La Rúa, el camino hacia la reconciliación
Hay una frecuente búsqueda de la nostalgia en el campo de la arquitectura. Amamos lo tradicional, lo viejo, lo antiguo. [...]
11 noviembre, 2021
por Jesús Tovar
La mejor forma de conocer las ciudades y su arquitectura es caminando. En Torreón te debes cuidar de nuestro amigo el sol. Si caminas mucho tiempo por sus calles puedes terminar derretido. Más cuando vienes del sur. Acá debes de tener la piel de cocodrilo o tener temple de acero. Torreón es una ciudad porfiriana y expandida, todo un mosaico de arquitecturas. Nuestros padres y madres son los americanos, los árabes, los holandeses, los alemanes, los ingleses, los tlaxcaltecas y el resto de México. Aunque tenemos un pasado que no va más allá de 1888 hemos acumulado historias dignas de contar —ya lo iré haciendo. Torreón no es Madrid, Barcelona, Nueva York o la ciudad de México, pero tiene una historia igual de alegre, triste o dramática, a otra escala.
Lo primero que debes hacer antes de caminarla es cuidarte de no salir entre las once de la mañana y dos de la tarde, ya que en ese periodo sentirás todo el rigor del astro rey. Si lo haces y sobrevives tendrás todo mi respeto. Para aliviarte, deberás de buscar la sombra como cuando un beduino busca un oasis en medio del desierto más hostil. Polvo, viento y luz solar excesiva por casi once meses al año nos permiten conocer solamente dos estaciones: el verano y el invierno extremos. La lluvia en el desierto lagunero es una bendición y la amamos cuando llega porque solamente moja nuestras calles una o dos veces por año.
Recuerdo que cuando era niño y vivíamos en un departamento sobre la calle Ildefonso Fuentes, mi madre nos sacaba por las tardes a la banqueta para sentarnos en unas sillitas de madera para “tomar el aire fresco”. Ahí, sin darme cuenta, recibí mis primeras lecciones de arquitectura. Disfruté frente a mis ojos de la Casa Mudéjar. Esta casa es una rara joya que fue recientemente restaurada y forma parte de nuestro legado arquitectónico. Todas sus texturas, sus acabados, su escala, sus arcos lobulados, sus cornisas y sus vitrales fueron para mí inolvidables. Este recuerdo fue para mí muy significativo ya que años después lo comprendí todo cuando visité la Alhambra en Granada y descubrí los vasos comunicantes existentes con la obra de Luis Barragán. Todas estas experiencias de la vida se han venido hilvanando para formar tejido complejo y maravilloso que soporta toda nuestra obra de arquitectura y nos ha hecho muy felices.
En mi ciudad predominan diversos estilos, como el Art Nouveau, el mudéjar, el neoclásico, la arquitectura alemana, inglesa, moderna, contemporánea y otras que no vale la pena comentar. Torreón es tan plural como los ciudadanos que la conforman y no es para nada homogénea. Se cuenta con más de un centenar de edificios históricos que esperan una restauración inteligente. En los últimos años se han realizado en estos edificios intervenciones desafortunadas en pos de una falsa “modernidad”. En esto nos estamos equivocando. Deambular por sus calles es toda una aventura y muchas veces con más de 40 grados centígrados es necesario cargar con una botella de agua, una libreta para hacer croquis y un celular con buena resolución para documentar los cientos de detalles que podrías encontrar —como enrejados, balcones, pisos, fachadas, cornisas e incluso ruinas de tiempos idos y chispazos del presente. La ciudad es joven y vive todavía. El desierto lagunero es bello, sólo que debemos verlo con otros ojos, con ojos de cariño. Torreón promete ser una ciudad única que ya merece transformarse no sólo con restauraciones impecables sino con obras de arquitectura de primer nivel. Nuestra arquitectura debería de reflejar fielmente el paso de las épocas adecuándose a los tiempos que corren. Es imperativo el uso de la razón, como lo recomienda Alberto Campo Baeza. Remodelar por remodelar es simplemente inaceptable. Lo nuevo no siempre es lo mejor.
Si algún día se les ocurriera demoler la Casa Mudejar, se irían entre sus escombros todo mi corazón y parte de mi vida. El valor del recuerdo que tan maravillosamente nos ha legado Marcel Proust aquí también lo vivimos intensamente. En cada obra de Arquitectura siempre vive una parte de nosotros. Una ciudad que se destruye es una sociedad que se destruye. Francamente, Torreón se veía mejor a principios del siglo XX. Hoy es vieja y descuidada. Aunque siempre fue una ciudad bella, deberíamos ayudarla para que vuelva a presumir todos sus encantos. Cada ciudad tiene sus historias dignas de contar. Afortunadamente, hoy vivimos en una etapa de mayor conciencia de lo que es el buen urbanismo y la buena arquitectura. Torreón merece una sociedad y un gremio de arquitectos que la prepare para afrontar el siglo XXI con orgullo y dignidad. Estoy seguro que contamos con todos los elementos para recuperar y embellecer a esta ciudad, sólo es cuestión de organizarnos, trabajar en equipo y ponerlo en obra. Aquí nos tocó nacer y somos hijos del polvo.
Después de todo vivir en el desierto no es tan malo. Ya es hora de poner el ejemplo lagunero.
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