Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
17 julio, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El 26 de mayo de 1987, como parte de un simposio en la Universidad de Illinois en Chicago, titulado La Bauhaus, mito y realidad, Kevin Harrington entrevistó a Bertrand Goldberg. Nacido en Chicago el 17 de julio de 1913, Goldberg estudió primero en la Universidad de Harvard y en la Cambridge School of Landscape Architecture, antes de viajar a Alemania en 1932 para estudiar en la Bauhaus, que entonces dirigía Mies van der Rohe. La escuela sólo estuvo abierta poco tiempo bajo su dirección antes de que la Gestapo la cerrara temporalmente y, después, Mies y los demás maestros que ahí enseñaban, decidieran cerrarla definitivamente. Goldberg dejó Berlín y viajó a París antes de regresar a Chicago, donde abrió su propia oficina en 1937, y que se mantuvo en operación hasta su muerte en 1997.
Cuando Harrington interrogó a Goldberg sobre su experiencia en la Bauhaus, lo primero que éste hizo fue esbozar otra visión de aquella escuela, no como la aparición de una forma radicalmente nueva de entender la arquitectura y su enseñanza, sino como el resultado de un proceso histórico mucho más largo. El predesarrollo de la Bauhaus, dice Goldberg, puede ir tan atrás como hasta el siglo XVII o XVI. “Hubo muchas revoluciones en esa historia —dice—; incluso un llamado a la revolución desde la Escuela de Bellas artes a medio siglo XIX.” Para Goldberg, no se podía disociar la visión política e intelectual de la idea artística en la Bauhaus. Goldberg también cuenta que al volver a Harvard en 1934 cuando, a causa de la depresión económica que siguió a la quiebra de la bolsa en el 29, “la gente seguía saltando por las ventanas o vendiendo manzanas en una esquina,” el problema arquitectónico que se les plateaba a los alumnos en la escuela era “diseñar una casa de campo para un caballero con buenos ingresos y mucho tiempo libre, que por tanto pasaba tanto tiempo en casa como en el club.” Mientras en la Bauhaus, dice, trataban de entender cuánto era lo mínimo que se le podía proporcionar a la agente como soporte para la vida. “Esa arquitectura minimalista, basada socialmente, fue un enorme choque cultural para mi, pero seguir el vocabulario de diseño que sugerían era algo totalmente distinto.”
Entre el 12 de febrero y el 17 de abril de 1992, Betty J. Blum realizó una serie de entrevistas con Goldberg. Blum le pregunta sobre Mies —“era una presencia inmediata, sentías cuando entraba en un salón, pero hablaba poco, Lilly Reich era mucho más articulada”—, sobre ser judío en ese momento en Alemania —“me reconocían más como americano que como judío”— y sobre cómo iba integrando las ideas que ahí recibía con las suyas: “no fue sino hasta mucho después —dice Goldberg— que se me ocurrió que la arquitectura siempre ha respondido al ambiente social y político, sea guiándolo o siguiéndolo.” Y más adelante afirma que “el sistema de valores de la arquitectura moderna deriva del sistema de valores de la rebelión política.”
En la Bauhaus Goldberg tuvo como maestros, además de a Mies y a Reich, a Hilberseimer, a Albers y a Kandisnky, entre otros. A primera vista y ni siquiera en una segunda observación más atenta, la arquitectura de Goldberg no parece revelar la influencia directa de sus maestros. Sin embargo, él mismo explica qué fue lo que sacó de su estancia en la Bauhaus: “cuando la dejé, creo que las pocas cosas que saqué en claro fue la idea de que cualquier cosa que la arquitectura tenga que ofrecer tiene que hacerlo con el uso de un sistema estético y de valores basado en la industria.” Cuando Blum le pregunta si, al dejar Berlín rumbo a París, tenía algún interés en estudiar la arquitectura de Le Corbusier, Goldberg responde que no tiene ningún sentido comparar el estilo de Le Corbusier con el estilo de la Bauhaus, pues si de algo se trató esta última fue de negar la idea de que a la arquitectura le correspondan estilos, de afirmar que “la arquitectura, el arte, la pintura, la fotografía, la danza, el teatro y la literatura, supuestamente emergían de manera natural de una sociedad que era reconocida como industrial.”
Y aunque por algún momento Goldberg dice haber seguido los pasos de lo que llama la sociedad del ángulo recto, él mismo reconoció que su arquitectura resulta difícil de clasificar entre las corrientes dominantes de la arquitectura moderna. Con ironía, Goldberg se preguntó: Am I a sort of a sport, a variation —the Goldberg variation, if you please?
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