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Superpoderes urbanos. Conversación con Marco Rascón / Superbarrio

Superpoderes urbanos. Conversación con Marco Rascón / Superbarrio

29 julio, 2014
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

No es casual que muchos superhéroes estén fuertemente vinculados a la ciudad donde se asientan. No podríamos imaginar a Spiderman sin los rascacielos de Manhattan o a Batman sin la oscuridad gótica de su urbe. Más que simples escenografías, las ciudades son una prolongación de sus propios superpoderes. La ciudad nos habla del personaje, pero este pocas veces responde a quien las integra, a las personas que la habitan, meros espectadores de las luchas entre el bien y el mal. Parecen debatirse más en conflictos internos o en grandes batallas para salvar el universo que en los problemas cotidianos que enfrentamos día a día. ¿Quién nos salvará entonces? ¿Quién intermediará para que tengamos una casa digna o buenos servicios sociales? ¿Quién, al fin de al cabo, nos defenderá de esas violencias sistémicas que constituyen lo cotidiano y lo ordinario? ¿Quién atenderá las pequeñas y, hasta aburridas, injusticias que quizás no lleguen a contestar dilemas universales, pero que merecen ser combatidas?

Éstas son algunas preguntas que tal vez se le pasaron por la cabeza a Marco Rascón cuando tuvo que enfrentarse a la necesidad de imaginar Superbarrio. Rascón se valió del imaginario cotidiano y lo cargó de humor e ironía para constituir un superhéroe que se apropiaba de aspectos entonces peyorativos. De un lado el barrio que, según el ideal moderno, se consideraba la forma de vida de la gente de baja estofa, la gente pobre, vulgar, la gente corriente, que lo denostaba y condenaba con esa visión de prosperidad y modernidad que impulsaba entonces el gobierno. El otro, la lucha libre, un deporte entonces vulgar, una farsa, una comedia para engañar; donde se decían malas palabras, se gritaba y donde las señoras de las vecindades, que iban en la mañana a misa, sacaban sus demonios. Lo denostado, lo vulgar era algo que la gente podía asimilar con facilidad, hacerlo suyo.

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Superbarrio nació al amparo de distintos movimientos sociales que provocó el terremoto de 1985. El trágico acontecimiento dio la posibilidad de repensar las cosas. Surgieron grupos culturales y organizaciones vecinales, se coordinaron movimientos comunitarios. Las colonias del Centro Histórico se movían en una especie de insurgencia cívica, social y comunitaria. En ese contexto, Rascón participaba en la defensa y busca de nuevo alojamiento de las personas que residían de forma casi clandestina en las azoteas de Tlatelolco: “En 1987 inauguramos sus viviendas nuevas, a pocas cuadras de donde vivían; habíamos ganado porque no habían logrado expulsarlos y eso generó niveles de credibilidad en la organización. El acontecimiento corrió como pólvora. Podías hablar de una positiva envidia popular, todo mundo quería lo mismo”. Justo en ese momento de demanda popular, de lucha por los derechos, con la creación y organización de instituciones populares, como la Asamblea de Barrios, surgió la idea de Superbarrio: “La gente lo tomó como un chiste, sin más implicación. Pero cuando llegamos a la oficina de gobierno, por primera vez el funcionario, que hasta entonces se creía el dueño de su espacio, pasó a sentirse ridiculizado, y tuvo que aceptar como interlocutor a un luchador con capa y máscara. La gente se percató de esa inhibición de los funcionarios frente a Superbarrio”. De pronto, se convirtió en defensor de los derechos a la vivienda de los damnificados en los barrios pobres y la gente lo adoptó como el arma y la identidad del propio movimiento, alcanzando el superpoder de la ubicuidad. Cualquiera podía ser Superbarrio y podía estar en cualquier lugar, pues “cada organización empezaba a estar habilitada con un uniforme”. La gente usó el anonimato y lo asumió como símbolo de su propia fuerza y el “superhéroe” pasando al imaginario popular que hoy todavía puede encontrarse en las calles de México, “en muchas partes, hay muchos escudos en las vecindades y, la gente va y lo toma y es un mensaje a los actuarios y a los jueces de que si llegan ahí va a haber resistencia”.

No era héroe que muchos hubiéramos imaginado, pero desarrolló una forma de heroicidad para el ciudadano común. “Superbarrio mostró un estado de ánimo totalmente diferente; jugábamos con la policía, impedíamos que se desarrollará una confrontación y alentaba con seguridad a las familias de ir a las manifestaciones a sabiendas de que nada iba a pasar. No usábamos un discurso como arma porque eso inhibía la participación de mucha gente. Las amas de casa salieron con sus hijos y sus maridos ya no pudieron meterlas otra vez. Fue una bocanada de oxígeno, salieron de la cotidianidad que tenían, de estar únicamente cocinando y lavando para ver en qué momento llegaba el marido. Fue un movimiento con un perfil muy femenino; las mujeres dieron mucho cuerpo al movimiento y arrastraron al conjunto de la familia, a los hijos adolescentes, a los grandes, y también generaron una perspectiva de mejoría en la condición tanto de la vivienda, como del vecindario, así como de la propia colonia”.

Superbarrio cambió muchas cosas de la manera en que la sociedad se relacionaba con su ciudad y con las formas de demanda y protesta. Bajo la máscara muchos encontraron la fuerza y la voz que no tenían o no eran atendidas. Ése fue su mayor poder. Que los superhéroes sigan batallando contra sus grandes villanos ¿quién los necesita?

sbMarca de Superbarrio, Sta Maria la Ribera, Ciudad de MéxicoCC BY-SA 3.0 – Maurice Marcellin Vía Wikipedia

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