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Tres cuartos de mapa de la capital, en escala de grises

Tres cuartos de mapa de la capital, en escala de grises

3 abril, 2015
por Pablo Martínez Zárate | Instagram: pablosforo

Tres cuartas partes de una de las manchas urbanas más extensas del mundo es mucho decir —claramente ni una cuarta parte de la capital mexicana cabe en una película—. Pero el esfuerzo, o mejor dicho el guiño cinematográfico, es notable. Hablo aquí de Güeros, ópera prima de Alonso Ruizpalacios.

La historia narra la visita de un adolescente a la capital, luego de que su madre confesara su incapacidad para lidiar con él. El muchacho, Tomás, se queda con su hermano el Sombra y su amigo Santos, quienes pasan la mayor parte de su tiempo en su departamento ubicado en un multifamiliar cercano a Ciudad Universitaria. La huelga de la UNAM en 1999 los aprisiona en un letargo insano del que sólo Tomás puede sacarlos.

Así, la verdadera aventura comienza con la salida, por la fuerza, de los tres personajes del apartamento. Huyen perseguidos, digamos, por la sombra de su conchudez, de su falta de responsabilidad y convicción. Sombra regordeta y fachosa, valga decir. El hilo conductor —el que los conduce por la capital más antigua del continente americano— es la agonía de las canciones de nostalgia, es decir, la noticia de que el cantautor que su difunto padre les mostró en la infancia, único lazo con el fantasma de su progenitor y que Tomás sigue escuchando con la misma ilusión, se encuentra enfermo en algún hospital de la gran urbe. Impulsados por el precoz Tomás, quien no suelta su cámara fotográfica y su walkman, irán de un lado a otro en busca de la sombra de Epigmenio Cruz cuya música, según les dijo su difunto padre a Tomás y a Fede (Sombra), hizo llorar al mismísimo Bob Dylan.

La búsqueda los lleva a distintos rincones del valle (Sur, Poniente, Centro, Oriente, además de Ciudad Universitaria). En estos parajes, los protagonistas se hacen una pregunta recurrente: “¿Dónde estamos?” Y siempre la misma respuesta: “En la Ciudad de México.” La diversidad del valle queda ilustrada en este viaje de película: un huerto urbano al fondo de las barrancas de Santa Fe, donde los protagonistas roban zanahorias; un suburbio en el todo envolvente gris del tabicón, donde un bloque de este material termina por reventar su parabrisas; una noche desierta en una zona de tianguis, cuando las calles son transitables pero nadie las camina más que los invisibles (en este caso, un migrante salvadoreño); una calle del centro bloqueada por una marcha, cotidianeidad infernal para quienes no ven más allá del volante de su automóvil.

“En la Ciudad de México”, responden una y otra vez, confirmando el set laberíntico que se extiende hasta los meandros más profundos de la imaginación. Ciudad de ciudades, ciudad universo, escenario inagotable donde caben todas las historias. Tal vez cabría preguntar: ¿por qué no incluyeron el norte de la cuenca —única región cardinal no trabajada— en el plan de rodaje de esta película-mapa? Quizás al grupo consultor de Ruizpalacios, los Citámbulos, no les alcanzaron los ojos claros y el espíritu turista para explorar este punto cardinal. Tal vez, por el contrario, fueron el mismo Ruizpalacios y su coguionista, Gibrán Portela, quienes no vieron en los suburbios norteños un pretexto narrativo para completar su historia. Probablemente sí estuvo en el plan de rodaje y quedó fuera del corte final. Lo que es seguro, y no tiene mucho que ver con la película (¿o sí) es que después de una reciente de excursión por la Sierra de Guadalupe para un documental que realizo con un amigo fotógrafo, me atrevo a decir que el norte de la ciudad refleja con fidelidad el estado actual de las problemáticas urbanas, además de ofrecer paisajes urbanos únicos (lo mismo que su opuesto, el sur profundo de Xochimilco).

Más allá de esto, los méritos de la película hablan por sí mismos (fue la película mexicana más premiada en el circuito internacional de festivales durante 2014). Por enlistar algunas fortalezas: guión humano y cercano a la gente, personajes complejos pero entrañables, género abierto al incluir arcos narrativos que trascienden la fácil catalogación de comedia y el humor burdo de tantas cintas mexicanas, cinematografía pulcra y exigente en sus composiciones y movimientos, elección musical y diseño sonoro alucinantes que expanden el espacio de la imagen a zonas insospechadas de la psique del espectador.

Y, lo que realmente nos interesa en esta pequeña reseña, la película tiene una potencia cartográfica que se sostiene sobre las bondades anteriores y otras tantas más que la hacen una de las cintas más originales del cine mexicano actual. Esas tres cuartas partes de la ciudad (sur, oriente, poniente, centro y CU) se representan a partir de una función de sinécdoque: con las pocas tomas de cada área elegida, nos muestran rincones poco habituales de la ciudad, más allá de lo pintoresco y la estampa turística, que nos acercan a la esencia del espíritu milenario que define a la Ciudad de México. Finalmente, el blanco y negro; en una entrevista Alonso Ruizpalacios aseguró que el blanco y negro ayuda a situar a una película más allá de un tiempo específico. Él y Damián García, el cinefotógrafo, lo lograron: las contradicciones temporales de la película pasan desapercibidas o son tolerables, y es así una sensación de universalidad lo que prevalece a lo largo de sus 106 minutos, logrando que ésta sea, apenas a un año de su estreno en Berlín, ya un clásico del cine sobre la Ciudad de México.

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