Columnas

Una casa, y verter todo en ella

Una casa, y verter todo en ella

25 junio, 2013
por Oscar Ramírez | Twitter: Oo_inc

 

Eso fue lo que hizo Gerrit Thomas Rietveld al desarrollar su ópera prima y, también, la casa donde murió, un día como hoy pero de 1964. Sí, justo el día del natalicio de Antonio Gaudí y, apenas, uno después de su cumpleaños. El ebanista-arquitecto, nacido en Utrech, Paises Bajos, fue el primero en estar convencido de que una escala pequeña no hace mínima una obra, sus partes la pueden hacer inmensa. Esa idea la materializó en una casa, ahí mismo en su ciudad natal, la casa Rietveld-Schröder.

Pero ¿qué hace que Gerrit construya la obra que lo haría más famoso?,  ¿tendría conocimiento de que así sería? Seguro que no. Thomas tenía 36 años cuando inició el proyecto y, para esas fechas, ya había realizado mobiliario y dominaba el tema de la ergonomía en sus objetos. Es necesario asumir que era de su dominio el mínimo de centímetros cuadrados que podría ocupar una persona al realizar una actividad: leer, cocinar, dormir, guardar, descansar, etc. Se puede pensar, entonces, que la casa fue la oportunidad de poner en práctica sus habilidades.

Para diseñar este edificio, la casa Rietveld-Schröder, Gerrit Thomas descargó toda su intelectualidad e intención acumulada, fue una magnífica oportunidad para incluir el discurso del movimiento De stijl y, también, el compromiso de idear los límites y divisiones que requería su cliente.

El detonante se llamaba Truus Schröder, una viuda de 33 años que, al momento de encomendarle la obra a Rietveld, tenía tres hijos, un varón y dos niñas; buscó que la casa fuera el conductor y medio en la educación de sus hijos.

Trabajó con ella la idea durante seis meses antes de que la casa tomara forma. Tuvieron que transcurrir otros tantos para completar el proyecto. Cuando Truus y sus hijos entraron a la casa en la navidad de 1924, ésta no estaba terminada ni mucho menos habitable. Gerard van de Groenekan, el ebanista ayudante de Rietveld, se instaló en la casa durante meses para poder trabajar ininterrumpidamente en el acabado de los muebles según las instrucciones de Rietveld y Truus. Para ésta, su primera obra arquitectónica, todo, absolutamente todo, fue pensado y con un motivo. La sobreabundancia de inventos y trucos imaginativos es vertiginosa y casi agobiante.

Simplifica, explica y anuncia la relación misma que tenían y que mantuvieron: la obra para su amante. La casa se desarrolla en dos plantas con una cubierta plana. La planta baja alberga el vestíbulo, un pequeño estudio, un estudio-taller, una cocina-comedor y la habitación de servicio.  Al centro de la casa, un cubo -que en la cubierta contiene un lucernario- inmediato al acceso principal, contiene la escalera hacia el primer nivel. El cuarto escalón –pintado de azul- es una pausa, un espacio donde se ubicó el teléfono y una particular cajonera dividida en cuatro partes con una banca que completa la función de ese espacio intermedio, de transición. La circulación se apunta a la derecha y es por medio de un ingenioso sistema donde una breve perilla se acciona hacia abajo para que una puerta-muro, de color amarillo, anuncie los siguientes escalones en color negro. Una escalera helicoidal conduce al primer y más íntimo nivel de la casa.

El primer piso está detallado y resuelto al uso de la incompleta familia: un espacio libre, apenas diáfano, por la actividad que se pudiera realizar allí. Las habitaciones, comedor y cocina se subdividen al antojo de sus ocupantes. Fue concebido para ser un lugar donde todo se oculta y se descubre mientras se divide. Supone que durante el  día es un espacio para todos; a medida de la jornada, se pudiera subdividir y propiciar la privacidad necesaria para cada actividad.

El concepto de una casa para Rietveld, dentro del entendido concepto de familia de aquella época, fue así: un espacio onírico, comunal, íntimo y cómodo. Se sobrentiende el control -todo visible- libre de escondrijos y de elementos que obstaculicen la vista hacia el exterior. Una sutil barrera divisoria entre lo cubierto y privado a un paisaje, público y natural.

Por un lado, está de más saber que la casa Rietveld-Schröder fue un proyecto realizado a partir del romance entre un hombre y su cliente, es de suponer los desvelos que ello le produjo, pero, por otro lado, no está de más saber que la planta baja estaría destinada para él y su estudio.

* Oscar Ramírez (Ciudad de México, 1978) es arquitecto por la UNAM

Artículos del mismo autor

ARTÍCULOS RELACIONADOS