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Todo diseño es política

Todo diseño es política

6 mayo, 2019
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

“¿Es correcto culpar al diseñador por la realidad política en la que trabaja?” Eso se preguntaba hace poco en un artículo Sean Griffiths al hablar del debate reciente en redes sociales sobre el trabajo sin remuneración alguna de muchos estudiantes y arquitectos jóvenes en reconocidas oficinas. “Algunos creen que las condiciones sociales bajo las cuales se crea una obra de arquitectura están intrínsecamente incrustadas en su realidad material y por tanto son parte de su significado.” Para Griffiths no, pues entre otras cosas, concluía que “no sólo la ética y la estética son campos autónomos sino que la segunda no puede ser circunscrita por la primera.” Por supuesto, la visión de Griffiths, además de anacrónica al suponer que el trabajo del arquitecto o el diseñador no es más que hacerse cargo de la parte “estética” de un edificio o de un objeto, no es sino una coartada para asegurar la supuesta independencia del diseñador respecto a las condiciones políticas que hacen posible sus acciones, una independencia utilizada siempre a conveniencia del diseñador o arquitecto que la proclama. Tres libros recientes plantean exactamente lo contrario.

En Politics of the everyday, Ezio Manzini, profesor de diseño en el Politécnico de Milan y la University of the Arts de Londres, plantea la relación entre la innovación social y las comunidades en que se genera y a las que afecta, para bien o para mal, dicha innovación. Define la “innovación social” como “un cambio en el sistema técnico-social cuya naturaleza y resultado también tienen un valor social, con la doble connotación de ser una solución a problemas sociales y una (re)generación de bienes comunes físicos y sociales.” Manzini por otro lado define al diseñador como “cualquier sujeto, sea individual o colectivo, en el momento en que conscientemente interviene en el mundo, lo que significa que está consciente de sus propias intenciones y del campo de posibilidad disponible para estas.” El diseño es parte de una conversación colectiva que busca generar cambios tanto en la conversación como en la colectividad pasando del “modo convencional” —el de las tradiciones— al modo de diseño, que es el modo de la innovación. “Diseñar siempre implica hacer elecciones de valor.” Y si bien el diseñador no es “culpable” por la realidad política en la que trabaja —como se pregunta Griffiths—, sí es responsable de lo que hace en y con esa realidad: “el diseñador nunca es externo al sistema en el que actúa o, en resumen, el diseño diseña a su diseñador.”

Friedrich von Borries es arquitecto y profesor de teoría del diseño y práctica curatorial en la Escuela de Artes Visuales de Hamburgo. Su libro, recién traducido al español, Proyectar mundos, una teoría política del diseño, plantea la diferencia entre lo que califica como un diseño que proyecta (entwerfend, en alemán) y otro que somete (unterwerfend), que tal vez también podríamos entender como un diseño que nos libera en tanto sujetos y otro que nos sujeta. “El diseño crea libertad, posibilita acciones que con anterioridad no eran posibles —dice von Borries—, sin embargo, al crear nuevas condiciones, también limita el espacio de posibilidades.” Dicho de otro modo, las condiciones que crea el diseño para liberarnos, proyectando, pueden terminar condicionándonos de nuevo, esto es, sometiéndonos y restando libertad a nuestras acciones. “Esa dicotomía inherente al diseño —agrega— no es sólo una libertad creadora, sino política.” Así, la diferencia entre un buen diseño y uno malo no es meramente funcional o estética —entendida la estética en un sentido muy limitado— sino que es la diferencia entre un diseño que proyecta y emancipa o libera, el bueno, y otro que somete y restringe posibilidades de acción, el malo. Algo más: “todo diseñador puede decidir si es activo de manera proyectante o sometiente”, es decir, qué tipo de diseño realiza y para quién lo realiza. En resumen, para von Borries “todo diseñador es responsable de lo que crea”.

Mike Monteiro es director de diseño en Mule Design y su libro más reciente lleva por título Ruined by design, how designers destroyed the world, and what we can do to fix it. Monteiro trabaja en el diseño de interfases y la experiencia de usuario en la red, entre otras cosas, y por tanto sabe cómo ese tipo de diseño, el aparentemente más inmaterial de la familia, afecta nuestras decisiones, determina nuestro comportamiento y, quizá lo peor de todo, expone nuestras creencias y maneras de pensar al mejor postor sin nuestro consentimiento explícito —aunque todos hayamos dado click al “acepto” sin hacernos demasiadas preguntas. “Diseñar es un acto político,” dice también Monteiro, “lo que decidimos no diseñar y, más importante, a quienes decidimos excluir del proceso de diseño, también son actos políticos.” Y eso lo sabe cualquier arquitecto o diseñador, incluso cuando afirman no tener ninguna posición política. “Saber esto e ignorarlo —dice Monteiro— también es un acto político, aunque uno que demuestra cobardía.” En una época en la que el diseño de un simple algoritmo redefine nuestra noción de privacidad y, según parece, puede entre otras cosas afectar el resultado de una contienda electoral, Monteiro, coincidiendo con von Borries, afirma que “el diseñador es responsable del trabajo que pone en el mundo.”

¿Es correcto culpar al diseñador por la realidad política en la que trabaja? La palabra incorrecta aquí es culpa, al sugerir una relación causal y unívoca entre el diseñador y su realidad política y, en consecuencia, exonerar al diseñador o al arquitecto de cualquier responsabilidad. Pero los tres libros aquí comentados —entre otros tantos más— argumentan que el problema está en reducir el diseño a la mera dimensión estética de los objetos —ya de por sí entendida, como se dijo, de manera muy limitada— y así construir una coartada para negar cualquier responsabilidad política del diseñador o el arquitecto y no asumir que, finalmente, si defendemos la capacidad del diseño para transformar el mundo, hay que asumir con ello que todo diseño es política.

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