya de salvar radicalmente a la humanidad.
¿Cómo podemos justificar entonces la existencia de este espacio en la preparación inicial de los arquitectos, cómo podríamos enseñar a ver y, aún más importante, qué queremos lograr que se vea? Ante las abruptas trasformaciones de la realidad social desde la llegada de Goeritz hasta nuestros días, ¿qué hubiese ajustado él para sostener que un taller como éste es pertinente y que aún el arte pudiese salvar —en algo— a la humanidad?
Estas preguntas son las que, torpemente, me he dedicado a intentar responder impartiendo hoy la clase de Goeritz en la recién inaugurada carrera de arquitectura del Centro Universitario de Tonalá, que pertenece también a la Universidad de Guadalajara. Sin la pretensión de salvar, comenzamos —como nueva escuela— con la idea de transformar, cuando menos, el mundo de cada uno de los estudiantes.
Para introducirlos a esta transformación, la clase introductoria para este taller comienza con una diminuta obra de teatro que leemos y actuamos en conjunto y que sirve de pre-texto para declarar las intenciones de la materia.
La obra de teatro intenta hacer entender la necesidad de una máscara para declarar un comienzo y de un ritual que nos hable de un menguar: un transformarnos para aprender a narrarnos de forma nueva, un lenguaje en el cual poder(nos) ver. A través de la narración de cada alumno se hacen visibles los unos a los otros por vez primera. Para ello, se valida al silencio o al gesto como formas de comunicación que pueden ser observadas e interpretadas por los otros.
En esta obra se intenta introducir que ver y decir son palabras que se aproximan a tal grado que no es posible deslindar la una de la otra, y que, como aseguraba Platón hace casi 2500 años, “ver es inteligir”, es un saber ver con inteligencia. Y que por ende, las palabras que poseemos y su significado son también el filtro con que vemos la realidad.
Como lo dice el poeta argentino Hugo Mujica:
El arte de ver es inseparable del nombrar. La más vaga mirada dirigida al mundo, descubre el relieve de las cosas: las individualiza, las palpa, nombrándolas.
Ver es anunciar.
Estar frente a, significa estar acogiendo, comprendiendo. O tratando de hacerlo, no como opción, como situación. Como condición humana.
Si recordamos un parque, un árbol o un gato blanco sobre un tejado, aun recordando tan sólo la muda imagen, ella es lo que es, casa o gato, porque es lo que es por llamarse así en nosotros.
No hay vida humana sin palabra.
No hay humanidad sin la palabra humanidad.3
Obra de teatro impresa para taller introductorio.
A lo largo de las siguientes clases, se realizan ejercicios, tertulias y narraciones, que exploran, al igual que la clase de Goeritz, sentidos, formas, colores, estructuras, patrones, emociones y percepciones. Se explora eso a lo que urgentemente se ha de descubrir: una realidad.
Consciente de que hoy en día hay formas más apremiantes e importantes qué nombrar que la geometría básica en un papel, se persiguen y trazan patrones que reproducimos a través de la costumbre, que pueden sostener estructuras de esclavitud, de clasismo, de desigualdad; edificios legibles que sostiene la barbarie, palabras que moldean nuestra forma de entender, de sentir, de emocionarnos en lo otro y con los otros. Formas sociales que hieren y exclusiones que tienen forma y procesos de desarrollo legibles.
Por eso, en el taller se enseña una especie de geometría de la cultura: se ponen en escena costumbres de los otros para abrirnos a sus narraciones y con ello llegar a ver desde la palabra del otro. También trazamos los sonidos y los olores al caminar, las temperaturas y los colores de lo que vibra, ¿cómo represento aquel olor del indigente en un esquema ideográfico, cómo lo visibilizo, qué narración en el espacio de lo voy a dar, es de rechazo o es parte de un complejo paisaje? más allá de darle una forma y color, un dato, lo que se pretende cambiar en el alumno es lo que considera y visibiliza en un espacio, pero además, que postura moral y ética toma en torno a él, que narración se le entrega a la hora de hacerlo ver, aparecer.
Ejercicio en primer semestre: mapeo de olores en el centro histórico de Guadalajara.
A menudo, se ignora que Goeritz, además de artista, estudió un doctorado en filosofía y que su interés por la enseñanza respondía a pensar las cosas y del cómo, a través de un nuevo lenguaje, es posible salvar y cambiar —al menos en algo— nuestra sociedad.
Aprender a ver, es anunciar lo que antes carecía de nombre y de-nunciar también lo que existe oculto y cómo puede ser expuesto y transformado. En el taller, los alumnos se sumergen y se enfrentan a comprender el carácter de una línea: cómo puede representar la libertad, la vivacidad, la pobreza o la debilidad, pero también, dónde se viven estas palabras en nuestro contexto inmediato.
Cómo lo expresó Bergson a sus alumnos de secundaria en 1885: “La mayor facultad es la de renunciar durante un instante, cuando urja hacerlo, a los hábitos que uno ha adquirido o incluso a las disposiciones naturales que uno ha sabido desarrollar en su persona, la facultad de ponerse en el lugar de los demás, de interesarse en sus ocupaciones, de pensar lo que ellos piensan y, en pocas palabras, de vivir su vida y de olvidarse de uno mismo.” 4
Clase introductoria al taller de educación visual en el espacio público. Ubicación: Parque el Refugio, Guadalajara, Jalisco. Alumnos de primer semestre de la carrera de arquitectura, del Centro Aniversario de Tonalá (Universidad de Guadalajara)
A esta facultad de salir de sí mismo, Bergson le llamó: plasticidad moral. Este concepto podría definir las pretensiones enteras del taller: más que buscar plasmar lo que los alumnos ya son, que sean capaces, primero, de aprender a mirar afuera, de saber leer y nombrar al otro y lo otro para ver más, y que aprenda a representarlo, solo entonces, tal vez, haya algo con que poder servir.
Notas:
Construir al borde de la precariedad constituye saberes valiosos que se vuelven ilegítimos en la medida en que existe un [...]
La arquitectura, a diferencia de la escenografía, no sólo genera atmósferas, sino que es un actor y actante de la [...]