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Columnas

Teroarquitectura: territorios de lo salvaje

Teroarquitectura: territorios de lo salvaje

3 diciembre, 2024
por Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Twitter: VladimirRub

La invención de lo otro

Selva, salvaje y silvestre, son palabras de una misma raíz latina cuyo uso metafórico comenzó a decantarse a partir de las ideas antropocéntricas de que existe lo mayor sobre lo menor, y lo superior sobre lo inferior. Para lograr su legitimación, debieron construirse —desde un lenguaje repleto de jerarquías— todas las dicotomías y asimetrías posibles. Estas oposiciones conceptuales son las que en gran medida han permitido producir y naturalizar las diferencias, y darle cabida y estabilidad a la moral en turno.

Es así como, en la construcción de la dicotomía naturaleza/cultura, lo silvestre y lo salvaje podrían considerarse como aquello que tiene un vínculo con lo natural y, en consecuencia, con lo menor, con la que connota un atraso y una tosquedad en relación con la ilusoria superioridad de la pulida cultura humana.

El concepto de teroarquitectura, surge de las reflexiones especulativas (una teoría-ficción) de la filósofa Vinciane Despret. Aunque la autora no menciona la etimología de la palabra, se puede rastrear fácilmente dado que el prefijo griego tero, significa bestia (véase la palabra terópodo: bestia de pie) o monstruo. Así la teroarquitectura es la arquitectura de lo salvaje, [1] de lo bestial y monstruoso. Por eso, a lo largo de su libro, se dedica a reflexionar en torno a la arquitectura de los animales, vistos siempre como algo inferior a lo humano.

Colocadas por sobre la supuesta superioridad de la cultura: bestia, monstruo o salvaje son designaciones que tienen que ser abordadas y transformadas: la bestia tiene que ser dominada, el monstruo tiene que reconfigurarse mediante cirugías; y lo salvaje debe domesticarse hasta volverse todo lo uno, lo mismo, lo igual.

Esto nos permite traer a cuento la reflexión que la filósofa Karen Baran hace a propósito de las diferencias que, contrario a lo que la ciencia clásica busca constantemente dictar, dice que “las diferencias son algo que se hace, en vez de algo que se encuentra.” [2]

Prosiguiendo la de(s)construcción de los opuestos, la filósofa Despret propone algo a lo que Bruno Latour llamaría principio de simetría, [3] que significa devolver su estatuto de ser a lo diferenciado y minorizado, sea este humano o no-humano. Desde este giro ontológico, se pone de manifiesto la valía potencial de lo despreciado: lo animal, lo innato, lo dado, lo primitivo, el desecho, lo débil, hasta confundirlo con su supuesto contrario: lo humano, lo aprendido, lo construido, lo moderno, lo hecho, lo fuerte.

 

¿Quién hace arquitectura?

En la educación moderna de la arquitectura —no entendida como un pasado, sino como algo latente en el presente— se argumenta a menudo que la arquitectura nació con el “hombre”. Dicho sea de paso, no de cualquier hombre ni mucho menos de alguna mujer (otra dicotomía que hay que seguir problematizando), sino solamente el “hombre evolucionado”, más aún, el moderno.

Vitrubio, en su —aún por desgracia— resonante obra Los diez libros de la arquitectura (que en el primer capítulo de su segundo libro lleva por nombre: “Las comunidades primitivas y el origen de los edificios”), argumenta que(e)n los primeros tiempos, los humanos pasaban la vida como las fieras salvajes, nacían en bosques, cuevas y selvas”, cuyo desarrollo progresivo gracias a la invención del fuego y las herramientas, les permitieron imitar, primero, las construcciones de los animales —por supuesto, para el autor aún más primitivos que los primeros hombres—, hasta lograr “construir cada día con más gusto y sensatez”, [4] evolucionando hasta hacer las primeras arquitecturas, distinguidas por los valores occidentales como el orden y la simetría.

Sí: simetrías geométricas y producciones a-simétricas del otro. Mientras los edificios se iban convirtiendo cada día más en proyecciones “equilibradas”, “pulidas”, “racionales”, se iban acrecentando las inferiorizaciones [5] de otros seres y sus formas de vida. Dado que esta cultura humana imperante no hace sino observar a lo existente desde sí mismo, todo aquello que es diferente a sí mismo es, en consecuencia, inaudible, lugar o ser solo posible para la reforma, conversión o transformación.

Hace menos de un año, al impartir clases de Principios Sociológicos para el Proyecto Arquitectónico y Urbano, realicé una pequeña presentación del libro Animales arquitectos, de Juhani Pallasmaa, cuyo texto es pertinente en la medida en que posiciona a los animales en una simetría creativa con lo humano, visibilizando las estrategias funcionales de su arquitectura, atendiendo y entendiendo los métodos constructivos de los animales: tales como esculpir, excavar, apilar, moldear, hilar, enrollar, plegar, coser, tejer, etcétera. O resaltar, por ejemplo, la producción y propiedades de sus materialidades, tales como la resistencia de algunas telarañas, cuya capacidad de flexión es infinitamente superior a las del acero (que aun así se consideran un material endeble), a la par de que tienen una mayor resistencia frente al impacto o los golpes; superior, en escala, a cualquier material producido hasta ahora por el ser humano, tal como el kevlar (usado en chalecos o cascos antibalas). Dicho sea de paso, esta telaraña es producida sin la menor emisión de dióxido de carbono, ni sin producir desechos contaminantes.

O, por ejemplo, considerar aquellos animales cuyos cuerpos mutan para ser, por sí mismos, arquitectura, como algunas hormigas del género colobopsis, cuyos hormigueros son construidos en troncos, y donde el único hueco de acceso es recubierto por hormigas que desarrollan unas cabezas más grandes y planas, “que encajan perfectamente en la puerta y están adaptadas al color y textura de la corteza del árbol.” [6]

Vale la pena relacionar las reflexiones de Francis Hallé [7] y Stéfano Mancuso, [8] cuyos estudios sobre los árboles y plantas demuestran las estrategias espaciales con que configuran su propio habitar. Por ejemplo, algunos árboles que modifican la morfología de sus raíces superficiales para crear diques que acumulan agua o para alejarse de sustancias nocivas detectadas a kilómetros de distancia, e incluso para percibir a quienes los rodean, modificando el crecimiento y morfología de sus raíces, troncos y ramas en relación con lo otro.

Tras la charla colocada bajo la consideración de que la sociología —siguiendo a Latour— es la ciencia de las asociaciones más allá de lo humano, un estudiante me pregunta, más que inquieto, la pertinencia de a quién creerle, puesto que hay profesores que aseguran que “la arquitectura es solo una invención humana”, al parecer, testigo insobornable de nuestra superioridad como especie. Preguntas como estas son las que me hacen volver y profundizar aún más sobre el tema.

Ahora sí: ¿y la teroarquitectura?

La pertinencia de volver sobre los animales para darnos cuenta de lo que hemos invisibilizado, pasado por alto, eliminado y violentado, es la de la posibilidad de multiplicar mundos que logren honrar la “infinidad de maneras de ser” que, a su vez, nos permita repensar nuestros modos de existencia, dado que la apuesta de la autora es que “multiplicar los mundos puede volver más habitable el nuestro.” [9]

Pues bien, la reflexión filosófica de Despret va más allá de la inferiorización que se le ha dado a lo animal o a lo salvaje que es visible, y considera además aquello que, por nuestras capacidades perceptuales, no somos capaces siquiera de captar. Lo que es inaudible e invisible para los humanos. Por ejemplo, en el lenguaje inscrito por hormigas con tinta de feromonas, o el canto vibracional de las cigarras, que consideramos mudas. Pero incluso se puede volver a aquello que, si bien creemos ver, sólo lo vemos en términos de nuestras lógicas estrechas.

 

Arquitecturas fecales: la potencia de los desechos

Entre los ejemplos que más me han interesado en el libro de Despret está la de repensarnos con los wómbats, animales parecidos a diminutos osos, cuya fama se debe a la producción de heces fecales de forma perfectamente cuadrada. Y que más allá de servir como “ladrillos” para la construcción del ingreso de sus madrigueras subterráneas, poseen una dimensión literaria y poética, y cuyo paradigma “mecanicista” en el que solemos estudiar a los animales nos impide pensar otras formas complejas de relación de los seres no-humanos.

Primero, porque se ha comprobado que estos animales dejan de producir la peculiar forma de sus heces cuando son estudiadas en cautiverio: “en cautividad, ni cubos ni muros”, lo cual permite justamente pensar la complejidad de su producción arquitectónica: “no es el ladrillo el que hace el muro, sino el muro el que exige el ladrillo”, al estar en cautiverio, no hay ya sentido alguno para la necesidad de producir ladrillo”, así sus heces recuperan su función original que es de manera sencilla la de eliminar sus resultados metabólicos. [10]

Segundo, que en su relacionamiento a la “intemperie”, las heces no solo ayudan a distinguir la territorialidad de los animales, al menos no en el sentido en el que los humanos estamos habituados a entender como propiedad privada, tal como se demuestra al estudiar en otro de sus libros a los pájaros: el territorio es a veces seductivo más que repulsivo, “el territorio es un sitio de espectacularización —no de propiedad—, es el lugar a través del cual el pájaro puede ser visto y escuchado.” [11]

Así lo demuestran los wómbats que, también, más que intentar alejarse, se hacen visibles y presentes olfativamente a los otros. Esto fue visible en los acontecimientos de los incendios que devastaron a Australia a mediados del siglo XXI, donde las heces fecales fueron señales y orientaciones para recibir a huéspedes en medio del devastador fuego. Volviéndose así, más que residuos y lugares para limitación, señales e invitaciones para cohabitar con el otro.

Por cierto, Despret ha colaborado en la construcción del Pabellón de Bélgica realizado para la Bienal de Arquitectura de Venecia (2023), cuya composición física fue hecha a base de materias orgánicas biofabricadas por hongos, su propuesta permite repensar el estatuto de los desechos, tales como las heces o los propios microbios, presentes también en la producción de las arquitecturas vernáculas más tradicionales. [12]

 

Teroarquitectura humana

Por último, volviendo a la pertinencia de que pensar con lo no-humano permite extender también las posibilidades de lo humano, quisiera relacionar todo este bagaje previamente descrito con mis últimos intereses investigativos. Se trata de las arquitecturas menores, para retomar el término de la arquitecta Jill Stoner, que se caracterizan por ser imperfectas, inacabadas, asimétricas, producidas por medio de aquello que el sistema dominante considera desecho o desprecio y “aparecen sólo de forma tangencial, en los intervalos y sombras creados por el poder de la mayoría.” [13]

Estas arquitecturas, hechas muchas veces con basura (las nuevas materias primas de nuestra naturaleza-cultura), permiten repensar aquello despreciado, salvaje, monstruoso. En una entrevista reciente con Joana, una mujer de 40 años que vive bajo la loseta de una acera al borde del Río Medellín (tras escarbar debajo de ella para producir su espacio y agenciar su privacidad con lonas, cartones y tablas), ella me cuenta con toda naturalidad que la noche anterior había ofrecido hospedaje a dos viajeros que no tenían donde dormir. ¿les suena? Territorios para la hospitalidad y materia considerada por muchos fecales, como fidedigna y ética arquitectura, abierta para el otro, el desconocido. [14]

Mucho más, por supuesto, que los edificios simétricos híbridos —aunque no se sabe muy bien a qué se refiere el término dado que, con independencia de que en un plano arquitectónico se dicten secciones para oficinas, comercio o vivienda, estos están generalizados para la inhabilidad gracias a la estructura financiera con la que son producidas—, construcciones especulativas que generan ciudades geométricamente perfectas, y llena, sin embargo, de expulsiones y violencias.

Entre las dicotomías y opuestos que tendríamos que seguir problematizando, sería mejor el de la materia con valor contra la materia deshecha, la construcción primitiva versus la sofisticación técnica de la actual arquitectura y, sobre todo, aquello que llamamos civilizado versus lo salvaje. Dada la actual crisis planetaria, consecuencia justamente de nuestra civilización globalizada, llega el espacio-tiempo de volver a la selva, volvernos más silvestres, más salvajes. “(A)nimales entre animales, cosas entre cosas.” [15] Más simétricos a toda existencia. 

NOTA: La imagen aquí expuesta es la representación arquitectónica de la vivienda de Leonardo, un habitante de las infraestructuras del canal del río Medellín, cuyo agenciamiento y ensamblaje de materiales despreciados permite la construcción de su vivienda, reterritorializando las materialidades idealizadas, vacías y vaciadas de las infraestructuras de la ciudad.

 

Fuentes:

[1] Vinciane Despret, Autobiografía de un pulpo y otros ensayos de anticipación, Consonni, 2022.

[2] Karen Barad, Cuestión de Materia. Holobionte, 2023, p. 17.

[3] Bruno Latour, Reensamblar lo social, Manantial, 2021.

[4] Marco Lucio Vitruvio Polión, Los Diez Libros de Arquitectura, Imprenta Real, 1787, p. 44. Disponible en: sedhc.es/bibliotecaD/1787_J_Ortiz_Sanz_Los_diez_libros_de_M_Vitruvio_Polion.pdf

[5] Si bien la palabra no existe, es una composición propuesta para designar la acción de volver menor a algo.

[6] Juhani Pallasmaa, Animales arquitectos, Gustavo Gili, 2021, p. 35.

[7] Stefano Mancuso, La nación de las plantas, Gustavo Gili, 2020.

[8] Francis Hallé, La vida de los árboles, Gustavo Gili, España, 2021.

[9] Vinciane Despret, Habitar como un pájaro. Modos de hacer y de pensar los territorios, Cactus, 2022, p. 35.

[10] Vinciane Despret, op. cit., pp. 57, 59, 60, 30.

[11] Ibid., p. 30.

[12] Véase: https://www.belgianpavilion.be/en/projects/belgian-pavilion-2023

[13] Jill Stoner, Hacia una arquitectura menor, Bartlebooth, 2012, p. 44.

[14] Estas entrevistas forman parte de la propuesta investigativa realizada en la maestría de Estudios Socioespaciales del Iner, Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia.

[15] Chantal Maillard y Muriel Chazalon, Decir los márgenes, Galaxia Gutenberg, 2024, p. 148.

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