23 mayo, 2019
por Celeste Olalquiaga
La modernidad industrial en América Latina, al igual que en gran parte del llamado Sur Global, fue un proceso de muchas etapas que a menudo se realizaron parcialmente. En los países industrializados, esta modernización, aun cuando irregular, fue generalmente de la mano con el desarrollo del capital y sus mecanismos sociales y laborales. Pero en lugares como Venezuela, donde históricamente ha predominado el caudillismo, las políticas modernizadoras estuvieron directamente relacionadas con dictaduras militares hasta bien entrado el siglo veinte.
El primer acercamiento de Venezuela a una modernidad occidental caracterizada por el transporte ferroviario, una moneda nacional (el Bolívar), instituciones gubernamentales burocráticas y un programa obligatorio de educación pública nacional fue encabezado por la dictadura de Antonio Guzmán Blanco, la cual duró desde 1870 hasta 1888. Poderoso terrateniente que administró el país como su feudo personal, Guzmán Blanco también llevó a cabo un extenso programa de obras públicas y renovación urbana que reemplazó a la ciudad colonial con amplias avenidas, teatros, espacios públicos y monumentos en el estilo neoclásico francés favorecido por el llamado “autócrata ilustrado”.
Al comienzo del siglo veinte, una segunda dictadura colocaría a Venezuela directamente en el mapa internacional, pues en 1918 se descubrieron y comenzaron a explotar los vastos recursos petroleros del país, principalmente por compañías extranjeras como la inglesa/holandesa Shell y la estadounidense Creole. Otro terrateniente y hombre de armas, José Vicente Gómez, gobernaría al país desde 1908 hasta 1935. Se le atribuye la consolidación de Venezuela como un estado moderno y unificado, incluyendo el desarrollo de una importante infraestructura de transporte. No obstante, su estilo despiadado y feudal, así como su falta de interés en Caracas como ciudad capital, lo alejan de las nociones de modernidad, las cuales se aplican con más facilidad al tercero de esta línea de dictadores, Marcos Pérez Jiménez.
A pesar de un régimen comparativamente breve (los dos anteriores mantuvieron al país en sus garras de hierro durante casi veinte y treinta años, respectivamente), Pérez Jiménez consolidó de 1952 a 1958 buena parte de la infraestructura de Venezuela y su ciudad capital. Nadando en petróleo, al igual que su predecesor y todos sus sucesores, su visión de una Caracas moderna convirtió a la ciudad en una metrópolis dispersa y automovilística, atravesada por autopistas y rebosante de arquitectura modernista tanto pública como privada. Este legado arquitectónico constituye hoy en día una topografía residual de una Caracas que en los años cincuenta se vislumbraba como la capital moderna de América Latina.
En pocas palabras, la configuración moderna de Venezuela y su ciudad capital no fue establecida por la democracia, el sistema político moderno por excelencia, sino por tres dictaduras prácticamente consecutivas que dominaron al país desde fines del siglo diecinueve hasta mediados del veinte. La incipiente democracia venezolana que se desarrolló durante y en contra de estos regímenes heredó, por así decirlo, el legado moderno directamente del autoritarismo.
[fig 1: Folleto El Helicoide de la Roca Tarpeya: Centro Comercial y Exposición de Industrias, 1956.]
La construcción de “El Helicoide de la Roca Tarpeya: Centro Comercial y Exposición de Industrias” se inició a mediados de los años cincuenta, durante la dictadura de Pérez Jiménez, y aunque fue una iniciativa privada, el proyecto ha permanecido inexorablemente asociado a ésta. De haber sido completado, El Helicoide hubiera sido el centro comercial más moderno de las Américas, con cuatro kilómetros de rampas vehiculares construidas en doble hélice, permitiendo a los clientes acceder por automóvil a los negocios de su elección; cuatro ascensores de alta velocidad con capacidad para cien personas cada uno; televisión de circuito cerrado; hotel, helipuerto y vistas panorámicas del centro y sur de Caracas. Monumento a gran escala a la tecnología del siglo veinte, el objetivo de El Helicoide era representar y acomodar a las clases media y media alta, en plena expansión, con un estilo de vida “americano” identificado con el progreso moderno. Estilo de vida fácilmente disponible gracias a los enormes ingresos petroleros del país y la red social, cultural y de servicios establecida por las compañías petroleras estadounidenses, haciendo de Venezuela no “la sucursal del cielo”, como se decía en aquellos años, sino más bien del imperio del norte.
Inspirado en dos utopías, una incompleta y la otra no realizada, la Torre de Babel y el Gordon Strong Automobile Objective de Frank Lloyd Wright, El Helicoide estaba en perfecta sintonía formal con su tiempo, a nivel estilístico (pertenece a la gran familia arquitectónica Brutalista, aunque con un innovador giro espiral), así como en su relación con una naturaleza que buscó domesticar a toda costa. En una versión topográfica de la tabula rasa moderna, la construcción de esta mole futurista comenzó por arrasar y esculpir a la Roca Tarpeya, colina sobre la cual se asienta, para luego rodearla de hormigón armado.
[fig. 2: Autor desconocido. Movimiento de tierra. circa 1956-1957]
El Helicoide formaba parte de un macro-esquema modernizante que consistía en “ciudades dentro de la ciudad”: emplazamientos urbanos autónomos y periféricos unidos por carreteras. Consistente con el espíritu de descentralización y expansión urbana de mediados del siglo pasado, esta visión dependiente del automóvil pretendía representar diversos aspectos de Caracas, por lo cual incluía al Centro Cívico y Federal (Centro Simón Bolívar), el complejo residencial para trabajadores 23 de Enero, y la Ciudad Universitaria (Universidad Central de Venezuela), entre otros. Contribuyendo el polo comercial,
El Helicoide unía el transporte, la industria, el comercio y el entretenimiento. Es por esto que la estructura aparece en un plano municipal de 1956 aún antes del comienzo de los movimientos de tierra.
[fig 3. Plano Municipal de Caracas, 1956]
Asimismo,
El Helicoide debía culminar un paseo peatonal que hubiera recorrido el tope de la cadena de siete colinas entre los Jardines Botánicos y la Roca Tarpeya, paseo que implicaba arrasar con la serie de barrios informales allí asentados. Esta “Noble Acrópolis”, como la tildara el urbanista francés Maurice Rotival en su “Tesis de Caracas” de 1959, jamás fue completada, al igual que tantos proyectos modernos en Venezuela, pero en parte también por la resistencia política de las comunidades locales establecidas allí desde hacía casi un siglo. La visión de un paseo ilustrado coronado por un centro comercial (plan oficialmente reconsiderado en 1968 y 1975) demuestra que El Helicoide desempeñó desde su concepción un papel fundamental en la planificación moderna de Caracas.
A nível internacional, El Helicoide indicaba el posicionamento del país en tanto nueva potencia latinoamericana (sus salas de exhibición habrían presentado las florecientes industrias venezolanas: petróleo, metalurgia, hidroeléctrica), así como la capacidad de Venezuela para participar en una modernidad determinada por la cultura estadounidense. No es de extrañar, entonces, que El Helicoide fuera en 1961 la estrella de la exposición Roads (Caminos) realizada en el Museo de Arte Moderno (MoMA) en Nueva York, dedicada a la convergencia entre el transporte y el comercio, la cual la estructura venezolana condensaba en una sola unidad. Por su parte, la revista Time declaraba que “Manhattan tiene sus rascacielos, París su Torre Eiffel, pero las colinas de Caracas en Venezuela pronto estarán cubiertas de formas arquitectónicas calculadas para igualar las maravillas hechas por el hombre [sic] en cualquier lugar”.
[fig. 4 Interior proyectado. Catálogo promocional El Helicoide de la Roca Tarpeya, circa 1958-1960.]
El Helicoide hubiera sido monumental no solo por su escala, sino por ser un monumento al capitalismo moderno en América Latina. Es probable que sea esta doble monumentalidad, más que cualquier presunta asociación con Pérez Jiménez lo que haya vinculado a El Helicoide con la dictadura. El proyecto era tan grandioso y ambicioso como la modernización de Caracas realizada por el General, consistente con su política de renovación urbana a ultranza y con su programa cuasi-militar para eliminar los barrios (“la batalla contra el rancho”, los ranchos son las viviendas individuales que conforman un barrio). Además, la estructura era de concreto, no sólo el material predilecto de la construcción moderna, sino también del dictador venezolano, cuyas política de construcción fue conocida como “la política del concreto armado.” El Helicoide no se habría construido sin la aprobación de Pérez Jiménez y éste la concedió con gusto.
[fig. 5 Marcos Pérez Jiménez examina una de las primeras maquetas de El Helicoide. El Nacional, septiembre 24, 1955]
Esta asociación ideológica de El Helicoide C.A. con la dictadura tuvo sus consecuencias una vez reinstalada la democracia. En palabras del entonces presidente Rómulo Betancourt, “no se colocará un ladrillo más sobre El Helicoide”, comentario curioso dado que la estructura era de concreto. Tras años de litigios económicos públicos y privados, El Helicoide pasó a manos del estado en 1975. A partir de entonces, los dos principales partidos democráticos, AD (Acción Democrática, social demócrata) y COPEI (Comité Electoral de Política Electoral Independiente, social cristiano), socavaron mutua y sistemáticamente sus respectivos proyectos de recuperación de El Helicoide. En lo único que estos partidos colaboraron, irónicamente, fue en la entrega paulatina de El Helicoide a las fuerzas policiales de inteligencia venezolanas (entonces DISIP, ahora SEBIN), empezando con los niveles más bajos en 1985 y continuando con los superiores en 1992. A su vez, la revolución bolivariana convirtió los niveles medios de El Helicoide en centros de educación y capacitación policial a partir del 2000. Desde 2014, El Helicoide ha sido un lugar notorio de represión y tortura.
[fig. 6 El Helicoide bajo ocupación policial. Foto Gorka Dorronsoro, 1988.]
La contraparte de la monumentalidad moderna suele ser la extrema pobreza. Mega-estructuras como El Helicoide se construyeron no solo a expensas de las comunidades locales (en este caso San Agustín del Sur y San Pedro, parcialmente arrasadas para la construcción), sino también sobre las espaldas de una clase trabajadora en condiciones de vida deplorables. A principios de la década de 1980, el 80% de la población venezolana vivía en condiciones de miseria, algo que El Helicoide, rodeado de barrios marginales, muestra cabalmente. El Helicoide es testimonio así no sólo de su propio fracaso, sino también de un estado moderno incapaz de distribuir adecuadamente su inmensa riqueza. Puede que la gran hazaña de El Helicoide haya sido precisamente mostrar las limitaciones de una modernización obsesionada por un futuro utópico a costa de su realidad presente.
[fig. 7 Foto Julio César Mesa, 2015]
Habría que repensar la modernidad del siglo veinte como un proceso no sólo altamente irregular sino también, y casi por definición, incompleto, un proceso que, en lugares como Venezuela, se quedó en la etapa subjuntiva del “hubiera sido”. Esto es en parte consecuencia de las limitaciones de una noción de progreso que se impone la misión imposible y peligrosa de rehacer al mundo, deshaciéndose del pasado como una carga pesada que puede descartarse sin consecuencias, prometiendo un bienestar general que rara vez se alcanzó, e indiferente al paso del tiempo, el cual sorprendió a la modernidad industrial con un futuro que envejeció súbitamente sin haber llegado a realizarse. Aun cuando las razones por la cual la arquitectura modernista tuvo una vida muy corta a nivel mundial son múltiples y diversas, su destino en Venezuela fue mucho más evidente. La derrota del proceso moderno radicó allí en sus enormes costos sociales y una falta de continuidad política que plagó a la democracia como una enfermedad endémica. Historia que El Helicoide, desgraciadamente, representa demasiado bien.
Más información en Proyecto Helicoide y UrPub
Celeste Olalquiaga es una escritora especializada en historia cultural y visual. Ha publicado Megalópolis (1992), El reino artificial (1998) y es editora de Downward Spiral: El Helicoide’s Descent from Mall to Prison (2018). Investiga desde hace varios años las ruinas de la modernidad.
Todas las fotos pertenecen a Proyecto Helicoide y el Archivo Fotografía Urbana (AFU) a no ser que se indique lo contrario.