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Tijuana provocadora. Tranfronteridad y procesos creativos

Tijuana provocadora. Tranfronteridad y procesos creativos

10 diciembre, 2013
por Norma Iglesias Prieto

Para algunos, la frontera —materializada en el muro metálico— es una barrera impenetrable que puede incluso costarle la vida a quien intenta cruzarla. Para otros, la frontera, aunque produce tensión, implica simplemente un trámite que quita tiempo en su rutina diaria de circulación en ambos países. Así, la frontera México-Estados Unidos, como espacio de demarcación geopolítica, con su variedad de formas legales y condiciones socioculturales, se construye y reconstruye todos los días. La multiplicidad de experiencias alrededor de la demarcación, conforma y redefine las dinámicas de este complejo y cambiante espacio fronterizo o borderland; marca también la forma en la que cada sujeto vive y narra su experiencia.

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FT

La localización de la frontera México-Estados Unidos y el potencial creador

Todos los seres humanos tenemos la facultad creativa, pero las condiciones de vida, el entorno social y, sobre todo, los retos que éstos suponen, intervienen en la forma en la que esta facultad se inhibe o se potencia. De acuerdo con José Gordillo, la creatividad no es una fórmula sino la más alta facultad del pensamiento [y el hacer] humano. Ésta se expresa en el ser humano cuando frente a lo imprevisto y a la carencia asume una actitud inteligente y supera las limitaciones de los medios y del entorno. De esta forma, la creatividad se convierte en la dignidad del ser humano porque, al ponerla en práctica con el trabajo (como medio de vida), transforma el entorno y la condición social, devolviéndole al individuo la satisfacción vital de sentirse y ser un diseñador integrado al ambiente.

En Tijuana, sus dinámicas socioculturales y sus múltiples conflictos y tensiones parecen sugerir que su increíble potencial creador está vinculado con sus altos niveles de precariedad, pero sobre todo acompañados de altos niveles de ingenio para enfrentarlos. Desde luego que su potencial creador está vinculado también con los enormes niveles de desigualdad entre Tijuana y San Diego, así como con los del interior de la misma ciudad de Tijuana en donde conviven y se confrontan la riqueza y la pobreza extrema. Este potencial de la ciudad está vinculado además con los múltiples niveles de inclusión/exclusión y expulsión que evidencian la gran inequidad e injusticia social en la que estos sistemas se sustentan, como también con la enorme asimetría de poder que se experimenta entre México y Estados Unidos y que permea toda actividad cotidiana. (…)

Todo ello, potencia su capacidad creativa y su espíritu emprendedor. Por ello, Tijuana es un lugar que fomenta y atrae a artistas y a intelectuales, ya que constantemente nos vemos desafiados, cuestionados, inspirados, sacudidos y provocados. Sabemos que la creatividad no es una virtud innata del artista, no se trata de un superdotado, sino de sujetos que han ejercitado y desarrollado cotidianamente su potencial creador a través de su práctica artística y su accionar ciudadano. Como han señalado Ruth Estévez y Lucia Sanromán, la práctica artística es una forma privilegiada de reflexión generativa [que] no está relacionada con la unicidad del artista como individuo, sino con las posibilidades que ofrece el arte como un lenguaje históricamente construido para nombrar, para describir, [para cuestionar] aquello que está más reprimido —aquello que limita y condiciona no sólo nuestro comportamiento en sociedad, sino nuestra concepción entera del ser. El arte puede accionar la posibilidad de hacer presente lo inadvertido, de transformar nuestra mente; mientras que anticipa y reconoce su imposibilidad como acción doble de conseguir una transformación política en el aquí y ahora. (…)

Tijuana, en su condición de frontera, se asienta como locación inspiracional, como musa, como estudio y como sitio que provee temas, materiales y estilos pero, sobre todo, como espacio geográfico y simbólico que permite articular las múltiples condiciones en las que se crea. Estas mismas características generan que la práctica creativa se experimente como mecanismo de resistencia a las diferentes formas y niveles de control, a los modelos económicos y de generación de la riqueza, así como a las rígidas nociones de Estado Nación, ciudadanía y frontera. Las prácticas creativas se viven también como procesos curativos y de afirmación individual y social en un entorno marcado profundamente por la desigualdad, la inequidad, el abuso de poder y ahora también por la inseguridad y la violencia extrema. Todo ello explica en parte el crecimiento notable de la producción artística en la ciudad, lo que desde luego está vinculado a la expresión de que el arte y “la cultura cura”. (…)

Habría que agregar además que, en Tijuana, las expresiones de creatividad no solo están en museos y en el arte público; también están a la vista de todos, en las múltiples acciones no solo de los artistas, sino en la del ciudadano que a falta de recursos convierte la basura en un objeto útil y en parte de su entorno. Las llantas son cimientos, escalones, bardas o columpios; las puertas de garaje son paredes y techos; los resorte viejos de los colchones son cercos; las latas de cerveza son macetas o materia prima para las caseras antenas parabólicas. Los ejemplos abundan y, en ellos, sustento el postulado de que “la creatividad explica a Tijuana, le da sentido, la rescata, la vuelve honrosa y digna a pasar de ser de facto el patio trasero de Estados Unidos” y su principal proveedor de mano de obra barata y vulnerable.

Los distintos niveles de interacción fronteriza y la práctica artística

Como ya se mencionó, existe un complejo universo de experiencias sociales e individuales que se desarrollan en este borderland y que se derivan de la multiplicidad de prácticas y de relaciones sociales. Con el objeto de caracterizar esta diversidad de experiencias y de condiciones (geopolíticas y simbólicas —fronteridades), he realizado una especie de tipología que muestra, de manera articulada o desarticulada, tres diferentes abordajes conceptuales, prácticas socioculturales y/o identidades sociales en la frontera México-Estados Unidos, particularmente en la de Tijuana-San Diego. Estos abordajes, prácticas e identidades van desde las más sencillas y excluyentes que se respaldan en la justificación y naturalización de la frontera como demarcación, a las más complejas e incluyentes sustentadas precisamente en lo opuesto: en la crítica y el cuestionamiento a la existencia de la frontera como límite y en la necesidad de formar parte de uno u otro lado de la frontera. En cada una de ellas existen diferentes posturas respecto “al otro” soportadas en los diversos niveles y frecuencias de la interacción; en la intensidad, direccionalidad y escala de la actividad que se lleve a cabo en este espacio; en el tipo de intercambio material y simbólico; en el sentido cultural y social de la interacción; así como en el nivel de comprensión, compromiso y sentido crítico con y en “el otro lado” de la frontera. Es importante hacer notar que el término “el otro lado” refiere simultáneamente a categorías de espacio, sociedad y cultura. Los tres tipos permiten distinguir y transitar entre la frontera como espacio de antagonismo y separación, a la frontera como espacio de transición y fusión. En otras palabras, los tipos nos permiten captar las distintas formas en las que se experimenta y se piensa la frontera: como riesgo, como oportunidad o como un tercer espacio sociocultural.

Tipo 1. Lo nacional-fronterizo: La frontera como muro impenetrable que protege o como elemento factual y poroso

El primer tipo de abordaje conceptual, prácticas e identidades sociales en esta frontera se caracteriza por enfatizar la diferencia. Desde la perspectiva de Estados Unidos, se insiste no sólo en marcar las diferencias entre ambos países, sino además en la necesidad de separar, controlar y edificar muros. La dinámica social, cultural y económica de San Diego se experimenta y se orienta hacia la realidad nacional estadounidense y, estratégicamente, niega su carácter fronterizo. Parte de su poder en la relación de asimetría se sustenta justamente en el hecho de negar su carácter fronterizo y su interacción con “el otro”. Por ejemplo, San Diego y sus habitantes operan en su cotidianidad como cualquier ciudad o sujeto norteamericano, ignorando su vecindad con México. (…) Se ve y se refiere al lado mexicano de la frontera como un peligro y un problema, lo que justifica el miedo y la existencia de muros así como los sofisticados procesos de control. Por su parte, esta postura en el lado mexicano de la frontera se asume de manera totalmente diferente, ya que reconoce el hecho de ser la frontera geopolítica con Estados Unidos. Es este hecho precisamente el eje de su identidad y de su carácter urbano-social. Contrario a lo que sucede en San Diego, en Tijuana, gran parte de las actividades económicas que ha desarrollado a lo largo de su historia está totalmente vinculada con el hecho de ser frontera con California, es decir, con la oportunidad que ofrece la vecindad con San Diego. (…) Tijuana no puede imaginarse sin “el otro lado”; la ciudad vecina es elemento vital de su realidad y de sus posibilidades de futuro. El muro, los controles migratorios y la posibilidad o no de acceder al cruce legal, conforman parte de la realidad cotidiana de la ciudad, de sus habitantes y de sus narrativas. “El otro lado” siempre forma parte de la realidad de Tijuana, independientemente de que el sujeto tenga o no acceso legal a ese lado de la frontera. Este tipo de abordaje conceptual, de prácticas e identidades en San Diego se centra en el hecho de negar, ignorar, evadir y controlar al vecino, como también en justificar la separación. En contraste, en el lado mexicano las prácticas se articulan en el hecho mismo de ser una ciudad fronteriza con los costos (por ej., dolarización de la economía) y beneficios (acceso a los mercados de trabajo y de productos) que esto representa.

Tipo 2. La perspectiva binacional: La frontera como oportunidad

El segundo tipo de abordaje conceptual, de prácticas e identidades sociales se sustenta en que ambos lados reconocen y aprovechan el hecho, en mayor o menor medida, de ser una frontera internacional. Se mantiene la premisa de la diferencia, incluso —especialmente desde el lado estadounidense— la necesidad de los muros, los controles migratorios y la separación, aunque se promueve la circulación y la cooperación fundamentalmente a partir del intercambio comercial. Este tipo de abordaje se sustenta en dos principios. Primero, que la frontera constituye una gran oportunidad de intercambio comercial, siempre que se mantenga un cruce regulado y las responsabilidades diferenciadas en cada lado. Segundo, que tiene problemas y retos comunes y que la única manera de resolverlos es trabajando conjuntamente. Se reconocen también las ventajas y la posibilidad de participar en algunas de las actividades socioculturales del “otro lado,” sin que esto cuestione de fondo, ni las identidades, ni la relación de asimetría entre ambos países y ciudades. Al entender a la frontera como una oportunidad o como un reto común, los sujetos suelen incorporar “al otro lado” en sus rutinas de vida o en sus estrategias de colaboración. La práctica más generalizada en este tipo, es que la gente cruce la frontera para comprar, para acceder a servicios médicos o actividades culturales, pero en ningún momento estos espacios e interacciones modifican radicalmente su sentido de pertenencia ni su identidad. Generalmente se asume simplemente como una ventaja de su ubicación geográfica, o como un estilo de colaboración que beneficia a ambas ciudades. A diferencia del primer tipo, en esta perspectiva binacional existe mayor interacción y en muchos casos se incorpora el sentido de corresponsabilidad. Este tipo de abordaje, prácticas e identidades sociales suponen cierto reconocimiento y conocimiento “del otro”, así como la incorporación práctica y discursiva de las nociones de interdependencia e integración. Esta condición fronteriza, reconocida siempre desde el lado mexicano, es ahora compartida, promovida y aprovechada en ambos lados de la frontera.

Tipo 3. La transfronteridad como tercer espacio y condición de sentido

El tercer tipo de abordaje conceptual, de prácticas e identidades sociales, se sostiene en el hecho de que se experimenta el espacio como algo común, es decir, Tijuana-San Diego como una metrópoli trasfronteriza o un ecosistema urbano transfronterizo. Los sujetos transfronterizos no ignoran las tensiones y conflictos que caracterizan las dinámicas en esta frontera internacional. Esta perspectiva se ha desarrollado a partir del crecimiento de procesos económicos y socioculturales transfronterizos. Junto a estas dinámicas, han crecido y tomado un rol central los sujetos que tienen experiencia de haber vivido, estudiado y/o trabajado (en algún momento de su vida) en ambos lados de la frontera y que suelen cruzar con frecuencia (muchos de ellos diariamente). Se trata comúnmente de sujetos perfectamente bilingües y bi/multiculturales que, en mayor o menor medida, participan activamente y están integrados a la vida social, cultural y política de ambos lados. Estos sujetos y estas dinámicas viven la frontera como un tercer espacio, y así lo expresan en sus mapas mentales. Dominan los códigos culturales que les permiten moverse y sentirse con cierto control tanto en Tijuana como en San Diego. Suelen también tener relaciones personales emocionalmente intensas en ambos lados de la frontera. Tiene un amplio conocimiento y dominio de los espacios urbanos, junto con una mayor capacidad de crítica de las nociones y de las prácticas fronterizas. La propia práctica de los sujetos, procesos y perspectivas transfronterizas trascienden y trasgreden las nociones tradicionales de frontera nacional como límite geopolítico. Trasgreden y cuestionan la lógica binaria de “ellos/nosotros”, “aquí/allá”, “de este/otro lado” al participar y formar parte simultáneamente de ambos lados y en múltiples comunidades. En sus prácticas y en sus narrativas insisten en su carácter de tercera opción. A pesar de experimentar el espacio como algo integrado, los sujetos y procesos transfronterizos reconocen las distintas comunidades y culturas que forman parte de su tercer espacio. Reconocen además las tensiones y los conflictos que existen entre las diferentes partes que lo conforman. Tienen la capacidad de ser extremadamente flexibles y de incorporan elementos culturales de varias comunidades, algo que —desde luego— no siempre sucede sin conflicto. Es importante mencionar que la transfronteridad supone procesos, perspectivas, sujetos e identidades mucho más complejas y que comúnmente se experimentan como procesos de menor a mayor integración. La transfronteridad no siempre supone doble ciudadanía (como categoría legal), pero en todos los casos sí supone una práctica ciudadana mucho más compleja al participar simultáneamente en múltiples espacios sociales, culturales, políticos y, por supuesto, geográficos. Evidentemente lo transfronterizo funciona más allá de las categorías nacionales.

*Extracto del libro Las Fronteras del Mundo y Procesos Culturales. José Manuel Valenzuela (Editor), El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana.

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