Carme Pinós. Escenarios para la vida
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22 agosto, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Escribir un texto con aerosol sobre un muro lleva asociada una pregunta: ¿tiene cualquiera permiso para escribir sobre una fachada? O, dicho de otro modo, ¿a quién pertenece la fachada de un edificio? Pese a ser generalmente propiedad privada, la fachada, como la piel en el cuerpo, está expuesta —más que ninguna otra— a la acción del paso del tiempo, del clima o de previsibles daños que pueda ocasionar a la gente que pasa junto a ella.
Una de las acciones más comunes, que suelen ser vistas como un mal sobre la ciudad, es el grafiti, que usa la fachada como soporte de mensajes u otro arte urbano. Si nos centramos en el primero, la escritura urbana mediante mensajes, la ciudad —sus fachadas— se convierte en un enorme papel “en blanco”. Se trata de una apropiación del espacio urbano, sea un edificio o un monumento, por parte de un individuo o sus ideas. Los motivos detrás de una acción de escritura son diversos y responden a distintos deseos; desde lo político que se ha de marcar en el territorio o desde la poesía hasta ser mera agresión. Toda la ciudad es entonces susceptible de verse afectada y esta situación pone sobre la mesa una serie de cuestiones sobre el uso del espacio público y su naturaleza, además de manifestarse, de manera clara, como espacio para el disenso y la discusión. Así es, un mensaje —de cualquier tipo— superpone determinadas ideas sobre la propiedad privada; luego, a fin de darle una solución, muchas veces se eliminará al pintar directamente sobre el grafiti anterior con pintura gris, que se aplica cuidado alguno por reproducir el color original del muro. El tachado de las brigadas de limpieza sobre la signatura o frase ilustra la tensión entre la libertad de expresión y la censura. Un ejercicio de lucha de poderes manifestado en un espacio de tan sólo unas micras de espesor. Pero ¿y si sobrescribir se puede convertir en una elemento creativo?
Al menos así lo manifiesta el trabajo del colectivo BOA MISTURA. Formado en 2001 en Madrid por Javier Serrano “Pahg”, Rubén Martín “rDick”, Pablo Purón “Purone”, Pablo Ferreiro “Arkoh” y Juan Jaume “Derko”, personas procedentes de distintas disciplinas como son el arte, la arquitectura, el diseño y la ingeniería. Su obra reivindica el papel del arte en el espacio público sin renunciar a una mejora estética del lugar. Así, estos artistas combinan ambas situaciones comentadas:el mensaje —en este caso reivindicativo— y el “tachado”, a fin de crear un nuevo proceso donde la intención de limpieza y mejora urbana se combina con textos cargados de inspiración. Frases sencillas que buscan transmitir ideas positivas a todo lector urbano. Amor por el arte pero, especialmente, por la ciudad y que ellos defienden con una breve frase pero cargada de intenciones: “Si nuestra obra no mejora el soporte, no actuamos sobre él”. Bajo esta premisa, decoraron las calles de Madrid con retratos de distintos artistas urbanos pintando de blanco y en negativo sobre soportes dañados. O escribieron frases que reclamaban mayor color en la ciudad ejecutadas con el mismo gris que utilizan las brigadas de limpieza para ocultar mensajes indeseables —que no hacen sino otorgar uniformidad al espacio. Con acciones como estas, BOA MISTURA transforma la ciudad en un soporte ideal para su trabajo eliminando intermediarios propios de galerías, permitiéndoles acceder a un público mayor.
Pero quizás sean sus dos proyectos en América los más ricos en esa combinación de mejora del espacio urbano, el arte y la participación del público. Ambos proyectos intervienen directamente en zonas residenciales de bajo nivel económico: la favela Vila Brasilândia, en Brasil, y el edificio Begonia I, en El Chorrillo de Panamá. Allí actúan no sólo embellecer el espacio valiéndose del arte, sino que se meten hasta el fondo para descubrir a la gente que habita ese lugar e la integra en el proceso. El hecho de que sean todos ellos, y no sólo los artistas los que mejoren y pinten la zona, genera un empoderamiento del lugar que, a la larga, otorga un valor mayor que la estética; logra modificar la manera en que la gente se relaciona con su entorno. Así, en Brasil, artistas y vecinos se implicaran en la limpieza del lugar para preparar el soporte sobre el que pintar, mediante la técnica de la anamorfosis, palabras como “beleza”, o “firmeza”; unas palabras que, para BOA MISTURA definen el lugar y a sus habitantes. En Panamá en cambio no sólo se recupera el color de las viviendas originales, sino que el edificio se convierte en un enorme cartel urbano con el texto “SOMOS LUZ”, que reivindica la presencia de los vecinos al darles visibilidad (“aquí estamos”) pero, sobre todo, resignificando a los que ahí viven.
El cuidado en el uso de la tipografía y el color del colectivo BOA MISTURA no hacen sino enriquecer el conjunto de su trabajo; mejora la imagen urbana. Así, el mensaje, al combinarse con un trabajo comunitario, en contraste con la idea de mensaje individual antes mencionado, se postula de forma colectiva e implica a la gente en la construcción de su propio hogar. Las frases se convertirán, finalmente, en un recordatorio de ese proceso comunitario, de ese momento en el que todos juntos se lanzaron al cuidado de su ciudad. Arte urbano como herramienta de cambio, como dinamizador, re-significador de la comunidad, la vivienda y su colectividad.
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