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Columnas

Una jerarquía estética

Una jerarquía estética

5 septiembre, 2019
por Auguste Comte

Para que la filosofía del arte se caracterice aquí en todos sus aspectos estáticos, por ahora es suficiente indicar la jerarquía estética. Intermediaria enciclopédica entre la jerarquía teórica y la jerarquía práctica, también se basa en el mismo principio fundamental de generalidad decreciente, que hace mucho tiempo establecí como regulador universal de todas las clasificaciones positivas. Ya hemos reconocido que proporciona una escala de la belleza esencialmente similar a aquella que, establecida en principio para lo verdadero, se había extendido posteriormente a lo bueno. Todavía debemos aplicarla para organizar las diferentes bellas artes según un orden, a la vez de concepción y sucesión, análogo al que se adapta al sistema científico y al sistema industrial, de acuerdo con mi gran tratado filosófico.

Esta clasificación procede, de hecho, de acuerdo con la generalidad decreciente y la energía creciente de nuestras diversos medios de expresión, que se al mismo tiempo se han vuelto cada vez más técnicos. La serie estética que, en su término superior, estaba directamente vinculada a la serie teórica, llegará así, por su extremo inferior, a unirse inmediatamente a la serie práctica, conforme a la verdadera posición intelectual del arte, entre la ciencia y la industria. Al volverse menos general y más técnico, el arte, aunque siempre relativo al hombre, se relaciona menos directamente con nuestros atributos más eminentes, y tiende más hacia la naturaleza inorgánica, para expresar preferiblemente la mera belleza material.

Para constituir una jerarquía estética que cumpla todas estas condiciones de clasificación, es necesario colocar a la cabeza, como base para todos los demás, el arte más general y menos técnico, la poesía misma. Aunque sus propias impresiones son las menos enérgicas, su dominio es, por supuesto, el más extenso, ya que abarca toda nuestra existencia, personal, doméstica y social. Al igual que las artes especiales, retrata nuestros actos, y especialmente nuestros sentimientos, con preferencia a nuestros pensamientos; pero, sin embargo, sólo puede ejercerse también hacia nuestras concepciones más abstractas, sin limitarse a su mejor formulación y proponiendo embellecerlas. Es, en el fondo, más popular que cualquier otro, primero en virtud de esta aptitud más completa, y luego por la naturaleza de sus medios de expresión, inmediatamente extraídos del lenguaje habitual, que a la vez lo hace inteligible para todos. La versificación es, sin duda, indispensable para toda poesía verdadera, pero no constituye un arte especial. A pesar de su forma distinta, el lenguaje poético no es nunca más que una simple mejora del lenguaje vulgar, del cual sólo se diferencia por mejores fórmulas. Su parte técnica se reduce a la prosodia, que todos pueden aprender fácilmente en unos pocos días de ejercicio. Esta conexión con el lenguaje universal es tan íntima que el genio poético nunca ha podido hablar con éxito un idioma muerto o extranjero. Además de tener más generalidad, espontaneidad y popularidad, el arte por excelencia también es superior a todos los demás, en cuanto a su función característica común, la idealización. Es el que más idealiza, al mismo tiempo que imita menos. En estos diversos aspectos, el arte poético siempre domina a las otras artes, y su preeminencia solo prevalecerá, ya que las predilecciones estéticas se concentrarán sobre todo en la idealización, sin dar demasiada importancia a expresión. Las artes especiales no la superan, de hecho, más que bajo este último aspecto, presentando con más energía los temas que les convienen, pero que toman casi siempre de la poesía.

Este primer término estético puede facilitar la clasificación de otros, que se disponen espontáneamente según su propia afinidad hacia él. Primero debemos distinguirlos de acuerdo con el sentido al que se dirigen, y el orden artístico estará así en conformidad con el que los biólogos han consagrado, desde Gall, entre los sentidos especiales, de acuerdo con su sociabilidad decreciente. Tenemos solo dos sentidos que son verdaderamente estéticos, el oído y la vista, los únicos capaces de elevarnos a la idealización. Aunque el sentido del olfato es de naturaleza bastante sintética, es demasiado débil en el hombre para incluir los efectos del arte. Nuestros dos sentidos estéticos corresponden a los dos modos de nuestro lenguaje natural, tanto vocal como mímico. El primer sentido no proporciona más que el arte musical, mientras que el segundo, menos estético, incluye las tres artes relativas a la forma. Éstas son más técnicas que aquella y su dominio es menos extenso, al mismo tiempo que se alejan de la fuente poética, con la que la música permanece confundida por mucho tiempo. Podemos así distinguir al primer arte como dirigiéndose a un sentido cuya función es involuntaria, lo que contribuye en gran medida a que las emociones sean más espontáneas y profundas, pero menos determinadas, que cuando uno no puede verse afectado a pesar de sí mismo. Finalmente, esta diferencia todavía corresponde a la que existe entre el tiempo y el espacio, los principales campos respectivos del arte de los tonos y las artes de la forma, ya que uno expresa sobre todo la sucesión y los otros la coexistencia. En todos estos aspectos, la música es sin duda la primera de las artes especiales y el segundo término de nuestra serie estética. Aunque cierta pedantería interesada exagera enormemente las necesidades técnicas, requiere menos que las otras tres un aprendizaje particular, ya sea para gustar o incluso para producirse. Entonces, en todos los aspectos, es más popular y más social.

En cuanto a las tres artes que abordan, por formas simultáneas, al sentido cuyo oficio es sobre todo voluntario, el mismo principio jerárquico asigna el primer rango a la pintura, y el último a la arquitectura, colocando entre ellas a la escultura. La pintura desarrolla sola todos los medios de expresión visual, uniendo el poder del color al del dibujo. Su dominio, sea privado o público, es más grande que el de las dos últimas artes. Está más cerca de la poesía, a la que tanto se ha comparado. Aunque la habilidad técnica sea más indispensable y más difícil que en la música, comprime menos el impulso estético que la escultura y la arquitectura. Entonces, estas últimas artes son las que menos idealizan e imitan más. Finalmente, la arquitectura es aún menos estética que la escultura. Los procesos técnicos se vuelven preponderantes y la mayoría de sus producciones deben considerarse más como industriales que artísticas. Casi limitada a la belleza material, expresa la belleza moral sólo mediante artificios a menudo equívocos. Pero la permanencia y la energía de sus propias impresiones siempre la mantendrán en las filas de las bellas artes, especialmente tratándose de grandes edificios públicos, que constituyen la fórmula más imponente de cada fase social. Hasta ahora, nada ha caracterizado este alto destino como esas admirables catedrales donde, en su idealización monumental de los sentimientos propios de la Edad Media, la arquitectura había realizado tan dignamente su aptitud natural para combinar todas las bellas artes en una sede común.

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