Gobierno situado: habitar
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20 junio, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El taller de Alberto Kalach se encuentra en la colonia San Miguel Chapultepec. En una vieja casa, construida por el ingeniero Cota en 1949. La casa está en la esquina en que las calles de Alumnos y General Juan Cano tocan la avenida Constituyentes, frente a Chapultepec. Mesas de trabajo, grandes maquetas de distintas escalas y de proyectos terminados, en curso o que se han quedado así, en maqueta y plantas —vegetales no arquitectónicas—, muchas plantas, llenan el espacio. Por una escalera de acero se sube, dos niveles arriba, a la azotea, que también está llena de plantas. Una estructura de madera y vidrio es el taller de Alberto. Desde ahí se puede ver todo alrededor: casi sólo copas de árboles que se juntan con el follaje de esa azotea más verde que las que hoy, casi por moda, se etiquetan de ese modo. Así, desde la modesta altura de un tercer piso, la ciudad parece mucho más verde de lo que nos han hecho creer. Hablamos del tema de este número: exceso de capacidad, un concepto en principio económico y administrativo del cual se echa mano cuando se produce menos de lo que se podría hacer. Le pregunto a Alberto cómo se puede entender eso desde la arquitectura, si antes hablábamos de restauraciones y luego de rehabilitaciones y hoy, desde la perspectiva ecológica, de reciclajes y reutilizaciones. “Es obvio —me dice—, la arquitectura así funciona: las ciudades crecen orgánicamente”. Toma una hoja de papel y uno de los tantos lápices que hay sobre la larga mesa, y dibuja dos líneas que se cruzan en ángulo recto, un rectángulo alargado en uno de los cuadrantes que se forman y, dentro, otros rectángulos más pequeños, dispersos, pegados al borde y que rellena con el lápiz: “Neza, una trama urbana regular que se fue ocupando poco a poco hasta llenarse, primero en planta baja, con un nivel, y luego hacia arriba, hasta alcanzar dos, tres o más niveles. Es lo que tiene que pasar. Como aquí” —y señala el estudio de madera y cristal en el que nos encontramos.
“La ciudad, que en promedio no sobrepasa los dos pisos, podría crecer muy fácilmente con estructuras ligeras como ésta. No costó más de cien mil pesos: esto, lo de allá y las escaleras para subir acá. No se necesita ni siquiera un arquitecto para hacer esto”, aunque es evidente que en las decisiones para construir ese tercer nivel intervino uno que combina la atención al detalle con la claridad constructiva y el gusto por las plantas: Alberto Kalach. “Esto lo construyó mi maestro carpintero en unas semanas. Se impermeabilizó bien y levantamos el piso de madera que no toca la azotea, para evitar humedades. Cuando subí a verlo ya casi terminado, se movía todo, era demasiado ligero. Le agregamos esos estantes que sirven para poner libros y además le dan rigidez. Es como un mueble: está a la mitad entre un mueble y arquitectura. Así se podría crecer fácilmente la ciudad, en una tercera parte, sin necesidad de seguir yendo a las periferias”. Parece una buena idea, pero —le pregunto— ¿tenemos los conocimientos, el saber hacer técnico, para poder construir eso? ¿No tiene cada vez peor calidad la construcción popular? Si, pero habría que enseñarlo en las escuelas, como en Estados Unidos. Allá les enseñan carpintería, a soldar, a armar cosas. También eso se podría hacer acá y ayudaría para que se construyera mejor. Además, habría que poner plantas en las azoteas”, agrega —no cabe duda que predica con el ejemplo. “El setenta por ciento de la ciudad son azoteas. La ciudad cambiaría por completo si fueran espacios con plantas y se pudieran además recorrer. Se pueden hacer incluso recorridos a través de azoteas conectadas, lo cual le sumaría otro nivel a la ciudad. Eso, y construcciones ligeras en los últimos pisos, la cambiarían radicalmente”.
Ha comenzado a oscurecer y los mosquitos a atacarnos, pero la puerta sigue abierta y el clima de final de verano fresco, perfecto. Sobre Constituyentes, a una cuadra de donde ahora nos encontramos, estuvo su oficina por más de nueve años y ahora se construye un edificio de ocho niveles con vista al Bosque de Chapultepec, diseñado por él mismo y que fue en principio el origen y motivo central de esta conversación. Le pregunto, insistiendo en lo que yo supongo será el tema de este número, si ese edificio se puede entender también como una manera de aprovechar el exceso de capacidad. “No sé —me responde, y luego rectifica—: de alguna forma sí”. Constituyentes bordea el lado sur de Chapultepec, de oriente a poniente, en sus tres secciones. Del lado oriente, empieza en avenida Chapultepec, casi a la misma longitud que el Paseo de la Reforma, y en el oriente entronca de nuevo con Reforma en el punto donde empieza la carretera a Toluca. Si a lo largo de Reforma hay, al cruzar el bosque, museos, teatros y hoteles y luego, en las Lomas de Chapultepec, lujosas casas, en Constituyentes parece que no todos se han dado cuenta de la importancia y el valor del gran parque. Hay algunos edificios altos a lo largo de la avenida, pero pocos aprovechan esa condición privilegiada: las casi setecientas hectáreas de áreas verdes, lagos, museos y zoológico en la acera de enfrente. El edificio que construye Kalach la aprovecha, además de hacerlo también con la no fácil forma del terreno triangular. Dos grandes muros de concreto se levantan a las colindancias, dejando abiertas las avistas hacia el sur y hacia el norte. “Cuando llegamos ahí —a su antiguo taller—, en la parte trasera había una bodega llena de revistas pornográficas. Luego nos enteramos de que en la parte de enfrente estaban las locaciones para las sesiones fotográficas. Así que el taller ya tenía su buena historia. Todo tiene historias”, me dice. “Después de un tiempo nos cambiamos acá y nos convencimos de la posibilidad de hacer ahí ese proyecto. Es cierto: es un sitio desaprovechado. Habría que construir más alto y con vista al Bosque. Además, esos terrenos están al norte de la San Miguel Chapultepec, así que ni siquiera molestan con su sombra a los vecinos. Al contrario. La ciudad de México tiene la estructura de Tokio —sigue Alberto—: núcleos urbanos con vida de barrio rodeados por grandes avenidas. Allá el trazo es más orgánico y acá más ortogonal, pero es muy parecido. Sólo que allá esos barrios están rodeados por torres que sirven de barrera entre las avenidas y los centros urbanos. Al borde están los comercios importantes, las oficinas, los hoteles, todo a escala metropolitana. Hacia el centro la escala baja es más local y la vida más tranquila. Es muy lógico. Aquí podría ser igual”.
Entonces, pregunto, es evidente que la ciudad de México tiene un excedente de capacidad: pese a ser una gran metrópoli con casi 20 millones de habitantes, el espacio urbano realmente está desaprovechado: podría concentrarse más y de una manera más eficiente. Claro —me dice, subrayando con el tono la obviedad de mi pregunta. El tema es cómo hacerlo, cómo hacer de ésta una ciudad que aproveche mejor sus condiciones. Pienso que hay cuatro estrategias principales en distintas escalas. Primero, aprovechar los vacíos urbanos a gran escala, esos que puedes ver en una foto aérea. No se trata de llenarlo todo, sino de entender cómo se pueden aprovechar. Segundo, consolidar terrenos: hay muchos terrenos públicos que no están bien aprovechados. Muchos se ubican a lo largo de líneas del metro o de calles principales, en zonas céntricas y con todos los servicios. En ambos casos, en los vacíos urbanos y en esos terrenos consolidados, se podrían construir torres medianas o hasta de 15 o 20 pisos, con vivienda de interés social y medio, cercana a esos servicios, en vez de seguir construyendo cada vez más lejos. La tercera estrategia es ésta —y vuelve a señalar el estudio en el que nos encontramos—: estructuras ligeras sobre construcciones existentes: sumarle a la ciudad un treinta por ciento extra de manera fácil, rápida. La última manera es incidiendo en el cambio en algunas zonas. Por ejemplo la Doctores: es una colonia céntrica, con todos los servicios, cercana a medios de transporte. No debiera resultar difícil sentar en una mesa a los dueños de los edificios y los terrenos de esa colonia y a inversionistas interesados en transformarla y lograr que se pongan de acuerdo. Sólo habría que regular que eso se dé de la mejor manera para que ganen quienes ahí viven, quienes ahí inviertan y la ciudad entera. Habría una quinta estrategia —agrega—: construir bien en la periferia, eso no va a parar, pero se puede hacer bien y se pueden hacer cosas que la misma gente construya de manera rápida y simple, usando block de concreto y sobre todo madera, que es un material ligero y renovable.
Cuando terminamos de conversar ya es de noche. Desciendo por la misma escalera que subí. Alberto me acompaña y me hace salir por una puerta. Camino un par de cuadras, en lo que yo supongo que es la dirección correcta hasta que veo que ninguno de los nombres de las calles que cruzo corresponde a los que leí en mi camino hacia su taller. La puerta por la que entré está en la calle de Alumnos, por la que salí en la de General Cano. Hasta entonces me di cuenta. Regresé sobre mis pasos y volví a ver la casa donde está el taller de Alberto Kalach rebosando de plantas, ahora pardas al anochecer, frente a Chapultepec y a unos pasos de donde pronto concluirá ese nuevo proyecto.
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