Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
16 noviembre, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
A mediados del siglo XVIII se abrió en Berlín el cementerio de las parroquias de Dorotheenstadt y Friedrichswerder. Entre otros, ahí están enterrados Johann Gottlieb Fichte y Herbert Marcuse, Bertold Brecht y Karl Friedrich Schinkel. El 16 de noviembre de 1831, ahí enterraron a Georg Wilhelm Friedrich Hegel, que había muerto un par de días antes, en su casa. Una epidemia de cólera azotaba Berlín y Hegel y su familia salieron de la ciudad para evitarla. A principios de noviembre tuvo noticias de que la epidemia había pasado y regresaron a la ciudad. El jueves 10 de noviembre de 1831, Hegel dio una conferencia como parte de sus clases. Todavía el sábado volvió a la universidad. El domingo 13 empezó a sentirse mal y llamaron al médico. Pasó muy mala noche. El lunes 14 lo visitó de nuevo el doctor. Su salud había empeorado gravemente. Murió ese mismo día. En su biografía de Hegel, Terry Pinkard escribe:
El 16 de noviembre, el funeral se convirtió en una procesión masiva. El carro que llevaba el cuerpo de Hegel fue seguido por una gran multitud de alumnos y seguidores de toda la ciudad. Incluso quienes se oponían a sus ideas fueron sacudidos por la noticia de su muerte repentina e inesperada. Su amigo y colega Philiipp Konrad Marheineke, teólogo y nuevo rector de la universidad, fue elegido para dar la bendición en el Gran Salón de la universidad y Friedrich Förster fue elegido para dar un discurso ante la tumba.
Lawrence Stepelvich dice que desde aquel momento, ante la tumba del filósofo, sus discípulos se dividieron, como uno de ellos dijo, entre los que cavaban tumbas y los que construían monumentos —después unos serían llamados los jóvenes y otros los viejos hegelianos o los de izquierda y los de derecha: estos construyen, aquellos, deconstruyen.
La tumba y el monumento son los únicos casos en los que, según Adolf Loos, la arquitectura es indudablemente una forma de arte. ¿Qué hace a la tumba, se pregunta Michel Serres, el cuerpo que yace enterrado o la piedra que marca el lugar donde se encuentra? Sin muerto, la piedra es sólo una piedra que no dice nada; sin lápida, el muerto se olvida. Sin muerto, la pura piedra es el grado cero de la arquitectura, casi una escultura: lo que Hegel llama arquitectura independiente o simbólica. La piedra se refiere a sí misma como marca que marca el lugar en el que se encuentra. Un paso más allá de la pura piedra está la lápida y todas sus variaciones, incluyendo la pirámide. En su Estética Hegel dice que “una transición específica de la arquitectura independiente a una que sirve algún fin más allá de sí misma puede buscarse en aquellos edificios que son erigidos como mausoleos, sean subterráneos o en superficie.” En la Fenomenología del Espíritu, Hegel de “los cristales de pirámides y obeliscos: simples combinaciones de lineas rectas y superficies planas con las mismas relaciones entre sus partes,” y dice que “debido a la naturaleza inteligible puramente abstracta de la forma, la obra no es en sí misma su verdadero significado.” De nuevo en la Estética escribe que “las pirámides ponen ante nuestros ojos el simple prototipo del arte simbólico; son prodigiosos cristales que ocultan en sí mismos un significado interior y, en tanto formas externas producidas por el arte, envuelven ese significado de manera que es obvio que están ahí por su significado interno, separado de la pura naturaleza y sólo en relación a ese significado.” En las pirámides, sigue Hegel, “todo su significado proviene del muerto que encierran; en cuanto a la arquitectura, que hasta el momento tenía su propio significado en cuanto tal, pierde su independencia y se hace utilitaria.” Como explicó Jacques Derrida en su ensayo El pozo y la pirámide, para Hegel esa doble estructura arquitectónica —la tumba y el monumento, la cámara mortuoria escondida dentro de la pirámide— revela su concepción del signo: la pirámide, que ha dejado de ser arquitectura independiente, tiene sentido en cuanto se refiere al cuerpo que encierra: el cadáver del faraón que, a su vez, tiene sentido por el alma que lo animó y así, en un juego incesante de referencias.
En la estética hegeliana, la arquitectura dibuja un arco que se tiende de la pura forma que sólo se refiere a sí misma y que casi no se diferencia de la escultura, al edificio utilitario cuyo sentido depende no tanto de lo que dice sino de lo que hace o de lo que ahí puede hacerse, pasando por el edificio simbólico: la tumba y el monumento.
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